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En Andalucía no se come bien

África del Norte

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No se trata de que en nuestra amada tierra no se disponga de alimentos de una altísima calidad. Todo lo contrario, ya que, aunque los cultivos intensivos y sus poblados chabolistas anexos que abundan en ambos extremos del territorio parezcan de otro continente u otra época, son de aquí.

Seguramente hayas entrado en este artículo desde la visceralidad, deseando confrontar con quien osase decir que en nuestra tierra no se come bien, “con la gastronomía que tenemos”. Es justo lo que quería que hicieras y de lo que vamos a hablar: del nacionalismo visceral.

El motivo de semejante declaración es otro. Si el buen clima se comiera, o la población andaluza conociese la manera de hacer un picadillo con el arte y el salero, otro gallo cantaría. Pero la comida vale dinero.

Es curioso cómo, en los tiempos que corren, las reivindicaciones andaluzas se han reducido a defender a ultranza la receta del salmorejo tradicional frente a la receta del salmorejo con remolacha opresora. No cuestionamos la subida de los precios de los productos teniendo una tierra donde se puede plantar casi de todo, ni cuestionamos el poco tiempo que nos queda después de una jornada laboral para dedicarlo a cocinar, ni cuestionamos lo cada vez más difícil que es encontrar comercios locales frente a las grandes multinacionales o los derechos laborales de las personas que trabajan en el campo en condiciones cada indignas. Reivindicamos la comida “de nuestras abuelas y de nuestras madres” sin plantear por qué siempre la tenían que hacer ellas.

¿Para qué sentir orgullo de Andalucía por la lucha de astilleros pudiendo sentir orgullo por el buen tiempo? Es a lo que llamamos de forma jocosa nacionalismo climático: estar orgulloso de Andalucía como fenómeno meteorológico

Cada vez se habla más de Andalucía para decir menos por Andalucía. El orgullo de pertenencia ha dejado de venir desde la lucha obrera, tan arraigada a esta tierra como las raíces de los olivos que varean quienes todavía la trabajan y donde instagramers se hacen fotos. Es más cómodo sentir orgullo de realidades que no estén en tu mano transformar. ¿Para qué sentir orgullo de Andalucía por la lucha de los astilleros pudiendo sentir orgullo por el buen tiempo? Es a lo que llamamos de forma jocosa nacionalismo climático: estar orgulloso de Andalucía como fenómeno meteorológico (como si tuviese algún mérito por parte de quien la habita), sin darnos cuenta de que tiene el mismo sentido que sentir orgullo por ser Piscis, o por tener astigmatismo.

A más se llenan la boca con Andalucía, más vacío tiene el pueblo su estómago. Sorprende que el auge del andalucismo cultural venga de la mano del auge más reaccionario en la escena política. ¿Estaremos perdiendo fuerza por bulerías?

Se ha monetizado la lucha, las consignas han pasado a ser eslóganes, lo tradicional ha pasado a ser entendido como transgresor, se reivindica la Semana Santa, El Rocío, la Feria, no se plantea por qué Queipo de Llano descansa bajo la basílica de la Macarena, el impacto medioambiental sobre Doñana o las condiciones laborales en una caseta, cegados por el ole y ole.

Nos encanta darnos un baño de andalucismo, pero en la orilla, nada de sumergirse a las profundidades. Preferimos quedarnos en la superficie, no vaya a ser que al aventurarnos nos encontremos alguna fosa común

Del nacionalismo se aprovecha todo, como del cerdo. Pero a diferencia del cerdo, lo más rico del nacionalismo, lo que todo el mundo aprovecha más, son las vísceras. Ese sentimiento visceral de pertenencia puede utilizarse para todo, tanto para rascar votos como para vender productos, importando poco o nada e incluso no viviendo la realidad que aquí se vive.

Escuchar a Pepe Suero está de moda, tanto que podría ganarse hoy la vida mejor de lo que se la ganaba antaño, pero se nos olvida la portada de su disco “Andalucía la que divierte”. Nos encanta darnos un baño de andalucismo, pero en la orilla, nada de sumergirse a las profundidades. Preferimos quedarnos en la superficie, no vaya a ser que al aventurarnos nos encontremos alguna fosa común.

La defensa de esta tierra siempre fue la defensa de las causas justas, de las clases populares frente a las clases privilegiadas, nunca un terrateniente abrazó las consignas de una jornalera como ahora abrazamos los eslóganes de las multinacionales. Algo estamos haciendo mal si todo lo que decimos sirve para que los de siempre lo usen para sus intereses.

Aunque el poder se vista de flamenca, poder se queda. ¿Qué importa si una multa por ejercer tu derecho a manifestarte viene escrita en andaluz o si el producto que compras en una multinacional explotadora es andalusian-friendly?

Es necesario recapacitar hacia donde queríamos ir y hacia donde nos están llevando, plantear si esta ebullición artística la tienen al fuego quienes siempre tuvieron la sartén por el mango, si las raíces de las que tanto hablamos están creciendo en Sierra Morena o en los monocultivos de los mares de plástico.

No debemos seguir dando las gracias a la mano que nos da de comer obviando como nos estrangula con la otra, ni dejar que nos compren quienes nos obligan a malvendernos.

No hace falta querer volver a ser lo que fuimos, porque ya lo somos, NADA.

No se trata de que en nuestra amada tierra no se disponga de alimentos de una altísima calidad. Todo lo contrario, ya que, aunque los cultivos intensivos y sus poblados chabolistas anexos que abundan en ambos extremos del territorio parezcan de otro continente u otra época, son de aquí.

Seguramente hayas entrado en este artículo desde la visceralidad, deseando confrontar con quien osase decir que en nuestra tierra no se come bien, “con la gastronomía que tenemos”. Es justo lo que quería que hicieras y de lo que vamos a hablar: del nacionalismo visceral.