Andalucía, año cero del PP: Moreno y Feijóo ante el reto de frenar a Vox desde la moderación
“Andalucía es el kilómetro cero del nuevo PP. Esta ruta sólo nos puede llevar a la Moncloa”, dice, confiado, un miembro del Gobierno andaluz. El 20 congreso nacional del PP, celebrado este fin de semana en Sevilla, ha reseteado el centroderecha en España, fulminando los últimos cuatro años del mandato de Pablo Casado. “Somos la única alternativa real del centroderecha”, ha anunciado, eufórico, el anfitrión y presidente andaluz, Juan Manuel Moreno.
El cónclave de los populares ha tenido dos tempos muy diferenciados: el ritmo pausado e institucional de Alberto Núñez Feijóo, ofreciendo a pactos de Estado, anunciando una oposición responsable, una carrera de fondo a la Moncloa... Su principal cometido es reconstruir un partido de Gobierno que se ha inmolado a tumba abierta y en prime time ante todos los españoles. “Un PP irreconocible”, dicen. El otro tempo es el de Moreno, acelerado, tensionado, propulsado a una campaña electoral en ciernes, un sprint final hacia las urnas. Su objetivo es ganar y seguir gobernando Andalucía.
En este segundo punto convergen las prioridades del gallego y del andaluz. Sin lo segundo, no habrá tiempo para reconstruir el partido. “Feijóo y Moreno han marcado una nueva hoja de ruta para el PP, la de la moderación y la centralidad. Ahora tienen que demostrar a Isabel Díaz Ayuso que pueden frenar a Vox desde la moderación”, explica una fuente del Palacio de San Telmo, sede de la Junta. “Somos una retaguardia, somos un equipo de soldados, presidente, que te vamos a acompañar ahora, en este momento crítico. Pero un equipo que tiene poca paciencia para las tonterías y poco aguante para las imposiciones”, le advirtió la presidenta de Madrid al gallego hace unos días.
En las elecciones andaluzas, sean en junio o en otoño, se la juegan los dos dirigentes y se la juega la nueva impronta que quieren devolver al PP como “la gran casa del votante de derechas”. Un resultado como el de Castilla y León, abriendo la puerta al segundo Gobierno de coalición con Vox, puede comprometer la hoja de ruta de Moreno, pero también la de Feijóo.
La nueva dirección nacional del PP es un equilibrio de poder territorial entre gallegos, andaluces y madrileños. Pero sólo los de Ayuso vienen de ganar unas elecciones de forma rotunda, frenando en seco el avance de la ultraderecha, con un discurso esencialista y una estrategia tendente a chapotear en todas las guerras culturales posibles. Su estilo está en las antípodas del de Moreno.
“Tenemos estilos distintos, y Andalucía no es Madrid”, dice el presidente de la Junta, que ve inimaginable apelar al binomio socialismo o libertad para derrotar a un PSOE que le ha precedido 37 años ininterrumpidos en el Gobierno. “Yo lo que tengo que hacer es no molestar. Centrarme en el trabajo y no molestar”, dice, quien se ha pasado los últimos tres años de mandato ahuyentando todos los debates ideológicos, hasta sepultar “el miedo a que viene el lobo” (léase, un gobierno de derechas). “Ese cuento se ha acabado”, repite cada poco tiempo.
Un congreso “raro”
El presidente Moreno entró, enérgico, en el 20 congreso del partido anunciando que aquello que todavía no había empezado “ya era un éxito”. Lo repitió con más énfasis en la clausura. Necesitaba que así fuera. Las andaluzas están a la vuelta de la esquina.
Pero el congreso ha sido “raro”, dicen algunos dirigentes. Ha tenido muchas lecturas cruzadas y eso no facilita lanzar un mensaje claro y rotundo como el que necesitaba Moreno para tomar impulso hacia las elecciones. “Generaba tanta expectación el presidente saliente como el que llegaba”, advierte un diputado en el Congreso, que ha percibido las prisas por enterrar cuanto antes el corto ciclo de Pablo Casado y entregarse de inmediato en manos de Feijóo.
El PP se tiene que reconstruir en tiempo récord, la militancia tiene que sacudirse la pesadumbre de la crisis post Casado, y todos tienen que inyectarse la adrenalina de un partido ganador. Antes de la implosión del PP, Moreno esbozaba una campaña electoral basada en su marca personal, escondiendo las siglas de su partido, como hizo Feijóo en Galicia con mucho éxito. Ahora, por fuerza, el andaluz tiene que sumar al gallego a la ecuación, y el gallego no puede dejar atrás las siglas del partido que pretende relanzar.
Las crónicas del evento también se han dividido, unas enfocando al pasado, otras al futuro. “Probablemente porque muchos aún no hemos digerido lo que nos ha pasado”, dice un dirigente de Almería. El sábado, en los pasillos del Palacio de Exposiciones y Congresos de Sevilla, se comentaba el discurso de despedida y autoreafirmación de Casado como el de alguien “en estado de negación” ante la tragedia griega que acaba de sufrir en mitad de la plaza pública.
