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“Sin gestionar bien el agua no podemos afrontar el cambio climático”
Gonzalo Delacámara transmite a la vez pasión y urgencia cuando habla de la necesidad de gestionar bien el agua en un momento en que el mundo trata de mitigar y adaptarse al cambio climático. Delacámara (Madrid, 1973) coordina desde hace una década el departamento de Economía del Agua del instituto de investigación avanzada IMDEA. En 2016, junto con otros profesores de la Universidad de Alcalá de Henares y con apoyo de premios Nobel de Economía y de la Paz, puso en marcha el Foro de la Economía del Agua, del que es director académico. Buena parte de su vida transcurre en aviones, y es que la lista de los organismos internacionales con los que colabora es infinita: Unesco, PNUD, ONU-Agua, CEPAL, Banco Mundial, OCDE, Comisión Europea... “Mi huella de carbono es pésima”, afirma.
Como habitantes de un país con amplias zonas semiáridas, ¿nos debe preocupar especialmente el cambio climático?
En la medida en que el cambio climático es un fenómeno global, nuestra preocupación, en primer lugar, tiene que ser como ciudadanos del mundo, y, en segundo lugar, por aquello que nos atañe de manera más cercana. Los datos del Ministerio para la Transición Ecológica son escalofriantes: el 70% del territorio nacional está sometido a riesgo de desertificación. Más del 20%, principalmente el sureste, todo el arco mediterráneo y los archipiélagos, estaría desertificado de facto. Estamos en una zona del mundo donde el cambio climático, que es un fenómeno global pero no simétrico, nos va a afectar más. Las proyecciones del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático muestran que la temperatura podría estar creciendo en España hasta un grado por encima de la media mundial.
¿Qué se puede hacer para paliar estos daños?
Hay dos grandes pilares. Por un lado, la mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero, que en gran medida son las que copan la atención de la comunidad internacional y de los medios de comunicación. Pero luego está la hermana pobre de toda esta discusión: la adaptación al cambio climático. El cambio climático es también un cambio en el ciclo hídrico. No se puede hablar de cambio climático sin hablar de agua. El agua es a la adaptación lo que la energía es a la mitigación.
¿Por qué la hermana pobre?
Me refiero a que en todas las discusiones internacionales sobre cambio climático el agua no aparece. La mitigación del cambio climático tiene siempre un perfil más alto que la adaptación al cambio climático. Hablar de adaptación implica reconocer que el cambio climático plantea problemas nuevos en un país como el nuestro, como la subida del nivel del mar en las zonas costeras. Tenemos muchos motivos para aumentar la resilencia de nuestra sociedad y de nuestra economía haciendo una mejor gestión de los recursos hídricos, incluso en ausencia de cambio climático. Lo que hace el cambio climático es cambiar de escala: agrava los problemas preexistentes. Donde había sequías, serán más intensas y más frecuentes, debilitando nuestra capacidad de reaccionar ante el siguiente ciclo. Donde había inundaciones, estas serán también más intensas y más frecuentes.
¿Cómo definiría el estado de los recursos hídricos en España?
Tenemos problemas de sobreexplotación de recursos, tanto en aguas subterráneas como superficiales. Hay muchos acuíferos que están sobreexplotados en el arco mediterráneo, en el sureste de España y en una parte de La Mancha. Tenemos, por otro lado, un problema de contaminación por nutrientes. La agricultura ejerce una enorme presión sobre el medio hídrico, y esto genera problemas claros en nitratos y fosfatos. Tenemos un problema claro de vertidos de contaminantes industriales... y tenemos un problema claro de destrucción de diversidad biológica. El estado de los recursos hídricos en España es más que mejorable. Hay zonas donde las presiones son mucho más intensas, precisamente en aquellas donde la sequía no es un problema coyuntural, sino la manifestación aguda de un desafío crónico: la escasez estructural de agua.
¿Dónde se da esa escasez estructural?
En los archipiélagos y en todo el arco mediterráneo hasta el golfo de Cádiz.
¿Estamos pagando errores del pasado?
