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Las mixtificaciones del 4D

Isidoro Moreno

Catedrático emérito de Antropología y miembro de la plataforma Andalucía Viva —
21 de noviembre de 2024 20:20 h

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Si algún viajero poco conocedor de Andalucía aterrizara aquí en torno a este 4 de diciembre podría creer que se encontraba en un país que reivindica de forma generalizada su derecho a la soberanía. Ante sus ojos, en el sevillano palacio de San Telmo, sede de la presidencia del gobierno autónomo, decenas de ventanas estarán engalanadas con la verde, blanca y verde. También en algunos balcones estará desplegada la arbonaida (aunque, en este caso, en diversas versiones: algunas con el escudo oficial, otras con una estrella roja o tartéssica y las más sin escudo). La radiotelevisión pública y cuñas publicitarias en televisiones, radios y prensa recordarán que es el “Día de la Bandera”. Y el domingo anterior una manifestación habrá recorrido las calles de alguna ciudad, encabezada también por la verdiblanca, convocada por una serie de partidos políticos, sindicatos y organizaciones, todos ellos con la A de Andalucía en sus siglas.

Sin embargo, si ese mismo viajero -imposible si se trata de un simple turista- se interesa por profundizar algo en la realidad, verá pronto que la mayor parte de lo que le parecieron evidencias son meras escenografías, representaciones de un espectáculo repetido cada 28 de febrero, y ahora también cada 4 de diciembre, en el que instituciones, partidos y sindicatos se disfrazan de andalucistas. Esta última fecha ha sido convertida en una especie de carnaval prenavideño, en el que los actuales jerarcas peperos instalados en la Junta quieren hacer desaparecer la evidencia de que los progenitores de su partido (la Alianza Popular de Fraga y la UCD de Suárez) se opusieron con fuerza a que Andalucía alcanzara las mismas cotas de competencias que otras nacionalidades del Estado y siguen considerando a Andalucía una “región”, contrariamente a lo que recoge el propio Estatuto de Autonomía, que la define como nacionalidad histórica.

Aunque hay que explicar que, antes que ellos, los jerarcas pesoístas que ocuparon el gobierno de la Junta durante ¡37 años! habían hecho algo equivalente: teñirse de verdiblanco un día al año, aunque en su caso cambiaran para ello la fecha, trasladándola desde el 4 de diciembre al 28 de febrero con el objetivo de sustentar mejor el relato de que la autonomía -la muy limitada, y por ello ineficaz, autonomía que tiene Andalucía- fue obra del PSOE. La explicación del cambio estriba en que el 4D de 1977 fue una explosión identitaria en las calles y el protagonismo de los partidos fue menos evidente que en la campaña del referéndum de iniciativa autonómica y posterior desbloqueo del proceso. La realidad es que, durante décadas, solo para los minoritarios sectores soberanistas el 4 de diciembre ha continuado siendo el Día Nacional de Andalucía, aunque no fuera festivo ni los niños desayunen en las escuelas pan con aceite, porque lo uno y lo otro es ya inherente al oficializado 28 de febrero.

Se trata de estrategias planificadas con un doble objetivo: facilitar el extractivismo político-electoral (es decir, conseguir aquí votos para partidos cuya razón de ser no es Andalucía) y tratar de dificultar la aparición, o consolidación, de organizaciones realmente andalucistas que no sean meras delegaciones o franquicias de partidos cuyas decisiones se toman fuera de Andalucía

Hoy, sin embargo, el 4D, con la excusa de su rescate como fecha histórica, está siendo mitificado, con grave riesgo de pérdida de su significación. En un doble sentido. Por una parte, debido al interés del PP por aparecer como andalucista (aunque agregando al término andalucismo otros, como “moderno” o “constitucional”), haciendo ostentación de la verde y blanca y organizando diversos actos alrededor del que han bautizado como “Día de la Bandera”. Por otra parte, la mayoría de los partidos y grupos a los que suele aplicarse la etiqueta de “la izquierda a la izquierda del PSOE” -una frase idiota que legitima que el partido refundado en 1974 por Felipe González y Alfonso Guerra, con el apoyo de la SPD alemana y la CIA, sea de izquierda)- han tomado la fecha como una más para visibilizarse y declararse también andalucistas, a pesar de que no reconocen a Andalucía como un pueblo-nación ni llevan a las instituciones del estado en que tienen representación los problemas y reivindicaciones propios de Andalucía (el ejemplo del diseño interno de Sumar es reflejo clamoroso de esto).

