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Los niños y niñas son un colectivo del que se habla pero al que no se le da toda la voz que debería. Cuando ellos utilizan los servicios públicos, son quienes más cerca disfrutan y padecen de la educación; son un colectivo al que les afecta cuando su familia se ve golpeada por dificultades económicas o sociales; a veces son víctimas; ellos y ellas se juegan su futuro y a la vez el de todos. Y tienen derechos y opiniones que hay que respetar. Y en elDiario.es Andalucía queremos contar con la infancia. Por eso este espacio.

Una familia de acogida para salvar del abismo a jóvenes extutelados llegados en patera

Marián y Mhedi, en la cafetería Ágora, en el barrio de Triana
17 de diciembre de 2021 22:54 h

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La historia de Mhedi es la de muchos, o no tantos, según se mire. Porque tuvo la fortuna -la misma que buscaba cuando se subió en una patera con 16 años en Tánger- de encontrar una familia acogedora tras su doble ruta migratoria, la del Estrecho de Gibraltar y la del papeleo antes y después de ser menor extranjero no acompañado. Perseguía un sueño, el mismo que nunca iba a poder alcanzar pastoreando de por vida en el pequeño núcleo rural de Beni Mellal, en el centro de Marruecos. De aquella ilusión se asomó al abismo al cumplir la mayoría de edad, no sin antes atravesar una larga incertidumbre, rodeado de burocracia y que, con poco más de 18 años, sin otra opción, parecía dejarle a su suerte. Cansado de dar vueltas, de un centro a otro, de una entidad a otra, un correo electrónico a Marián fue el primer paso definitivo hacia una seguridad, hacia una vida independiente, hacia el futuro que le empujó a subirse a aquella patera. Con un hogar y una “segunda familia” detrás, todo es más fácil, aunque no lo sea, aunque no lo haya sido. Él, simplemente, quería una vida mejor, aunque fuera lejos de su casa, aunque ahora tenga otra. Su sueño, o al menos su objetivo, ha cambiado ahora con su situación estable: comprarse un coche y visitar a su madre. ¿Por ese orden? Sonríe.

De aquel “regalo de navidad” ha pasado un año. Fue el 25 de diciembre de 2020, cuatro años después de embarcarse hacia Europa. Marián, que bromea con la fecha, recogió a Mhedi en Santa Justa procedente de San Fernando. No era la primera vez que acogía. Delegada en Sevilla de la Asociación de Familias Solidarias para el Desarrollo, con sede en Cádiz, resalta la importancia de que haya familias que den el “paso adelante” de ser acogedoras para ayudar a estos chicos y para darles “un hogar” desde el cual empezar una edad adulta en la que, como todos, el objetivo sea prosperar, tener trabajo y, ya con el tiempo, formar una familia en libertad.

Mhedi llega al bar de “mami” con cara de cansancio. Ha estado trabajando varios días en otro establecimiento como ayudante y pinche de cocina. Un café para recuperar energía y una breve mirada atrás hacia una ruta migratoria que no cesa. El bar 'Ágora', en pleno barrio de Triana, es un ir y venir de habituales, a los que Marián llama sin fallo por sus nombres. “No te vayas sin pagar, que te tengo localizado”, advierte a uno con guasa. Vinculada siempre al sector del turismo, aunque con algunas incursiones previas en la hostelería, cambió el tercio hace unos meses al hacerse cargo del histórico 'El ancla', conocido como 'el ágora de Triana' (de ahí su nombre actual) por ser un pequeño centro cultural de unos pocos metros cuadrados por el que pasaban artistas, flamencos, etc. en un contexto único como el trianero.

“En mi pueblo no tenía ningún futuro”

Pero volvamos a Mhedi, al que vemos de gris entrar en la embarcación de Salvamento Marítimo, con capucha, desde la patera que se había quedado a la deriva en enero de 2018. Fue una de las muchas noticias de migrantes, sin rostros detrás, que recogen los telediarios. ¿Por qué se subió a una patera? “Tan mal no estaba, pero en mi pueblo no tenía ningún futuro”, resume. Días antes de unos exámenes, recuerda ese detalle, tomó su nuevo camino. Nueve horas de autobús con tres amigos, en similares circunstancias, desde su pequeño pueblo a Tánger, dejando atrás a su padre ganadero y a una madre que le echa en falta desde entonces. Unos pescadores fueron los encargados de llevarles unos kilómetros con dirección a la península ibérica. Allí, ya solos, en una lancha neumática sin motor, alertaron de su situación por teléfono. Siempre con teléfono. En apenas 15 minutos fueron rescatados y, poco tiempo después, ya pisaban suelo español. Después del primer contacto policial, un dispositivo de emergencia de los muchos que se vio obligada a abrir la Junta en aquellos tiempos, en este caso en La Línea de la Concepción, fue su primera y breve experiencia bajo la tutela de la administración. Apenas estuvo un día tras su traslado a Arcos de la Frontera. El primo de uno de los amigos en Sevilla y un coche propiciaron una fuga clandestina, la segunda en su corta vida de 16 años.