Como muchos otros países en su proceso de desarrollo, España ha sido muy exitosa a la hora de movilizar el agua y ponerla a disposición de las actividades económicas, hasta el punto de llegar al milagro. Siguiendo una política decimonónica, se construía obra pública para almacenar agua que pudiera utilizarse en otro momento del año o trasvasarla desde una cuenca excedente a una cuenca que lo necesitaba. Todo eso ha sido necesario en algún momento y ha permitido que España tenga una agricultura pujante y un sector turístico que produce datos casi milagrosos. Es un caso de éxito internacional, pero hemos pagado un peaje en el camino: el riesgo de sequía, de inundaciones y, sobre todo, la merma de nuestra capacidad de resistencia a la escasez estructural de agua, que es cada vez menor. En España nos hemos convertido en unos virtuosos de la gestión de crisis, pero bastante deficientes en la gestión de riesgos. No anticipamos; reaccionamos. En el último ciclo de sequía los sistemas de alerta saltaron hasta dos y tres años tarde.
¿Qué se debería hacer para mejorar la gestión del agua?
Es muy importante avanzar hacia una política contemporánea de gestión del agua, que no es la que se ha venido manteniendo. Es preciso completar los enfoques de oferta convencionales con nuevos enfoques de gestión de la demanda, es decir, profundizar mucho más en la eficiencia en el uso del agua; hacer lo mismo o más, pero utilizando menos agua. Tenemos que coordinar políticas sectoriales, reconocer que todo lo importante que ocurre en el agua ocurre fuera del agua: en la provisión de energía eléctrica, en el desarrollo urbano, en el desarrollo agrícola, en todas las decisiones que tomamos sobre transporte, sobre turismo... Tenemos que rediseñar incentivos, porque aún resulta muy atractivo desde un punto de vista financiero utilizar fuentes de agua sometidas a presiones por contaminación o sobreexplotación en lugar de recursos más sostenibles que nos permiten programar mejor, como la desalación y la reutilización de aguas residuales regeneradas, y que, sin embargo, tienen costes financieros mucho más altos.
¿Por qué están infrautilizadas las desaladoras en España?
España es la quinta potencia del mundo en capacidad instalada de desalación junto con Estados Unidos, Kuwait, Arabia Saudí y Qatar. Si nos centramos en las 17 plantas que se construyeron en tiempos de Cristina Narbona como ministra de Medio Ambiente (2004-2008), que fue la inversión que nos permitió dar un salto en términos de desalación, nos encontramos con que hasta el inicio del periodo de sequía más reciente, en 2014, se estaban utilizando al 17% de su capacidad instalada como promedio. Alguien dirá: ¿Por qué? ¿Tenemos un problema tecnológico? ¿Es que no sabemos utilizarlas? No, las empresas españolas son líderes en el mundo en tecnología de desalación.
Entonces, ¿cuál es el problema?
Es un problema de gobernanza, de diseño de incentivos. Un regante de Murcia o de otra zona del sureste de España que esté utilizando agua trasvasada desde el Tajo puede estar pagando, en promedio, en torno a 11 céntimos por metro cúbico. Si quiere obtener agua de una desaladora puede que termine pagando entre 90 céntimos y 1 euro. No hay manera de que estas plantas desaladoras encuentren demanda, es imposible. Si hablamos de agua reutilizada, estamos hablando de 45 o 50 céntimos por metro cúbico. Nos encontramos con paradojas terribles: por ejemplo, los acuíferos del sureste de España están sobreexplotados en la misma magnitud que toda el agua de plantas desaladoras que no se utiliza. Por tanto, necesitamos modificar el actual sistema de incentivos, porque si no, estamos generando un incentivo perverso.
¿Cómo se puede cambiar ese sistema?
La gestión del agua es la gestión de riesgos. Tenemos que ver cómo se reparte la carga: quién está dispuesto a pagar por qué tipo de agua ¿Van a ser los regantes? ¿Nos hacemos cargo los usuarios urbanos de la utilización de estos recursos por parte de la agricultura, que todavía hoy consume el 70% de los recursos hídricos del país? Se habla mucho de que necesitamos tarifas más altas, cuando en realidad la discusión no debía ser tanto sobre el nivel de la tarifa como sobre el diseño de la tarifa, es decir, qué tipo de tarifa se necesita, por ejemplo, para generar procesos de subsidios cruzados que graven más a quien utilice el agua de manera ineficiente para compensar a aquellos que tienen niveles de consumos más eficientes y premiarles por su comportamiento responsable. Todo esto es muy complejo de hacer en un contexto de gobernanza multinivel en la cual tienen competencias el Estado, las comunidades autónomas y los municipios.
