“La brutal desigualdad del neoliberalismo causa esta oleada autoritaria”

Dilma Rousseff, economista, presidió Brasil con el Partido de los Trabajadores (PT) desde el 1 de enero de 2011 hasta que el 31 de agosto de 2016 culminó su destitución por supuesto maquillaje de cuentas pero considerada “golpe institucional” por ex presidentes como José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González, el italiano Massimo D’Alema o el ex primer ministro francés el derechista Jacques Chirac, Dominique De Villepin. También se han pronunciado en contra juristas como Baltasar Garzón, el ex director de Amnistía Internacional Pierre Sané o el filósofo Noam Chomsky. Su impeachment dio paso al gobierno de Michel Temer, que acabó acusado de corrupción, y a unas presidenciales marcadas por la condena a 12 años por corrupción del antecesor de Rousseff y nuevo aspirante Lula Da Silva. Su inhabilitación, pese al informe del Comité de Derechos Humanos de la ONU, abrió camino a la victoria del nostálgico de la dictadura (1964-1984), violento, machista, racista y homófobo Jair Bolsonaro.

Ahora, la expresidenta brasileña participa en Sevilla en el seminario internacional ¿La Era del Humanismo está llegando a su fin? que coincide con la investidura del primer gobierno del PP y Ciudadanos en Andalucía, tras 36 años del PSOE, donde la ultraderecha de Vox es llave necesaria.

¿Cuál es la situación actual en Brasil?

Brasil vive un estado de excepción en que lo judicial y militar han coadyuvado para que llegara al poder, vía electoral, la extrema derecha de corte fascista de Bolsonaro para desmontar las bases democráticas.

Usted fue encarcelada y torturada por la dictadura de la que el presidente Jair Bolsonaro es nostálgico, ¿teme que este gobierno, con gran presencia de las Fuerzas Armadas, avance al totalitarismo militar? gran presencia de las Fuerzas Armadas

Un régimen de corte militar no se puede descartar a la ligera. Pero no creo que sea la tendencia del neofascismo actual. Los militares se cuidarán de que no haya ruptura formal con la Constitución para, en cambio, dejarla sin efecto.

¿En qué se plasma el “corte fascista” del gobierno Bolsonaro?

La característica del fascismo es su incapacidad de admitir la diferencia. En el plano político el presidente lo ha verbalizado al decir: “No basta derrotar al PT, hay que destruirles: prisión o exilio”. El fascismo siempre crea un enemigo como pegamento de las fuerzas diversas que le aúpan. Pero la intolerancia también es social y cultural, contra mujeres, negros, indígenas, LGTBI. Llaman a “limpiar las escuelas del marxismo”, que es impedir la visión civilizatoria de derechos humanos e igualdad de género. Y apelan a la violencia: desde convertir nuestro gesto en campaña, que es la “L” de Lula con pulgar e índice, en un amenazador revolver, hasta su propuesta de impunidad policial para matar sospechosos.

¿Cuál es su situación y la del ex presidente Lula?

Yo concurrí al Senado por el Estado de Mina Gerais y, contra todos los sondeos, en esta campaña extraña de fakes news en redes sociales, se dio un vuelco y no obtuve acta. Y Lula, a quien visité en prisión el 3 de enero, resiste fuerte. Se sabe el mayor preso político del planeta. Está pendiente de una decisión del Supremo en abril sobre el artículo 5 de la Constitución contra el encarcelamiento de quienes no hayan agotado todas las instancias de recurso. Pero el gobierno intentará evitar su libertad porque teme que él coordine la oposición.

De su destitución y la inhabilitación de Lula hay dos versiones: lucha anti-corrupción o persecución política vía tribunales.

La excusa de la corrupción es clásica en Brasil para deponer a los presidentes que han trabajado por el pueblo: Getulio Vargas (1930-1945), Juscelino Kubitschek (1956-1961), Joâo Goulart (1961-1964) a los que jamás se probó nada. A mí, como no me podían ni calumniar de corrupta me hicieron el impeachment por un tema administrativo de paso de unas partidas a otras de educación, salud y justicia por un montante del 0,1% del presupuesto y préstamos que hacíamos con el banco público de Brasil a productores rurales. Cuestionaban si teníamos la firma precisa para devolver a tres meses cuando todos los presidentes, hasta yo en mi mandato previo, lo hacíamos en el mismo año fiscal.

¿Y Lula?

Se le acusa de recibir un apartamento que no es suyo. Está en un complejo donde sí ha pernoctado porque es de un amigo. Pero, como él dice, también ha dormido en Buckingham y no es dueño del palacio. Fue una maniobra para apartarle de la reelección cuando lideraba las encuestas. E impedirle hacer campaña por su sucesor Fernando Haddad que, pese a ello, logró 47 millones de votos, el 45%. No podían batir a Lula en las urnas, pero querían eliminarlo porque nuestros gobiernos prueban que otra política y mundo son posibles: luchar contra la concentración de riqueza financiera y a favor de los trabajadores.

Pero, en Brasil, votar es obligatorio y mujeres, pobres, población negra, amenazados por Bolsonaro, son mayoría. ¿Por qué le prefirieron al PT?

