En el seminario que se celebró el pasado 10 de octubre para presentar las conclusiones de la encuesta paneuropea entre Notre Europe y el CIDOB, ‘The EU looks ahead’, se produjo un debate interesante alrededor del título de la conferencia: ‘Reconquistar a los ciudadanos: una misión imposible para la UE?’. Un título en el que se intuía que la cuestión de la desconfianza hacia la UE sigue siendo considerado un desafío top-down. Es decir, algo que las instituciones han de esforzarse en resolver.
Esa visión, que privilegia la estructura a la socialización, es la que ha impregnado la gran mayoría de teorías sobre la integración europea en los últimos años, desde el neofuncionalismo que considera la Unión Europea como un seguido de engranajes competenciales que se retroalimentan –una cosa lleva a la otra-, hasta los estudiosos del ‘déficit de legitimidad’, que consideran que la ausencia de un campo de batalla politizado en Europa que cautive a la ciudadanía es la raíz de dicha desconexión. En ese contexto las ‘soluciones’ se desgranan como un seguido de políticas o estructuras específicas: campañas y partidos paneuropeos al Parlamento Europeo, reordenamiento de las competencias entre el gobierno nacional y la Comisión, potestad fiscal para la UE (más allá del 1% de PIB actual). En cambio las soluciones complejas y sociológicas, las que no pueden realizarse de un día para otro pasan a un segundo plano: políticas educativas europeas en primaria y secundaria, adaptación de los canales de formación de opinión, investigación sobre los efectos del contacto transnacional para superar el prejuicio nacional, etc.
En este marco, la situación actual parece más propia del título de la conferencia inversado. ¿Reconquistar a la Unión Europea: una misión imposible para los ciudadanos? Así formulado el acento está en el bottom-up, en la aproximación desde abajo. Invita a analizar el desafío como un reto colectivo sociológico, con la ciudadanía como plena corresponsable.
La autocrítica: iniciativas que caen en un saco roto
Uno de los elementos reveladores de la encuesta de Notre Europe es el apartado en el que 8 ciudadanos de cada país formulan sus ideas más urgentes para mejorar la comunicación sobre Europa.
Es curioso que de las seis recomendaciones que plantea el focus group en España, cuatro ya existan en la actualidad. Los ciudadanos le ponen la segunda mejor nota (un 8,7/10) a la iniciativa de tener un punto de información público y gratuito para hacer todo tipo de consultas sobre la UE. Una ‘ventanilla única’ europea. Una demanda que ningunea la red de oficinas de Europe Direct, públicas y gratuitas, puestas en marcha hace años. Con número de teléfono incluido (0 800 67 89 10 11). Otra iniciativa bien valorada: la de un ‘canal de televisión 24 horas sobre Europa’. Iniciativa en la que el erario europeo ya se gasta actualmente 6,5 millones de euros anuales para seguir sufragando el exitoso canal de noticias ‘Euronews’. Un canal que solo puede visualizarse por la TDT en algunas regiones en España y del que RTVE decidió desentenderse en 2008. En la misma línea, destaca la demanda de disponer de canales de televisión ‘interculturales’. De nuevo una iniciativa parcialmente puesta en marcha con el canal franco-alemán ARTE (público también) que retransmite en varias lenguas desde 1988. Y por último, la demanda de establecer encuestas a nivel europeo. Algo que, nuevamente, existe desde los años 70 con la publicación de los ‘Eurobarómetro’ en más de 20 lenguas.
Son iniciativas que pasan a menudo desapercibidas pero que también podría considerarse son víctimas de un desinterés algo voluntario, a nivel individual. En el fondo, quién intenta sintonizar Euronews, en vez del canal ‘habitual’. Dentro de la epopeya en la que se ha convertido hoy estar informado sobre la UE, parte de la responsabilidad es también compartida, y tiene algo que ver con la curiosidad de redescubrir aquello que solo se intuye.
La crítica: proximidad, regularidad y nuevas tecnologías
Al mismo tiempo, la encuesta también apunta hacia tres demandas claras de toda la ciudadanía europea para incrementar la eficacia de la estrategia comunicativa e institucional en las instituciones europeas.
