“No science, no future”, sentencia una frase escrita a mano y rotulador, en una de las pizarras que cuelga de la pared en uno de los tantos pasillos del Centro Andaluz de Biología Molecular y Medicina Regenerativa CABIMER. Ubicado en la Isla de la Cartuja (Sevilla), el centro de investigación multidisciplinar en Biomedicina es pionero en España, ya que integra la investigación básica y aplicada, con la finalidad de traducir los resultados de los trabajos científicos en mejoras directas en la salud y en la calidad de vida de los ciudadanos. El espacio engloba más de dos plantas con tres departamentos, numerosos despachos y 20 laboratorios. Hay mucho movimiento durante la jornada laboral, trazado por un total de 190 profesionales, más del 60%, mujeres. Una de ellas es Vivan Capilla González, doctora en Biología, especializada en el campo de la terapia con células madre. La investigadora forma parte del Departamento de Regeneración y Terapia Celular, liderado por los investigadores Bernart Soria y Karim Hmadcha.
¿Qué le llevó a elegir la investigación como carrera profesional?
Me interesaba la investigación y pensé en medicina, también policía científica o periodismo, porque están vinculadas a esta. Me hablaron de Biología y estudié en Valencia. Durante la carrera me quejaba, aprendíamos a memorizar, hacer un examen y olvidar, pero no entrábamos en el laboratorio, y si no entras no sabes qué es realmente la investigación. Me interesaba el cerebro, y en cuarto de carrera, el que sería mi jefe de doctorado, José Manuel García Verdugo, me invitó a entrar en su laboratorio de neurociencias.
¿Sobre qué investigó en su doctorado?
Me focalicé en cómo los compuestos nitrosos de los alimentos podían afectar a las células madre del cerebro, apareciendo transtornos neurocognitivos o enfermedades degenerativas. A veces nos conformamos con que los alimentos no sean cancerígenos, pero tienen otros efectos que no vemos, como matar las células madre a una velocidad más alta de la natural. Sin una alimentación adecuada puedes llegar a ser un viejo prematuro, por así decirlo, porque se acelera la degeneración.
¿Cómo fue su experiencia como doctoranda?
Súper buena, la recuerdo como una época muy divertida. Joven, haciendo algo que me gustaba y por lo que me pagaban.
¿Tenía becas?
Sí, un contrato y con becas. Fue fundamental. Si quieres dedicarte a un doctorado, es imposible si no cuentas con financiación. Los recortes en este sentido han sido brutales. También para los departamentos, que necesitan dinero para investigar, y para contratar. Así te ves a jefes volviendo a los laboratorios porque no pueden ampliar personal. La situación da pena. Además las becas están vinculadas a la nota y no siempre los que tienen mejor nota son los mejores. Quizá estudiando sí, pero no en los laboratorios. Entiendo que si no hay becas para todos tiene que haber un filtro, pero es muy difícil.
¿Desde cuándo investiga en CABIMER?
Ahora hago cuatro años.
¿Previamente, tras el doctorado, sobre qué investigó?
Me interesé en el envejecimiento cerebral y a raíz de ahí hice dos postdoctorados. Uno relacionado con radioterapia del cerebro y otro con el envejecimiento. Me fui a la Universidad John Hopkins en Estados Unidos, donde hice dos estancias durante el doctorado, y volví a España. En mi caso, continuando en la trayectoria de neurociencias porque me encantaba y me di cuenta de que era mejor seguir una misma línea de investigación que cambiar, que te puede llevar el doble de años.
¿Qué conclusiones obtuvo en esa etapa investigadora?
Es bastante sabido que la radiación tiene efectos negativos. Los pacientes que se someten a radioterapia muestran muchos efectos secundarios, sobre todo los niños, como problemas cognitivos. Estudiamos qué efectos generaba la radioterapia sobre el tejido sano, el que hay junto al tumor, que es imposible no irradiarlo. Vimos que descendía el número de células madre y las que que quedaban, estaban en un estado inactivo. La capacidad para reparar de manera endógena los daños se perdía, pudiendo desencadenar daños cerebrales futuros porque la persona no podía combatirlo. También, con la irradiación, el cerebro quedaba envejecido totalmente.
¿Cómo ha continuado con esta línea de investigación en CABIMER?
Mi grupo aborda la terapia celular en diabetes. Cuando llegué al centro, la financiación estaba destinada a esto. En paralelo pedí en dos ocasiones financiación a la Junta de Andalucía para continuar con mi línea de investigación de radioterapia y cerebro. Porque la radiación, que se aplica hoy a un 50% de los pacientes con tumores, es buena, una de las herramientas más efectivas para combatir el tumor, aumentando la supervivencia, pero tenemos que ver alguna intervención que permita usarla sin efectos secundarios, mejorando la calidad de vida. En mi investigación anterior veíamos qué pasaba, ahora estamos, casi a punto de publicar los resultados, viendo cómo tratar para prevenir esos daños.
¿Qué resultados están obteniendo?