Además de coordinación, cambiar exige coraje político...
Necesitamos una visión estratégica, entender que lo que está en juego aquí no es el abastecimiento de agua hoy o mañana, sino la seguridad hídrica a medio y largo plazo en un contexto de adaptación al cambio climático. Tenemos que seguir un proceso similar al de consumir productos de agricultura orgánica: que el consumidor revele que tiene disposición a pagar por alimentos, pero que revele que tiene disposición a pagar por algo más, que es garantizar que el proceso ha sido lo suficientemente sostenible. Tenemos que transmitirle al ciudadano que tiene que pagar por el agua, que tiene que pagar el tratamiento de las aguas residuales, que tiene que pagar por la vinculación del agua con actividades productivas, pero también debemos ser capaces de comprometernos con un objetivo generacional a medio plazo que es garantizar la seguridad hídrica en un contexto de cambio climático.
¿Es sostenible mantener el nivel actual de exportaciones de hortalizas y frutas?
Hay cuencas donde la disponibilidad a medio y largo plazo de recursos hídricos no alcanzan para satisfacer la demanda presente y futura, es decir, donde el balance hídrico ya es negativo. Tenemos un ejemplo muy notable: la cuenca del Segura es, de todas las cuencas de la Unión Europea, la que está sometida a mayor nivel de estrés hídrico, si exceptuamos Gran Canaria y Madeira, que tienen particularidades por ser islas. Hablamos de una cuenca sometida a una altísima escasez estructural pero donde se da la siguiente paradoja: cada día salen 700 tráilers hacia otros países de Europa con limones y lechugas para cumplir con compromisos contractuales con grandes empresas de distribución. Desde un punto teórico, es posible mantener o aumentar la producción agrícola, siempre y cuando se dé una condición: que seamos cada vez más eficientes en el uso de agua. Es posible si somos capaces de desvincular el crecimiento de la producción agraria de la utilización de agua, porque seremos capaces de utilizar cada vez menos agua para producir cada vez más.
¿Cómo es eso posible?
Con el desarrollo de la agricultura hidropónica y de agricultura tecnificada que permita aplicar directamente el agua a la raíz... En esto hemos avanzado muchísimo. En los últimos años se han modernizado 1,3 millones de hectáreas, aunque quedan por modernizar otras 700.000.
Hay agricultores que han aprovechado los avances tecnológicos para ampliar la superficie de regadío y consumir todavía más agua...
Aquí se da un elemento perverso desde el punto de vista económico: en tiempos de la ministra Elena Espinosa (2008-2010) se invirtieron 3.000 millones de euros para conseguir un ahorro de 3.000 millones de metros cúbicos, y se consiguió. Si vamos parcela por parcela y agregamos los ahorros que se produjeron, efectivamente, todos los agricultores que pasaron de riego gravitacional a riego por goteo hoy son más eficientes. La paradoja es que ni ha mejorado el nivel freático de los acuíferos ni ha mejorado el nivel de disponibilidad de agua en los ríos ¿Por qué? Porque esos ahorros individuales a nivel de parcela no se trasladan a la cuenca. ¿Por qué no se trasladan a la cuenca? Porque en el momento en que se consigue ser más eficiente en el uso del agua, el agua se convierte en un insumo todavía más valioso, y al ser más valioso, hay un efecto rebote: parte de los agricultores se dan cuenta de que pueden utilizar el agua de manera más eficiente y deciden expandir su actividad de regadío. Entonces la escala se come las ganancias individuales y los niveles de contaminación y congestión no disminuyen.
¿Qué efecto tiene el turismo en la gestión del agua?