La lectura del congreso es “muy difusa, de aquí no se extrae una conclusión clara respecto a las elecciones andaluzas”, asegura un parlamentario andaluz. Y esa era una de las grandes preguntas que se escondía entre bambalinas. El efecto Feijóo, si lo hay, ¿convencerá a Moreno para disolver el Parlamento después de Semana Santa y adelantar los comicios a mitad de junio? ¿O conviene darle tiempo al gallego para construir una imagen sólida y fiable? Un PP nuevo que se parezca más al PP viejo, al de los marianistas, con el que disfruta el andaluz. “No es una refundación, pero casi”, venía diciendo Esteban González Pons desde el viernes.
El efecto Olona vs. el efecto Feijóo
No ha quedado meridianamente claro. En el Palacio de San Telmo ha gustado “mucho” el discurso de clausura de Feijóo, apelando al diálogo, a la serenidad, “con un discurso de Estado”, marcando distancias con los polos, singularmente con aquellos “que reparten carnés de patriota y son más españoles que nadie”, sin mentar a Vox por su nombre. Es evidente que Moreno se siente más cómodo con el gallego que con Casado, y que su participación en la campaña de las andaluzas estará en sintonía, coordinada por el hombre fuerte del andaluz que ahora es el hombre fuerte de Feijóo: Elías Bendodo.
Pero eso no responde a la pregunta del millón: ¿el congreso ha sido “un éxito” como para apretar el botón electoral en dos o tres semanas, convocando las elecciones el 12 o el 19 de junio? Feijóo es palanca de Moreno, pero Moreno también lo es de Feijóo. Andalucía es la comunidad más poblada, con 8,5 millones de habitantes, que en las generales aporta 61 diputados al Congreso. Era un granero tradicional de votos para el PSOE hasta diciembre de 2018. En las últimas generales de 2019, Andalucía se convirtió en el mayor bastión de votos y escaños para Vox: 800.000 papeletas -el doble que en las andaluzas-, sorpasando al PP en cuatro de las ocho provincias.
Moreno no tiene miedo a las izquierdas andaluzas per se -ahora en estado de hibernación o de catarsis-; tiene miedo a Macarena Olona, virtual candidata de la ultraderecha a la presidencia de la Junta, y al desembarco de Santiago Abascal y todo su ejército. Ninguna encuesta desde hace tres años ha dejado de señalar el camino ascendente de la ultraderecha en Andalucía, siempre a costa del credimiento del PP.
El presidente de la Junta tiene miedo de que el efecto Olona golpee con fuerza el puzzle de la política andaluza y, de carambola, recoloque las piezas de la izquierda que no estaban en el tablero: más de 700.000 votantes que se quedaron en casa hace tres años, unos 400.000 del PSOE y otros 300.000 de la coalición Podemos-IU (Adelante Andalucía).
Con la guerra civil entre Casado y Díaz Ayuso perdieron tres puntos en intención de voto, cuando estaban a cinco escaños de la mayoría absoluta [55 diputados de 109], según sus sondeos internos. Con la reconstrucción acelerada y el nombre de Feijóo, creen haberlos recuperado, pero para estar seguros pondrán a trabajar sus máquinas demoscópicas en los próximos días, mientras la gente se toma un respiro y sale a ver procesiones de Semana Santa. “Es importante elegir una fecha en la que la gente esté feliz”, dice Moreno, como el factor demoscópico de más peso en este momento, tras la pandemia mundial, el confinamiento, las restricciones, la guerra en Ucrania, la crisis económica, la inflacción...
Bendodo y Bravo, el otro tándem
Lo difícil no es elegir el momento de las urnas, sino aguantar la respiración durante los 54 días que, por ley, tienen que transcurrir entre la disolución del Parlamento y el día de la votación. “En 54 días pueden pasar muchas cosas en política, están pasando, de hecho”, se lamentan en San Telmo. Hay vértigo. Pero también hay relato para construir una buena campaña.
Andalucía sale muy reforzada en la nueva dirección nacional del PP, como nunca antes. Bendodo es coordinador general, un puesto que Feijóo rescata del organigrama que tenía Mariano Rajoy, y que servirá de contrapeso a su número dos, la secretaria general, Cuca Gamarra. También asciende a la núcleo duro al consejero de Hacienda, Juan Bravo, el único casadista andaluz que sobrevive en la dirección nacional, y entran tres nombres andaluces en el Comité Ejecutivo nacional, y otros cuatro en la Junta Directiva.
Pero el peso de Andalucía está por encima de los nombramientos. Moreno es quien ha escudado a Feijóo durante el proceso de expulsión de Casado, reclutando a todos los barones y cargos relevantes del partido para forzar el relevo. En Sevilla se ha oficializado algo que ya existía en las crónicas andaluzas: el tándem Galicia-Andalucía que traslada el epicentro del poder popular de Madrid a la periferia, con permiso de Díaz Ayuso.
La madrileña tiene el camino despejado para convertirse en presidenta del PP de su comunidad en mayo. Feijóo, al contrario que Casado, no lo percibe como una amenaza (por ahora), porque tiene el volumen de peso de Andalucía para contrarrestar su poder.
Pero para que el plan funcione, claro, las elecciones andaluzas deben ser un éxito “de verdad”. “Moreno y Feijóo deben demostrarle a Ayuso y a los suyos que son capaces de frenar a Vox desde la moderación”, insisten. Es el único aval para confiar en el camino a la centralidad, la equidistancia y la moderación que han marcado los dos dirigentes. “No estamos aquí para ganar un congreso, sino para ganar elecciones”, ha advertido la madrileña, enfriando el entusiasmo con el que Moreno trataba de contagiar a los suyos.
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