Trabajo para una familia que tiene seis niños. Pagué alrededor de1.200 dólares a una agencia para conseguir este empleo. El trabajo es duro, pero tengo responsabilidades en Kenia: tengo que cuidar de mi hijo y de mi madre, que está muy enferma.
En un día normal, me levanto a las cinco para limpiar el automóvil. Entre las seis y las siete y media, voy y vengo de la casa para llevar a los niños al colegio y dejar a la mujer en su trabajo. Cuando vuelvo, tengo que limpiar algunas partes de la casa, lo que me lleva unas cuatro horas. No me da tiempo a desayunar ni almorzar tranquila. La tarde se me va en ir a buscar a la familia a varios sitios.
No saben que tengo un teléfono. Me lo traje de Kenia y lo tengo escondido en mi habitación. Se supone que estoy siempre de guardia, así que en realidad no puedo parar ni un momento. Por eso, a menudo tengo que quedarme levantada hasta tarde, esperando para ir a buscar a alguien a medianoche.
Hace poco tuve un accidente, porque estaba tan cansada que pisé el acelerador en vez del freno. Me descontaron del salario el coste de la reparación del automóvil, a pesar de que en el taller me habían dicho que lo cubría el seguro.
Soy buena conductora y podría ganar un buen salario, pero en este trabajo sólo me pagan 1.200 riales qataríes (unos 330 dólares estadounidenses). Todos los meses, mis empleadores me retienen parte de este dinero para cubrir los costes de haberme traído aquí, aunque no estaba acordado así cuando empecé. No he podido hablarlo con ellos; en realidad, ni siquiera me permiten hablar con el hombre.
El sistema de los países del Golfo da todo el poder a los empleadores. Como nos “patrocinan” nuestros empleadores, dependemos de ellos para tener legalizada nuestra situación, así que no podemos cambiar de trabajo sin su permiso.
Cuando peor lo pasé fue una vez que se marchó una de las otras empleadas. Querían que hiciera su trabajo, y fue horrible. Nunca he estado tan estresada; ni comía casi. Y en todos esos meses, no me pagaron horas extras; no tuve siquiera un “gracias por lo que está haciendo, es un buen trabajo”.
Me sentía como si se estuvieran aprovechando de mí, así que, cuando llevaba ya un año aquí, decidí marcharme. Pensé volver a Kenia un tiempo e irme luego a Dubái, así que ahorré y me compré un billete para Kenia. Iba a salir en abril, pero cuando Qatar declaró el confinamiento, en marzo, se cancelaron todos los vuelos.
Ahora estoy atrapada aquí; no se mueve nada. Mi madre ingresada en el hospital para una operación de urgencia y yo aquí, angustiada por ello. Pienso en muchas cosas y no puedo hablar con nadie; a veces no quiero más que levantarme y ponerme a trabajar para evadirme de mis problemas.
Tengo amigas aquí que están esperando en la embajada a poder regresar a casa. Es muy difícil vivir separada de tu familia; imagina que terminas por fin tu contrato y en el último momento no puedes marcharte por culpa de la COVID-19.
Al menos ahora trabajo un poco menos, porque ya no conduzco. El Ramadán suele ser una época dura para las empleadas de casa, pero espero que este año sea algo más tranquilo.
Me alivia pensar que no soy la única en esta situación; hay mucha gente que tenía planes para este año y se le han frustrado. Intento consolarme pensando que estoy haciendo lo que vine a hacer aquí, aunque no sea precisamente lo que esperaba. Sólo tengo que aguantar un par de meses. Cuando termine la COVID-19 se abrirán las puertas y podré seguir con mi vida.
Amnistía Internacional pide a todos los gobiernos del Golfo que protejan a las trabajadoras y trabajadores domésticos de la explotación, los abusos y la discriminación. Deben garantizar que gozan de todas las garantías de la legislación laboral y velar por que se respetan sus derechos en el trabajo, entre los que figuran: un horario de trabajo limitado, días libres, pago de las horas extras y libertad de circulación. Más información aquí.aquí
Trabajo para una familia que tiene seis niños. Pagué alrededor de1.200 dólares a una agencia para conseguir este empleo. El trabajo es duro, pero tengo responsabilidades en Kenia: tengo que cuidar de mi hijo y de mi madre, que está muy enferma.
En un día normal, me levanto a las cinco para limpiar el automóvil. Entre las seis y las siete y media, voy y vengo de la casa para llevar a los niños al colegio y dejar a la mujer en su trabajo. Cuando vuelvo, tengo que limpiar algunas partes de la casa, lo que me lleva unas cuatro horas. No me da tiempo a desayunar ni almorzar tranquila. La tarde se me va en ir a buscar a la familia a varios sitios.