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OPINIÓN | Aldama, bomba de racimo, por Antón Losada

Caballero Bonald, de viaje a la Argónida

José Manuel Caballero Bonald, al igual que aquellos jóvenes intrépidos que viajaron a Sevilla en 1927 para homenajear a Góngora, forma parte también de una foto histórica. Fechada en el último año que da nombre a su generación poética, la de los 50, la imagen está tomada en Collioure, al Sur de Francia, la ciudad que es el santuario laico de media España desde que muriera allí, derrotado y vencido, don Antonio Machado.

Aquellos que se reunieron en Collioure para honrar al padre de todos los poetas posteriores son ya hoy parte de la historia de la literatura española. Constituyen la espina dorsal de un grupo poético que unió el respeto por la palabra, el delicado cuidado por el lenguaje, con el compromiso social. Sus nombres son José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald. Todos fueron hasta la tumba de Machado para consagrarse a su poesía y su vida, pero también fueron, como no podía ser de otro modo, para mostrar de una manera absolutamente sublime su rechazo a la dictadura de Franco.

Más allá de la vinculación almeriense de José Ángel Valente, el único andaluz de la fotografía es José Manuel Caballero Bonald. También es el único superviviente de una generación diezmada antes de tiempo. Me gusta creer que Pepe Caballero sintiera en Collioure, ante la tumba de don Antonio, que no había salido de la Baja Andalucía. Que aquellos días azules y ese sol eran, efectivamente, los de la Argónida de su infancia, “tierra virgen, primigenia, favorecida por los dioses, a la que nadie podría nunca mancillar”, al decir del propio poeta.

Y es que José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) posee un andalucismo inoculado; un andalucismo que impregna todo lo que toca, todo lo que habla, todo lo que escribe y todo lo que visita este poeta, en un perpetuo y permanente viaje hacia sus raíces: “La experiencia del niño que descubría el venerable Coto de Doñana -la Argónida de mi literatura- se ha ido traspasando sin ningún menoscabo a quien sucesivamente he sido”, reconoce el creador. Enredado en su hipnótica dicción, seseante, zigzagueante si me apuran, José Manuel Caballero Bonald asegura haber descubierto a Baudelaire y Rimbaud en un viaje de Sevilla a Cádiz (esos dos extremos en los que Fernando Villalón enmarcaba el universo), en una bella síntesis de su concepción de lo andaluz como un hecho universal.

Adolescente de la posguerra -en un descripción bonaldiana-, testigo de los cambios estéticos de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, pero también de la muerte de Franco y del paso de una España centralista a un Estado de las Autonomías, Pepe Caballero manifiesta en su obra todos esos cambios políticos, territoriales y culturales. “Si la dictadura franquista había proyectado al exterior una identidad nacional histriónica, basada en gran parte en la distorsión y exageración de muchísimos elementos andaluces, el gaditano busca depurar ese estereotipo y se replantea qué y cómo es Andalucía durante el Tardofranquismo y, muy especialmente, en los primeros años de la democracia. Su reacción contra ese manido paradigma se traduce en la incorporación de Andalucía, sus gentes y sus paisajes a su obra con el fin de desenmascarar la falsa imagen franquista y presentar una Andalucía veraz y auténtica”, explica Luis Pascual Cordero en su estudio Andalucía en la prosa de Caballero Bonald y Fernando Quiñones.

Se han cumplido ya más de 60 años de la aparición de Las adivinaciones, el libro de poemas con el que se estrenó Caballero Bonald en la literatura, y más de medio siglo de la de Dos días de septiembre, su primera novela. El poemario fue accésit del Premio Adonais. La novela ganó el Biblioteca Breve y le granjeó asimismo sus primeros litigios, precisamente con Jerez, su ciudad natal, donde se malentendió su denuncia a una sociedad andaluza anquilosada: “También se critica lo que se ama. A Jerez le tengo el apego que se puede tener a la patria en la que naces, aunque ya se sabe que las patrias, chicas o no, son todas equívocas. Lo que se ve desde la ventana donde uno soporta la vida con placer, eso es la patria. Yo he tenido cuatro o cinco patrias predilectas”, aseguraba entonces este niño de padre cubano y madre de ascendencia francesa, que entiende Andalucía como un referente universal y literario, más que como una cuestión de banderas.