Muy positivos. Estamos contentos porque tenemos algo bastante bueno. Trabajamos con células madre, en un modelo de ratón trasplantamos esas células por vía nasal, que es poco invasiva, permitiendo después la traslación a humanos en un futuro ensayo preclínico. Consiste en que en lugar de sacar células madre del cerebro, usamos células mesenquimales, de la grasa, que no es nada invasivo. Porque imagínate sacarlas directamente del cerebro a una persona que ha pasado ya por cirugía, quimioterapia… Ante todo, hay que tener empatía con el paciente. De esta otra manera, al cogerlas de la grasa y transplantarlas en el cerebro, estas inducen a las células del cerebro a trabajar, pasando de estar paradas por los efectos de la radiación a activarse para intentar reparar el daño. En los ratones estamos viendo cómo mejoran sus capacidades para recordar, coordinar, a nivel molecular, celular, etc.
¿Hay alternativas al uso de ratones?
Podrías estudiarlo sin ratón pero en la mayoría de los casos te lo exigen, y lo veo razonable; no puedes hacer la traslación directamente sobre el humano. El uso de ratones está muy regulado por los comités de ética. A lo mejor antes no se estaba tan concienciado, ahora está muy regulado porque miran por el bienestar animal ante todo. A veces, incluso la regulación es excesiva.
¿Cuentan con la colaboración de otros profesionales, por ejemplo de personal médico, para los estudios?
Hay mucha conexión. Lo que yo veo lo veo en un ratón, ellos lo ven en los pacientes y me lo cuentan. Los que verdaderamente se implican, no solo con el fin de ponerlo en el currículum, querrían participar más y nosotros lo necesitaríamos, pero a veces no tienen opción. Tienen muchos pacientes que tratar y listas a contrarreloj.
¿Cómo es su día a día como investigadora?
Lo primero que hago es encender el ordenador e irme al laboratorio a hablar con los demás. Nuestro trabajo es en grupo, todo lo que hacemos es con el apoyo de muchas personas. En nuestro campo lo que uno solo podríamos tardar veinte años, en grupo lo conseguimos en uno, en tres… Según, porque aquí para todo se necesitan muchos recursos, financiación y tiempo.
Comenta que la investigación necesita de tiempo. Justamente las dinámicas laborales están llevando a otra deriva, hacia la fragmentación y la impostada urgencia.
Te dan financiación para tres años para abrir una nueva línea de investigación y publicar resultados, mostrando tu trabajo, si no no te renuevan la financiación. A veces es frustante porque ves que estás con algo muy bueno entre manos, pero no puedes dedicar más tiempo porque tienes que publicarlo como esté. En nuestro campo este tiempo es nada y cuesta mucho. Estamos vendidos, y tenemos que ser inteligentes para ir adaptándonos.
El 60% de las profesionales en su centro son mujeres, ¿cómo es su experiencia como mujer en el mundo de la investigación?
Desde que empecé no he visto ninguna diferencia, siempre me han tratado como igual. Pero sí tenemos una gran desventaja por la maternidad, que es fatal para una investigadora. Te implica una baja, y el antes y el después. Yo tenía la baja a los ocho meses, pero antes tenía que ir cerrando los experimentos, no podía esperar hasta el último día, te vas ralentizando, afectando a tu productividad. Después, dependiendo del proyecto, la baja te contabiliza o no. Tenía un proyecto de investigación de dos años y mi baja de seis meses era un cuarto del proyecto. Conseguí que me ampliasen, pero no por baja maternal, lo hubiese conseguido igual si hubiese sido otro tipo de baja o por otras razones. Y el contrato que era de un año sí me corrió, no me sumaron esos meses.
Otro ejemplo, a mi marido le dieron financiación para contratar. De los candidatos cogió a una mujer porque le gustó su perfil. Ella se queda embarazada. Él piensa “no pasa nada, se paraliza y le sumamos el tiempo después”. Y le dijeron que no, que tenían dos años y que no se podía alargar. Además tuvo un embarazo más complicado y había una temporada de la baja que la tenía que pagar él con el dinero del proyecto. Si ponen estas condiciones, en la próxima selección, si no quiero verme en las mismas, contrato a un hombre. Así fomentan que se contrate a hombres.
Esto sí que veo que tiene que arreglarse. La gestión de la maternidad está fatal planteada, cuando debería ser algo normal.
En un carrera profesional tan competitiva, ¿es otra desventaja?
Sí. La forma de competir a nivel de proyectos es preguntándote por lo que has producido en el último o últimos años. Si vienes de una baja maternal, piensas: “he producido un niño”. Quien no ha pasado por una baja, evidemente ha producido más, así que te quedas fuera.
¿Quizá porque la carrera investigadora está planteada con una mirada masculinizada, en base a premiar la productividad, sin contemplar los cuidados?
Totalmente. Cuando te vuelves a incorporar, cambia tu ritmo de investigación también. Antes me quedaba hasta las ocho de la tarde o por la noche en casa me ponía a avanzar cosas o a leer artículos. Ahora me voy a las cinco y paro, pero mis compañeros siguen, produciendo más. No es solo la baja, es que sigo criando. A mi marido, también investigador, le afecta. Sé que si quiero llegar más lejos, tendría que estar más horas, pero no puedo.
¿Cómo está cumpliendo Andalucía en investigación?
Vengo de Valencia, donde los últimos años hubo unos recortes brutales. Pensé que era general en España y cuando llegué a Andalucía vi que era una barbaridad de dinero el que se estaba consiguiendo para investigación. Aunque sea menor que en años anteriores, en relación al mercado global se está haciendo una buena labor.