Se trata de estrategias planificadas con un doble objetivo: facilitar el extractivismo político-electoral (es decir, conseguir aquí votos para partidos cuya razón de ser no es Andalucía) y tratar de dificultar la aparición, o consolidación, de organizaciones realmente andalucistas que no sean meras delegaciones o franquicias de partidos cuyas decisiones se toman fuera de Andalucía. Para facilitar este extractivismo –del que tanto se ha beneficiado el PSOE durante décadas- se amplía ahora el travestismo político: del azul o el rojo (más bien rosa pálido) se pasa al verde y blanco por un día (o por unos pocos días, si es preciso). En el caso de la derecha, es postureo que ni ellos se creen, pero que viene bien a la imagen de supuesta moderación (?) del PP “andaluz”. En el segundo, la izquierda estatal continúa demostrando que es devota de la España Una, aunque la prefiera republicana. E incluso en los casos en que se declara plurinacional, sigue sin considerar a Andalucía como una de las naciones del Estado con todo lo que ello implicaría, aunque no tenga ahora pudor en aceptar en algún manifiesto el término soberanía que hasta ayer mismo rechazaban, para tratar de ocupar el espacio andalucista. Banalizando el concepto, al considerar la soberanía como si fuera un derecho más entre otros muchos derechos: al trabajo, a la vivienda, a la salud, a los servicios públicos… O no entienden o no quieren entender de qué trata la soberanía, como llave para que el ejercicio de los demás derechos no sea una quimera.

¿Por qué el espacio político real del andalucismo (incluido el electoral, pero no solo este) ha estado vacío o ha sido tan débil durante tanto tiempo? ¿Por qué se han frustrado, hasta ahora, los intentos de construir un verdadero andalucismo político con cimientos sólidos?

El viajero en cuestión, si fuera capaz de ver más allá de las apariencias, concluirá que se trata de imposturas. En todos los casos -PP, PSOE e izquierda estatal- posibilitada por el síndrome del colonizado que aqueja hoy a la mayoría de los andaluces, consistente en mirar la realidad con los ojos de los colonizadores, que es lo que se les enseña a hacer en la mayoría de los centros educativos y por los medios de comunicación hegemónicos. Es este síndrome el principal responsable del bloqueo de la conciencia de pueblo y la mejor garantía para que las imposturas supuestamente andalucistas se perpetren con impunidad e incluso con rédito político. Imposturas que no son solo de ahora sino desde aquel ya lejano 4 de diciembre de 1977 en que los andaluces asombramos a todos (e incluso a nosotros mismos) con aquella clamorosa reafirmación de nuestro nosotros colectivo. En aquel entonces, casi todos los partidos agregaron apresuradamente a sus siglas y papeletas electorales la “A” de Andalucía, aunque ello solo tuviera consecuencia en la modificación de sus logos, pero no de sus políticas que continuaron y siguen plenamente enmarcadas en el nacionalismo de estado español.

A nuestro viajero, dos preguntas le asaltarían en este momento: ¿por qué el espacio político real del andalucismo (incluido el electoral, pero no solo este) ha estado vacío o ha sido tan débil durante tanto tiempo? ¿Por qué se han frustrado, hasta ahora, los intentos de construir un verdadero andalucismo político con cimientos sólidos? Las respuestas existen, aunque haya no pocos interesados en que no se visibilicen.

Si algún viajero poco conocedor de Andalucía aterrizara aquí en torno a este 4 de diciembre podría creer que se encontraba en un país que reivindica de forma generalizada su derecho a la soberanía. Ante sus ojos, en el sevillano palacio de San Telmo, sede de la presidencia del gobierno autónomo, decenas de ventanas estarán engalanadas con la verde, blanca y verde. También en algunos balcones estará desplegada la arbonaida (aunque, en este caso, en diversas versiones: algunas con el escudo oficial, otras con una estrella roja o tartéssica y las más sin escudo). La radiotelevisión pública y cuñas publicitarias en televisiones, radios y prensa recordarán que es el “Día de la Bandera”. Y el domingo anterior una manifestación habrá recorrido las calles de alguna ciudad, encabezada también por la verdiblanca, convocada por una serie de partidos políticos, sindicatos y organizaciones, todos ellos con la A de Andalucía en sus siglas.

Sin embargo, si ese mismo viajero -imposible si se trata de un simple turista- se interesa por profundizar algo en la realidad, verá pronto que la mayor parte de lo que le parecieron evidencias son meras escenografías, representaciones de un espectáculo repetido cada 28 de febrero, y ahora también cada 4 de diciembre, en el que instituciones, partidos y sindicatos se disfrazan de andalucistas. Esta última fecha ha sido convertida en una especie de carnaval prenavideño, en el que los actuales jerarcas peperos instalados en la Junta quieren hacer desaparecer la evidencia de que los progenitores de su partido (la Alianza Popular de Fraga y la UCD de Suárez) se opusieron con fuerza a que Andalucía alcanzara las mismas cotas de competencias que otras nacionalidades del Estado y siguen considerando a Andalucía una “región”, contrariamente a lo que recoge el propio Estatuto de Autonomía, que la define como nacionalidad histórica.