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¡Deja ya la gomita! El borrado de mujeres andaluzas en la Historia

Laura Tinajero

17 de octubre de 2024 20:50 h

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No hay año, estación, mes o semana que no seamos testigos del ninguneo a las mujeres del presente, y a las del pasado. Nos parece ya hasta normal que un hombre importante se llevara el mérito del trabajo de su esposa. Ejemplos tenemos muchos, desde escritores a científicos pasando por empresarios y artistas de toda índole. Pero en cuanto buceamos un poco más en la Historia —en mi caso en los archivos— nos quedamos de piedra ante el borrado, la ocultación y la reinterpretación que se ha hecho de muchas mujeres a las que a día de hoy no conocen ni en su casa a la hora de comer, pero que fueron clave en su momento histórico.

Hace unas semanas vimos cómo una hermandad penitencial de la ciudad de Sevilla propuso la eliminación del nombre de Catalina de Ribera de un tramo del paseo de la zona de Jardines de Murillo, del que forma parte desde hace un siglo, que se dice pronto. Eso para poner en su lugar el nombre de la Virgen de la Candelaria de dicha cofradía. El ayuntamiento, sin pensarlo demasiado, creo yo, aprobó inicialmente la peregrina idea. Aunque no hemos sido muchas personas, en el pleno y en redes algunas hemos protestado efusivamente contra la ocurrencia (gracias a lo cual el cambio finalmente no se llevó a cabo), destacando el valor histórico, artístico, patrimonial y humanitario, si me apuráis —aunque la señora tuvo sus cositas— de Catalina de Ribera. Una mujer de finales del siglo XV y principios del XVI que fundó en la calle Santiago de Sevilla uno de los primeros hospitales de Europa sólo para mujeres, entonces llamado Hospital de las Cinco Plagas, y que luego se conocería como de las Cinco Llagas o de la Sangre. Tras la muerte de Catalina fue trasladado por su hijo Fadrique a la zona de la Macarena, donde hoy día tenemos la sede del Parlamento de Andalucía.

Por si fuera poco, Catalina también fue la promotora de reformas de palacios como Casa Pilatos y Dueñas, y administradora de las Almonas Reales de Triana, las famosas fábricas de jabón blanco de Castilla. Pero claro, como veis, no merece que su nombre siga donde está porque necesitamos otro nombre de virgen, cristo, santo o santa más en el callejero para que pase como con la Plaza del Pan, que por mucho que le pusieran otro nombre –Plaza Jesús de la Pasión– la gente la sigue llamando según la denominación antigua, porque aquí somos tradicionales hasta para eso y nos gusta poco cambiar. Y ocurriría igual con el Paseo de Catalina de Ribera, pero es posible que las nuevas generaciones lo empezaran a llamar con el nuevo, lo mismo que hay personas humanas que le dicen a Twitter Equis –sí, conozco a alguno–… Hay gente pa to. Y no, a muchos no nos da la gana que hagan eso con la Cati. Lo mismo que a mí personalmente no me apetece nada que otras mujeres se queden en el olvido porque un grupo de señores, normalmente decimonónicos y a veces incluso más antiguos, les diese por quitar de en medio a señoras haciendo cosas importantes. Mi labor como historiadora es sacarlas de los archivos polvorientos y cabrearme tela cuando veo que sí que eran conocidas por algunos historiadores pero, o no les salió de las gónadas publicar nada sobre ellas, o directamente las subestimaron en sus trabajos académicos.

Valentina Pinelo dedicó un libro entero a Santa Ana, la abuela de Jesús, pero realmente fue una excusa para hablar de ella misma. Usó la figura religiosa como alter ego y además habló también de astrología, de quiromancia y de cómo se sentía más que orgullosa de ser mujer escritora

Una de ellas es la primera escritora sevillana de la que tenemos constancia, y una de las primeras de Andalucía: Valentina Pinelo. Era de familia genovesa, que se afincó en Sevilla entre los siglos XV y XVI. Ella era monja en el convento de San Leandro, donde se dedicó a escribir poemas y también libros eruditos, teológicos –como el único que se ha encontrado, aunque ella afirmó que escribió otro más, un cancionero–... Valentina dedicó un libro entero a Santa Ana, la abuela de Jesús, pero realmente fue una excusa para hablar de ella misma. Usó la figura religiosa como alter ego y además habló también de astrología, de quiromancia y de cómo se sentía más que orgullosa de ser mujer escritora, aunque no pudo titularse ni como bachillera ni como universitaria porque esos estudios estaban prohibidos para las mujeres.

