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Los cantes de David Palomar y Laura Vital navegan desde la Bahía al Bajo Guadalquivir

David Palomar.

Amalia Bulnes

La cosa pintaba por Cádiz este jueves en la Bienal de Flamenco, con dos apuestas muy diferentes y en espacios, los dos estratégicos, también diferenciados en lo geográfico. La joven -pero curtida- cantaora de Sanlúcar de Barrameda Laura Vital se asomaba al altar de la desacralizada iglesia de San Luis de los Franceses, que impone desde el mismo patio de butacas. David Palomar, otro joven de enorme proyección en los últimos años, era colocado en la bombonera del Lope de Vega, para transportar al público hasta la flamenca ciudad de Cádiz, en un recital que apenas llegó a salir de las Puertas de Tierra.

 Al abrigo del barroco sevillano, Vital, de rojo pasión, elegantísima y sobria, presentó un proyecto de enorme interés, de esos que merecen ser presentados en un contexto como una Bienal de Flamenco, con sentido de la responsabilidad y ambición. Bajo el título 'Mujeres de sal', recupera, no sólo cantes, sino figuras principalísimas en el flamenco a quienes casi nunca se les dio su sitio en este arte: las mujeres. La voz femenina tutelada por el hombre de la casa, escondida en las fiestas familiares, vetadas en los escenarios hasta que surge la primera gran señora del flamenco profesional, Pastora Pavón 'La Niña de los Peines', que abrió puertas y ventanas y colocó a la mujer en el foco del cante por derecho.

Lo de Laura Vital en la iglesia de San Luis fue un doble desafío: el primero, del que salió airosa, recuperar cantes como una deliciosa bambera popularizada por la Niña de los Peines, así como otros nada prodigados en los repertorios actuales: cantó por malagueñas invocando a La Trini; se acordó de Rosa La Papera y Rosario la del Colorao por alegrías y, qué preciosidad, se marcó unos fandangos de Alosno como los hacía María La Conejilla.

Sin embargo, el segundo de los desafíos no estaba en el guión: fallaba el sonido de su micrófono, quedándose esa voz dulce, elegante y de preciosista fraseo, escondida tras la guitarra -excelente Eduardo Rebollar- y las palmas. Mejoraba Laura Vital cuando dejaba la silla de enea y se colocaba de pie al filo del escenario sin amplificación en la voz. Pero aun así, fue una delicia escucharla, verla, casi palpar en su voz los gestos de Juana la del Revuelo en unos tangos tan conocidos como irresistibles; y sentir que uno como espectador sale de un espectáculo de la Bienal con la alforja más llena, de sensibilidad, pero también de conocimiento. Laura es una estudiosa del cante, comprometida con la actividad docente del flamenco, y su espectáculo tuvo en todo momento un sentido de homenaje y divulgación.

Desde las puertas de tierra

David Palomar, sin embargo, viajó a Sevilla pero se quedó en casa. Traía unos zapatos muy llamativos, blancos y negros y de charol rojo en una segunda parte, pero bien podrían haber sido sustituidos por unas 'babuchas', porque el joven venía de andar por casa. De andar por La Viña, por el Barrio de Santa María (apeló a Chano en más de una ocasión), incluso por el mismísimo Teatro Falla… Está bien, el público lo aplaudió con enorme fervor, pero se echó de menos algo más de ambición para presentarse en solitario en la Bienal de Flamenco de Sevilla, y en un escenario como el Teatro Lope de Vega.

Empezó y terminó por bulerías, en tono carnavalero, como broche a un ramillete de alegrías, tangos, rumbas, lo mejor de la casa gaditana en la que se ha criado y que en todo momento reivindicó desde sus cantes y su folclore más conocidos. Fue poco exigente Palomar, incluso cuando quiso meterse por unas malagueñas de Chacón o, ya al final, cantar por seguiriya y por soleá en una elección de programa quizás un tanto deslavazada. No obstante, en Sevilla Cádiz es siempre bienvenida y admirada, si no por el flamenco, por ser la cuna de la gracia. En esta ocasión gustaron las dos cosas, y así se lo hizo saber un público entregado.

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