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Por la puerta chica

Hace unos días, el informativo vespertino de una conocida cadena autonómica con nombre de punto cardinal me hacía saber, a través de sus titulares, el hecho de que determinado profesional de la tortura y matanza de toros había cortado el rabo en unos festejos locales. Alguna inoportuna sinapsis me llevó a la zozobra: ¿cómo es que la presuntamente feliz noticia mereció el referido titular, sonrisa de satisfacción incluida por parte de la presentadora, y yo no conozco a nadie en mi círculo social de familia, amistades y colegas que manifieste el más mínimo seguimiento o interés por este tipo de prácticas? ¿Es que me muevo entre bichos raros?

Y es que, como tenía entendido y le oí a un profesor de Literatura de la Universidad de Sevilla en un documental para la citada cadena, detrás de los movimientos existentes por la abolición de las corridas, como el que llegó a buen puerto en Cataluña hace algunos años, no hay más que “nacionalismos” de corte “poco sano” (ya se sabe, el “nacionalismo” es algo patológico y el ‘español’ no existe) o maniobras del poder político contra la afición por “la fiesta” de “el pueblo”, principal víctima de los manejos prohibicionistas.

Pero claro, resulta que el presidente de la Junta mismo es habitual de estos espectáculos y hace un par de años, en una de las corridas a las que asistió, declaró con su presencia “respaldar al sector de la tauromaquia”, que “en Andalucía no solamente es tradición y cultura, sino también economía, y está muy asentado y arraigado con nuestras costumbres”. Por si no quedaba claro, quiso “que esta cita contara con la presencia del presidente de la Junta” para trasladar “a título personal e institucional ese respaldo”.  

Bueno, al fin y al cabo, la derecha oficial siempre ha apoyado a la tauromaquia, ¿no? Pero es que en junio de 2015 “el Rey Felipe VI y la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz”, participaron en “la entrega de los premios universitarios de fin de carrera y de los trofeos taurinos de la Feria de Abril 2014, que organiza la Real Maestranza de Caballería de Sevilla”. Por lo visto, el jefe del Estado “se refirió a los toreros premiados como «exponentes de la excelencia en el arte de la tauromaquia, que sigue inspirando nuevas creaciones artísticas»”, en tanto que la entonces flamante presidenta de la Junta quiso “felicitar a los toreros” [...] en un discurso que incluyó “un decidido apoyo a la labor cultural que lleva a cabo la Real Maestranza”. Y también por lo visto en el acto “hizo uso de la palabra el rector de la universidad hispalense”, que es donde trabajaba el mentado profesor del documental, “Antonio Ramírez de Arellano, quien [...] destacó ampliamente la aportación cultural de la fiesta de los toros y los toreros”. Resulta que aquel Ejecutivo proclamaba estar “apostando de forma decidida por la tauromaquia” alegando que “se trata de algo más que un espectáculo público y forma parte de la identidad y cultura de Andalucía”, lo que le llevó a presionar al Ayuntamiento de Utrera para que retirara la ordenanza que prohibía a los menores asistir a las corridas. Coincidencia de los dos grandes partidos estatales en su apoyo a la tauromaquia. Por cierto, el mentado rector luego sería consejero de Economía de ese mismo Gobierno autonómico, nada menos.

Si seguimos retrocediendo en el tiempo parece que, definitivamente, el poder político no es tan enemigo de la fiesta como algunos dicen. Según una crónica de Diario 16-Andalucía (2/VI/1989), a una conferencia pro-corridas asistió el delegado del Gobierno en Sevilla a la sazón, Alfonso Garrido, a título institucional. En 1985, Alfonso Guerra, quien fuera vicepresidente del Gobierno español, apareció en la portada de un diario asistiendo a una corrida de la Feria de Sevilla acompañado de su hijo pequeño. En El Correo de Andalucía (31/III/1990) aparecía una crónica sobre el exministro de Interior José Luis Corcuera hablando de la Ley Taurina, con publicidad de la entonces Caja San Fernando patrocinando “Mesas Taurinas” y otra noticia de que la Real Maestranza y la empresa de la plaza de toros de Sevilla subvencionaban corridas a 1.000 pesetas para el Aula Taurina de la citada universidad. En el acto, al que solo se podía acceder mediante invitación personal y numerada, “El señor Corcuera” procedió “a una enumeración somera” de los aspectos que debían cambiar con rapidez en la norma pero “sin dar demasiado ruido porque no es bueno que los ecos lleguen a los que, dentro y fuera de España, se manifiestan abiertamente en contra de la fiesta”. ¿Cómo? ¿Un ministro tomando partido por las corridas de toros y hablando semisecretamente al efecto de que una parte de la población para la que gobierna no conozca los detalles de una ley que ha elaborado?

Igual es que consideraba que la mayoría de la ciudadanía no debía enterarse de lo que tramaba porque esta se posicionaba en contra de ese espectáculo. Porque la denuncia del profesor universitario contra esa presunta persecución política iba, como decíamos, íntimamente unida a otra premisa: la de que dichas supuestas acciones contra la tauromaquia se llevan a cabo yendo contra el sentir popular, principal apoyo para que la tradición perdure.