La extrema derecha en Brasil, EEUU o Europa no gana sin votos de las clases populares y allí los tuvo. Con una estrategia de eslabones: mi destitución, prisión de Lula e inhabilitación como candidato. Y con un discurso sobre dos pilares: la corrupción y la seguridad. Dijeron que la criminalidad venía de la destrucción de la familia. Que esta es culpa de feministas, promiscuas, abortistas, familias monoparentales donde de los hijos salen criminales. Defienden eso mientras quieren facilitar el acceso a las armas y nos amenazan.

¿Hace autocrítica?

Sí. No percibimos que esto estaba pasando. No en esta dimensión. Y eso que contábamos con el indicio de Trump. Pero en Brasil creímos que el adversario serían los conservadores que, en cambio, han resultado destruidos por la opción Bolsonaro. Esto era impensable hasta ahora en un país continental, donde para ganar necesitabas una estructura enorme, campaña en radio y, sobre todo, TV. La extrema derecha ha ganado con un partido inexistente y 38 segundos de televisión. Ha balcanizado la elección usando WhatsApp, Facebook y Twitter.

¿Hubo beneficios fiscales a la Iglesia evangélica que ahora apoya a Bolsonaro? ¿Faltó cooperación con otras izquierdas? ¿Mejoras en tema corrupción? Iglesia evangélica

Lo de la Iglesia evangélica que se dice no es verdad. Las exenciones fiscales eran para todas las confesiones. Y sobre corrupción, si acaso, hemos sido tan ingenuos, Lula y yo, como para subir los estándares de la lucha anti-corrupción al punto que las leyes e instituciones que reforzamos han sido usadas contra nosotros de manera espuria. Sí debimos haber plantado cara al fascismo con un frente democrático. Ahora es nuestro deber con la historia lograrlo.

La ola ultra va de EEUU a Europa donde ya gobierna en Italia, Austria, Polonia, Hungría y sube en Francia, Alemania… Hoy es llave del primer gobierno no socialista en 36 años en Andalucía. Usted es hija de un búlgaro exiliado entre guerras, ¿por qué cree que sube el autoritarismo?

Hay una contradicción entre la actual fase de desarrollo económico, el neoliberalismo, y la democracia. Nunca tras la Segunda Guerra Mundial, especialmente tras los 80, se concentró tanta renta y se destruyeron dos pilares claves del Estado de bienestar: la promesa de que los hijos vivirían mejor que los padres y la de que quien trabajara duro se labraría un porvenir, encarnada de forma palmaria en el sueño americano. La brutal desigualdad está en el epicentro de la frustración. Y el electorado sin empleo, sin perspectivas, que se siente impotente, pero tiene las redes sociales, se entrega al autoritario que, ahí, personalmente, le apunta un camino.

¿Como el de culpar a los migrantes?

Sí. Wall Street manda en el mainstream. Y prefiere que el trabajador blanco de EEUU que hoy gana menos que hace 30 años, que ya no forma una masa obrera organizada en sindicatos crea que el enemigo son los latinoamericanos que huyen de la desigualdad tratando de cruzar la frontera. En vez de entender que la culpa es de la concentración brutal de la renta. Quitando no sólo a los obreros cada vez más precarizados, trabajadores a tiempo parcial, más y más y profesionales, sino incluso a la industria productiva para dejarlo todo en el poder financiero.

¿Hay alternativa política y económica progresista o su experiencia prueba que la disidencia está abocada al fracaso?

Por supuesto que es posible. Uno de los puntales ideológicos más fuertes del neoliberalismo es defender que no hay alternativa. Y es interesante porque los adeptos al liberalismo supuestamente propugnan, frente a la planificación estatal, la más eficaz decisión individual, ¿no? Pero, ¿qué libre decisión si sólo hay una opción? El liberalismo teórico entra en contradicción con eso del mercado como única solución. Todos decían que China jamás llegaría la revolución tecnológica y hoy está a la par de EEUU en su máxima expresión: la inteligencia artificial.

¿China es ejemplo de alternativa al capitalismo?

No creo que la alternativa deba ser capitalismo o anticapitalismo, sino de democratización del equilibrio en la relación Estado y mercado.

¿Y China es modelo democrático?

No. Pero enseña que es falso que solo exista un camino. China no es nuestra referencia. En Brasil mis gobiernos y los de Lula desarrollaron un camino propio, democrático, con la educación en el centro, la bolsa familia para 56 millones de personas, 36 millones en miseria extrema, con la que sacamos al país del mapa del hambre de la ONU. Dando cobertura médica a 63 millones a los que se va a dejar sin ella.

¿Cuál es el plan ahora?

Creo que es necesario crear un frente democrático que aúne a todos los que vean la democracia amenazada por Bolsonaro. Un frente popular resistente, combativo para evitar lo más grave que encarna Bolsonaro: la eliminación de derecho de los trabajadores y las clases medias, derechos laborales, de pensiones de jubilación, de pérdida de soberanía mediante por ejemplo la venta del fabricante de aviones Embraer a la Boeing, o de alienación de nuestro petróleo y demás recursos naturales.

Muchos en la Amazonia. ¿Teme una destrucción inminente?

No se puede consentir aumentar el área deforestada. Hay que mantener la actual demarcación de áreas indígenas. La política de tierras de Brasil no puede sacrificar los derechos colectivos en interés exclusivo de algunos productores rurales.