Su vida en libertad no duró mucho en la capital andaluza. Al no poder hacerse cargo, aquel primo le entregó a los servicios de protección de menores de la Junta y estos al centro de SAMU en Montequinto, en Dos Hermanas. Año y medio después, y tras pasar por otro centro (y otra entidad, en este caso Cepaim, esta vez en Palmete), los 18 años le obligaban a ir dejando el paraguas de la Junta y pasó a uno de los recursos del Programa +18 que el Gobierno autonómico tiene para esos jóvenes de centros de protección que alcanzan la mayoría de edad, tanto nacionales como extranjeros. Con unas prácticas laborales apalabradas, destino Cádiz, firmó su emancipación de la Junta. Pero la Covid-19, también aquí, paró ese sueño. Después, un piso de otra entidad en El Puerto de Santa María al que llegó a través de Sevilla Acoge, sería su siguiente parada, aunque no la última. El fin de la subvención, y el consiguiente cierre del piso, acabó también pronto con Mhedi en la calle. Sin destino, otra vez, tres años después de rozar el sueño europeo. “Vuelta al abismo”, apunta Marián respecto a la situación de los menores extranjeros que alcanzan la mayoría de edad.

“Cuando pasan los 18, ¿dónde van?”

Y en esas llegó ese correo electrónico. El permiso de residencia de Mhedi estaba reglado, pero no el de trabajo. Un detalle no menor ya que, hasta la reforma del Reglamento de Extranjería aprobada en octubre, debía presentar ante la administración un contrato de trabajo con una jornada laboral no inferior a 40 horas. Mientras se formaba en cocina, estuvo cinco meses en un piso de la asociación Abrázame, ya en Sevilla. Ese contrato llegó y en verano estaba totalmente regularizada su situación. El carné de conducir y un nuevo trabajo han sido las últimas dos escalas en su progresión. “Mhedi quiere seguir prosperando”, dice Marián, que no disimula muestras de cariño hacia él, aunque contenidas. Él, más tímido pero con un desparpajo indisimulable, asegura sentirse muy a gusto con esta nueva familia encabezada por Marián. “Me trata como si fuera un hijo más. Siempre le agradeceré lo que está haciendo conmigo. Me aconseja cada vez que quiero dar un paso más”. La energía, que parece no faltarle, ahora se ve acompañada por un hogar y una seguridad para sacar su vida hacia adelante en España.

La Asociación Familias Solidarias para el Desarrollo tiene a 27 jóvenes extutelados en 'Emprendiendo el vuelo', un programa de emancipación y autonomía personal en pisos y también en familias de acogida. Instalados en Chipiona, Chiclana y Almería, el proyecto de mayoría de edad está previsto en Sevilla para seis jóvenes más. “Cuando pasan los 18, ¿dónde van? Ellos quieren trabajar pero antes tienen que formarse. A esa edad es cuando empiezan su otro periplo después del migratorio. Cuando Mhedi contactó conmigo me dijo que estaba cansado de ir de centro en centro”, relata Marián. “Extranjería tiene unos trámites bizarros. Para ellos es un calvario ese papeleo. Les crea mucha ansiedad y desasosiego”.

Ella no es nueva en esto. Mamadou, guineano de 20 años como Mhedi, también forma parte de esta familia. Son dos de los siete jóvenes extranjeros extutelados a los que Marián ha acogido en su casa. Tiene otro en la aceituna, en Jaén, ya con el papeleo resuelto de acuerdo a la nueva reglamentación, explica. “Cuando cumplen los 18 se enfrentan al abismo”, insiste. ¿Y qué pasa con estos jóvenes si no hay familias de acogida? “En los asentamientos de Palos, de Lepe, malviven muchos. Hay mucha necesidad, pero pocos recursos para ellos. La ayuda psicosocial es muy importante cuando llegan, normalmente con 16 ó 17 años, porque algunos traen historias terroríficas. Vienen muchas veces muertos de miedo. Han pasado muchos meses cerca de la frontera, esperando el momento”.

Preguntada por campañas como la de Vox en la que se carga contra los menores migrantes, Marián lo tiene claro: “Tienen ese discurso de odio para generar miedo en la sociedad, pero desconocen su situación real y meten a todos en el mismo saco. Es más fácil incidir en pequeños grupos infractores, que también los hay, para provocar políticas de rechazo y xenofobia que no ayudan al futuro de la sociedad y de estos chavales. Todos vienen a trabajar, buscando un futuro que ven en la tele en sus países y que allí nunca van a poder alcanzar. Vienen persiguiendo un sueño. Quienes digan cosas malas de ellos es porque no se acercan a sus realidades. Si no se trabaja con ellos, hay inseguridad, claro, porque ellos tienen que sobrevivir. '¿Es que me han robado tres manzanas?' ¿Tú qué harías si no tienes para comer? La mayoría quiere regularizar su situación, y muchos lo consiguen, porque tienen gran capacidad de esfuerzo, paciencia e ilusión por hacerlo. Hay que enfocar de otro modo las políticas migratorias. España es puerta de entrada de las migraciones, eso es así y va a seguir siendo”.

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