La primera, la cuestión de la proximidad y accesibilidad. La iniciativa más valorada tanto por los encuestados españoles como por el resto de los encuestados en los otros 18 países europeos, con un 8,8/10, es la posibilidad de ‘ver’ físicamente a los profesionales que dan vida a la Unión: funcionarios, eurodiputados, comisarios… ¿Deberían los eurodiputados exigirse dedicar una parte de su tiempo a discutir y hablar con sus conciudadanos, tal y como es tradición en Inglaterra con las llamadas oficinas de proximidad? La exvicepresidenta de la Comisión, Viviane Reding, pareció apostar por ello a largo del 2013 y 2014, al movilizar a miles de ciudadanos en todas las capitales de Europa con sus llamados ‘diálogos ciudadanos’. Un modelo inspirado de los ‘town-hall meetings’ en Estados Unidos, con cada comisario europeo respondiendo directamente a preguntas de la ciudadanía. No hubo grandes declaraciones, ni tampoco grandes programas políticos. Simplemente se hicieron ‘visibles’. Bastó para que 80.000 ciudadanos se interesaran por Europa. España fue uno de los países clave, iniciando el ciclo en Cádiz, y consagrándolo con el diálogo que se celebró en Barcelona.
La segunda demanda, la cuestión de la regularidad. Los encuestados coinciden que ser consultados de forma regular es la clave para hacerles partícipes de la política europea. La regularidad como palanca para la credibilidad. La interacción con los ciudadanos como un continuum. Reflexionar sobre cómo dotar la comunicación institucional de un principio, un intermedio, y un seguimiento. Percibir, en términos concretos, qué resultados produce la implicación y la mera participación de cada uno.
Y por último, una utilización más interactiva de las redes digitales y las páginas webs institucionales. En ese sentido la evolución de la web del Parlamento Europeo ofrece pistas. En 2010 la Eurocámara apostó de forma pionera por el acceso y la rendición de cuentas. Se modificó el diseño de la página, se crearon sinergias con VoteWatch (la web donde se contabilizan todos los votos de los eurodiputados). Se apostó por un equipo que no solo canalizara información, sino que la ‘digiriera’ y jerarquizara. Se dejó atrás la visión de la información 'neutra' y aséptica, dos pequeños mantras bien anclados en el mundo de la comunicación pública institucional. Un proceso al que ahora se enfrenta la Comisión, en un momento en que su perfil (politización y parlamentarización) cambia a marchas forzadas.
Un estudio sobre el que construir
La encuesta de Notre Europe ofrece argumentos para impulsar tres iniciativas concretas: a) las oficinas de proximidad, b) el rediseño de las webs institucionales europeas, y c) la creación de plataformas para dar continuidad a las consultas ciudadanas. Ofrece también pistas para una ciudadanía más autocrítica, que tal vez no ha logrado explotar los mecanismos que la Unión Europea ha ido poniendo a su disposición como las oficinas de información de Europe Direct, los canales como Euronews o Arte, los eurobarómetros, la Iniciativa Ciudadana Europea, etc. Y por último, invita a cualquier lector a relativizar el desafío comunicativo en Europa. Sin resolver la cuestión de fondo, en particular la percepción por parte de los encuestados que Europa no garantiza la reciprocidad entre los ciudadanos de varios estados miembro, todo esfuerzo será estéril.
Parte de la ecuación pasa por percibirse como una unión con un destino común, una expresión que ya empuño Robert Schuman un célebre nueve de mayo de 1950. Políticas ventajistas y aprovechadas como la utilización por parte de Luxemburgo de la fiscalidad para atraer a empresas (práctica no exclusiva al Grand Ducado, por cierto) son especialmente dañinas no solo por una cuestión de ética política y económica, sino también por el sentimiento de injusticia, de incapacidad de reciprocidad, que transmite el proyecto europeo.
La tarea de reconectar la ciudadanía con el proyecto europeo exigirá más socialización y menos estructura. Más tiempo, solidaridad y autocrítica, y no solo decisiones sobre una mayor integración política. Instaurar el sentimiento de reciprocidad en Europa, esa será la batalla de la comisión de la última oportunidad, como decía Cristina Ares en estas mismas páginas. El desafío para el proyecto europeo no es otro que el de evitar convertirse en el paréntesis quimérico que duró solo una generación.