Hablando de la universidad, curiosamente era un lugar solo para hombres en el pasado, solo los chicos y los señores podían ser estudiantes y profesores. Sin embargo, tenemos una excepción maravillosa que confirma la regla de que las mujeres del pasado, a pesar de los pesares, hicieron mucho en todos los ámbitos de la sociedad, y la universidad tampoco se les escapaba. Fue una mujer en un mundo de hombres la encargada de administrar las obras de la primera universidad de Andalucía, el colegio Santa María de Jesús, en la Puerta de Jerez de Sevilla. Y lo hizo desde 1509, año en el que muere Maese Rodrigo –fundador de la universidad–, legando todo su patrimonio económico a una mujer religiosa, una beata franciscana. Ella era la ama de llaves de su casa hasta ese momento, y tras la muerte del jefe se dio a la tarea de finalizar las obras de la capilla, las aulas y todo lo que quedaba por hacer, así como de cobrar las rentas de las propiedades que dejó don Rodrigo y designar a los mayordomos que se encargarían del papeleo, para no estar todo el día en el camino. Ella era María Sánchez y actúo como jefa del cotarro entre 1509 y 1517, año en el que la señora murió. No estaba sola, ya he mencionado que fue una mujer en un mundo de hombres. Junto a María había otros dos hombres, llamados Fernando Ruiz de Hojeda y Pedro de Fuentes, también religiosos pero en total igualdad de condiciones, tal como fue el deseo del fundador de la universidad.

Volviendo al asunto con el que empezamos, no perdamos el foco, sigamos con el callejero. Al fin y al cabo no hay nada más andaluz que la calle, es lo más cercano a las personas, donde se divulgan también la Historia, las Artes, las Ciencias, etc., a través de los nombres de mujeres y hombres que protagonizan el nomenclátor. María no tiene ni una esquina en Sevilla Este. Por no tener no tiene ni sitio en los estudios sobre la institución que administró durante varios años, y si lo tiene es relegada al puesto de sirvienta del fundador, de amiga especial incluso (porque si estaba ahí es porque tenía un lío con el jefe, no por sus méritos, claro; nótese la ironía). De momento, en cuestión de presencia en lugares de paso y bien conocidos va ganando Catalina de Ribera, hasta que les dé por quitarla, aunque esperemos que nunca ocurra semejante borrado de la memoria histórica femenina. Porque sí, esto también es hacer memoria histórica. Y con Valentina Pinelo nos quedamos en un limbo: de ser una intelectual reconocida por los escritores de su tiempo, a no aparecer en la nómina cortísima de autoras en la actualidad. Bueno, tiene página de Wikipedia –ya es algo–, y cuatro gatos hemos escrito artículos sobre ella. Ah, se me olvidaba: tiene calle, sí, en la barriada de la Plata de Sevilla, una que da a la SE-30 y que, si a alguien le suena, es porque el GPS la ha nombrado cuando ha tenido que ir en busca de un taller mecánico de urgencia en Padre Pío o en Palmete, sin tener ni idea de que hay mundo más allá de la Gran Plaza. 

No hay año, estación, mes o semana que no seamos testigos del ninguneo a las mujeres del presente, y a las del pasado. Nos parece ya hasta normal que un hombre importante se llevara el mérito del trabajo de su esposa. Ejemplos tenemos muchos, desde escritores a científicos pasando por empresarios y artistas de toda índole. Pero en cuanto buceamos un poco más en la Historia —en mi caso en los archivos— nos quedamos de piedra ante el borrado, la ocultación y la reinterpretación que se ha hecho de muchas mujeres a las que a día de hoy no conocen ni en su casa a la hora de comer, pero que fueron clave en su momento histórico.

Hace unas semanas vimos cómo una hermandad penitencial de la ciudad de Sevilla propuso la eliminación del nombre de Catalina de Ribera de un tramo del paseo de la zona de Jardines de Murillo, del que forma parte desde hace un siglo, que se dice pronto. Eso para poner en su lugar el nombre de la Virgen de la Candelaria de dicha cofradía. El ayuntamiento, sin pensarlo demasiado, creo yo, aprobó inicialmente la peregrina idea. Aunque no hemos sido muchas personas, en el pleno y en redes algunas hemos protestado efusivamente contra la ocurrencia (gracias a lo cual el cambio finalmente no se llevó a cabo), destacando el valor histórico, artístico, patrimonial y humanitario, si me apuráis —aunque la señora tuvo sus cositas— de Catalina de Ribera. Una mujer de finales del siglo XV y principios del XVI que fundó en la calle Santiago de Sevilla uno de los primeros hospitales de Europa sólo para mujeres, entonces llamado Hospital de las Cinco Plagas, y que luego se conocería como de las Cinco Llagas o de la Sangre. Tras la muerte de Catalina fue trasladado por su hijo Fadrique a la zona de la Macarena, donde hoy día tenemos la sede del Parlamento de Andalucía.