Desde Las Adivinaciones hasta hoy ha habido de todo -publicaciones, premios y honores de múltiple naturaleza...-, y todo realizado desde la máxima exquisitez, el conocimiento del oficio de escritor y el entusiasmo de la vocación. Prolífico autor en todos los géneros, aunque poeta por encima de cualquier otra consideración, Caballero Bonald ha desarrollado su obra aferrado a un barroquismo netamente andaluz como única manera de entender el lenguaje, ilustre embajador de Góngora, al tiempo que descendiente de la estirpe cervantina.

“En mi poesía está lo que pienso, y hasta lo que todavía no pienso”

Ha contado también su vida a los lectores en todas las formas que conoce y practica: novela (Ágata ojo de gato, esa reivindicación de Doñana como paisaje de su infancia), libros de memorias (La costumbre de vivir, Tiempo de guerras perdidas) y poesía, con esa obra cumbre que es Entreguerras, su autobiografía escrita en poesía. Después de esos 3.000 versos condensados en un único poema que vieron la luz en 2012, el jerezano tuvo la tentación de abandonar: “Ya no voy a escribir más”, declaró.

Afortunadamente, no ha sido así. La poesía, nos dice, le ayuda a mantenerse joven. “El que no se queda callado, el que iguala el pensamiento con la vida, tiene ya mucho ganado para rejuvenecer”. Por eso sigue escribiendo... Y sigue militando, como forma de resistencia, como arma para combatir el paso del tiempo, ese tiempo que nos queda, que diría el poeta. Su militancia forma también parte de su integridad moral, en la literatura y en la vida.

Porque como poeta no ha traicionado jamás sus posicionamientos estéticos, y como hombre, podemos asegurar que nunca se ha puesto de perfil ante nada: ha hecho públicos affaires amorosos controvertidos, se ha levantado de jurados literarios de los que ha dudado de su validez, ha batallado contra gobiernos y gobernantes y, lo más actual -ya como ilustre Premio Cervantes de este país-: se ha decidido a encabezar una plataforma de Andaluces por el diálogo para afrontar la crisis catalana.

Así lo explicaba, precisamente, en su discurso del Premio Cervantes en 2012:

“Más de una vez he comentado que mi palabra escrita reproduce obviamente mis ideas estéticas, pero también mi pensamiento moral, mis litigios personales, mi manera de buscar una salida al laberinto de la historia. El prodigio instrumental del idioma me ha servido para objetivar mi noción del mundo, y he procurado siempre que esa poética noción del mundo se corresponda con mi más irrevocable ideario. Como suele decirse, en mi poesía está implícito todo lo que pienso, y hasta lo que todavía no pienso, que ya es meritorio”.

Historia viva de nuestra tierra, de la lengua española, bandera de nuestra cultura e Hijo Predilecto de Andalucía, José Manuel Caballero Bonald sigue siendo hoy el mismo que visitó a Machado en 1959, aquel que viajó a Collioure sin que su alma saliera del valle del Guadalquivir: “se trataba de hacer un frente común contra la falta de libertades y la mediocridad cultural”. Y en eso sigue a sus 91 años, tanto el poeta como el hombre.

José Manuel Caballero Bonald, al igual que aquellos jóvenes intrépidos que viajaron a Sevilla en 1927 para homenajear a Góngora, forma parte también de una foto histórica. Fechada en el último año que da nombre a su generación poética, la de los 50, la imagen está tomada en Collioure, al Sur de Francia, la ciudad que es el santuario laico de media España desde que muriera allí, derrotado y vencido, don Antonio Machado.

Aquellos que se reunieron en Collioure para honrar al padre de todos los poetas posteriores son ya hoy parte de la historia de la literatura española. Constituyen la espina dorsal de un grupo poético que unió el respeto por la palabra, el delicado cuidado por el lenguaje, con el compromiso social. Sus nombres son José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald. Todos fueron hasta la tumba de Machado para consagrarse a su poesía y su vida, pero también fueron, como no podía ser de otro modo, para mostrar de una manera absolutamente sublime su rechazo a la dictadura de Franco.