Pero ¿es así? Obsérvese que en la corrida a la que asistió Moreno Bonilla este había declarado que la fiesta “necesita de ese apoyo y respaldo” y que su antecesora en el cargo, como veíamos, aseguraba que su Gobierno estaba “apostando de forma decidida” por ella. ¿Por qué un espectáculo que se supone que cuenta con el fervor popular iba a necesitar respaldo por parte de las administraciones? ¿Es como el lince ibérico?

Aquí radica uno de los motivos por los que el alto estamento institucional apoya las corridas: porque, de dejar de hacerlo, las corridas ya habrían dejado de celebrarse, dado que cuentan con una cada vez más escasa y decreciente afición

Hace poco recibí un correo interno del centro educativo donde trabajo, dirigido tanto a estudiantes como a docentes, con el siguiente asunto, en versales: “Toros gratis para el alumnado, profesorado y o acompañantes”. En el cuerpo se aclaraba que el instituto de secundaria en cuestión había recibido invitación por parte de la empresa responsable de la plaza de toros de Sevilla para asistir a una serie de novilladas a lo largo de mayo y junio. La misiva iba acompañada de una foto del correspondiente cartel que, bajo el título “Campaña de Promoción de la Fiesta”, especificaba que la referida empresa “invita a los alumnos de centros educativos a las novilladas que se van a celebrar en la Real Maestranza”, eso sí, “en colaboración con el Excmo. Ayto. de Sevilla”. ¡Vaya, ahora una Administración local! Y por otro, permítanme volver a la cuestión de fondo: ¿por qué el asunto requiere apoyo oficial e incluso regalar entradas si se supone que tiene tanto seguimiento? ¿Por qué un presentador suele despedir el programa de televisión local que conduce dedicado a los toros con fórmulas como “defendamos la fiesta” o “la fiesta te necesita”?

Probablemente porque, y aquí radica uno de los motivos por los que el alto estamento institucional apoya las corridas y, con ello, el negocio que para algunos sectores suponen estos espectáculos: porque, de dejar de hacerlo, las corridas ya habrían dejado de celebrarse, dado que cuentan con una cada vez más escasa y decreciente afición. En otras palabras, hay interés en que no se conozca el estado de la opinión pública en torno a la tauromaquia, como incluso llegan a reconocer los propios interesados en su mantenimiento. Prueba de ello es que, cuando se enteraron de que la Comisión de Medio Ambiente Europea iba a solicitar la realización en el reino de España de un referéndum para determinar si se debían permitir o no las corridas de toros, “se les erizaron los pelos, y en carta fechada el 3 de diciembre de 1986, la Confederación Nacional de Agricultores y Ganaderos se dirigió al señor Presidente del Parlamento Europeo solicitando que no se llevara a cabo. Aducían, reconociendo su escaso seguimiento entre la población del Estado español, la necesidad de ”respeto a las manifestaciones culturales y minoritarias“.

Naturalmente, la respiración asistida a la tauromaquia cuenta con la inestimable ayuda de buena parte de los medios de comunicación (pertenecientes muchos de ellos, en cada vez mayor medida, a grandes grupos empresariales), donde el sesgo a favor de las opiniones e informaciones favorables es, nunca mejor dicho, sangrante.

Ya que hablamos de información, también por ejemplo, el capítulo dedicado a “El toreo” del arriba citado documental, que pertenecía a una serie titulada Andalucía: mitos y tópicos, solo incluyó, a la hora de tratar el tema, a los defensores de tales prácticas. Se podría siquiera haber mencionado que personalidades ilustres del andalucismo histórico, como Antonio Ariza, Pedro Vallina, Eugenio Noel o Blas Infante llevaron a cabo sonoras campañas contra las corridas de toros. Ni mucho menos se citaron en el programa de La Nuestra palabras como las pronunciadas por el último de ellos: “No los atormentes porque sufren. A fuerza de energía de amor se amansan... Antes de matar o martirizar un animal mírale fijamente hacia el fondo de sus ojos... El hombre cruel con los animales lo será también con los mismos hombres; la crueldad es siempre una cosa misma, aun cuando cambie su objeto”. Que aquí conste.

Hace unos días, el informativo vespertino de una conocida cadena autonómica con nombre de punto cardinal me hacía saber, a través de sus titulares, el hecho de que determinado profesional de la tortura y matanza de toros había cortado el rabo en unos festejos locales. Alguna inoportuna sinapsis me llevó a la zozobra: ¿cómo es que la presuntamente feliz noticia mereció el referido titular, sonrisa de satisfacción incluida por parte de la presentadora, y yo no conozco a nadie en mi círculo social de familia, amistades y colegas que manifieste el más mínimo seguimiento o interés por este tipo de prácticas? ¿Es que me muevo entre bichos raros?

Y es que, como tenía entendido y le oí a un profesor de Literatura de la Universidad de Sevilla en un documental para la citada cadena, detrás de los movimientos existentes por la abolición de las corridas, como el que llegó a buen puerto en Cataluña hace algunos años, no hay más que “nacionalismos” de corte “poco sano” (ya se sabe, el “nacionalismo” es algo patológico y el ‘español’ no existe) o maniobras del poder político contra la afición por “la fiesta” de “el pueblo”, principal víctima de los manejos prohibicionistas.