En el año 1940, España recibió 40.000 visitantes internacionales; en 2017 recibimos 82 millones. ¿Plantean esa cantidad de turistas un problema de abastecimiento? No, porque el artículo 60 de la Ley de Aguas establece una jerarquía de usos y protege los usos poblacionales. ¿Dónde sí nos están planteando ya un problema? En el tratamiento de aguas residuales en las depuradoras. Se da la paradoja de que el 80% de los turistas se concentran en el arco mediterráneo hasta el Golfo de Cádiz y los dos archipiélagos, precisamente las zonas del país que están sometidas a mayor escasez estructural del agua. Además, más de la mitad de las visitas turísticas se concentran entre mayo y septiembre, una estacionalidad altísima, a lo que se suman los turistas nacionales, que se concentran en julio y agosto. Ello ejerce una tremenda presión en la depuración de aguas residuales que lleva a que en algunos lugares se viertan al mar o a los ríos sin ningún tipo de tratamiento.
¿Qué impacto económico podemos esperar si las sequías se hacen más frecuentes?
En el último ciclo de sequía se pagaron más de 300 millones de euros para indemnizar a agricultores de secano que perdieron sus cosechas. El agua es un insumo productivo vinculado a muchas actividades económicas, y por ello podríamos encontrarnos con problemas serios. Si uno revisa qué cinco países tienen problemas de consolidación fiscal en el Eurogrupo, se encuentra que son Portugal, España, Italia, Francia y Bélgica. Resulta que son de los cinco países más sometidos a escasez estructural de agua, es decir, donde hay mayor riesgo de que se dé la tormenta perfecta: que la economía no esté lista cuando tengamos un problema medioambiental serio vinculado a la escasez estructural de agua. En España tuvimos la suerte de que la sequía 2014-17 se produjo cuando había pasado lo peor de la crisis, de forma que teníamos cierta capacidad para protegernos. Si nos hubiera ocurrido en 2009 y la sequía habría implicado la pérdida de uno o dos puntos del PIB; imagínese cómo hubiera sido la recesión. Esta es la magnitud de los problemas a los que nos vamos a enfrentar.
¿Cómo ve el tratamiento del agua en los medios de comunicación?
Los medios de comunicación se aproximan al tema con una perspectiva exclusivamente meteorológica, si llueve mucho o llueve poco, o con una perspectiva de sucesos. Un tercer elemento es tratar estos temas como si fueran estrictamente ambientales o sociales. No entran en las secciones de economía o de política, pues se considera un tema menor. Puede que sea un tema menor para Irlanda o Finlandia, y aun así tengo dudas, pero un país como España, es un tema central.
¿Qué diferencias hay en la actitud de los partidos políticos ante la cuestión del agua?
En general, los partidos tienen una visión muy pobre sobre el papel del agua como vector de desarrollo social y económico. Aunque parezca increíble, en este país se ha llegado a hablar de política de agua de derechas y de política de agua de izquierdas.
¿Cómo lo está haciendo el Gobierno actual?
Hay que saludar que en el ejercicio de construcción del Ministerio para la Transición Ecológica se hayan tomado tres decisiones clave: supeditar las decisiones de política energética a objetivos de cambio climático, poner el cambio climático en la fachada del edificio y sacar el agua de las discusiones sobre política agraria. El agua es un recurso multisectorial que no puede estar sometido solo a decisiones de política agraria. Si somos capaces de perseverar en este esfuerzo, saldremos de esa discusión equívoca, muy orientada al conflicto, que tiene que ver con si trasvase sí, trasvase no. La idea de transición ecológica tiene la virtud pedagógica de forzarnos a pensar que gestionar bien el agua es un ejercicio de medio y largo plazo que no puede estar sometido a las veleidades del ciclo político.
[Esta entrevista ha sido publicada en el número de 66 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
Gonzalo Delacámara transmite a la vez pasión y urgencia cuando habla de la necesidad de gestionar bien el agua en un momento en que el mundo trata de mitigar y adaptarse al cambio climático. Delacámara (Madrid, 1973) coordina desde hace una década el departamento de Economía del Agua del instituto de investigación avanzada IMDEA. En 2016, junto con otros profesores de la Universidad de Alcalá de Henares y con apoyo de premios Nobel de Economía y de la Paz, puso en marcha el Foro de la Economía del Agua, del que es director académico. Buena parte de su vida transcurre en aviones, y es que la lista de los organismos internacionales con los que colabora es infinita: Unesco, PNUD, ONU-Agua, CEPAL, Banco Mundial, OCDE, Comisión Europea... “Mi huella de carbono es pésima”, afirma.
Como habitantes de un país con amplias zonas semiáridas, ¿nos debe preocupar especialmente el cambio climático?