Día 61 en estado de alarma: ¿hemos aprendido algo?
Han publicado el estudio de seroprevalencia del coronavirus y lo único que hacemos es sumar otra palabra a nuestro vocabulario cotidiano, porque ni siquiera nos pueden garantizar que los que han pasado la enfermedad estén inmunizados y, si fuera así, tampoco por cuánto tiempo. Quizá porque en lo que más rápido avanzamos durante esta crisis es en la incorporación de terminología, con mayor o menor estupor de la RAE, igual que en la de 2008 nos familiarizamos enseguida con la prima de riesgo o las agencias de rating.
Es más, hay cosas que tal vez nunca lleguemos a saber, como cuántos de los fallecidos, sobre todo mayores, han sido por coronavirus y no con coronavirus. Ni siquiera, cuánta gente ha muerto o va a morir por otras patologías debido a que en este tiempo se ha descuidado su atención por las reglas del confinamiento. O en qué medida cierta psicosis con la asepsia de nuestros hijos los haga más débiles para lo que pueda venir en el futuro. Tal vez sí lleguemos a saber algún día qué factores han marcado la desigual distribución del virus más allá de las actuales especulaciones que sólo sirven para la propaganda de los políticos. Porque lo único que hacemos por el momento es restar vidas y sumar incertidumbres, que esperemos que sean cada vez menos en ambos casos.
Lo que quizá sí hemos aprendido es a tomar nueva conciencia de nuestra vulnerabilidad, combatible en lo físico con la ciencia y la investigación, y en lo psíquico, con la capacidad de resiliencia, pero en cualquiera de los dos casos, con más garantías de éxito, si es desde la fuerza de la conciencia colectiva (La ventana de Olga).
Porrazos
¿Qué hemos aprendido de esta crisis sanitaria? Espero que el Gobierno y las instituciones todas hayan aprendido mucho, por lo que pueda venir o rebrotar, y que no nos vuelva a coger una pandemia como ésta tan en paños menores. Porque lo que es a nivel particular, a nivel de la ciudadanía, me temo que no hemos aprendido nada y en ésto, lamentablemente, me da la razón la historia, que es muy tozuda.
Me tengo por una persona sumamente optimista, de los que ven el vaso medio lleno y si está medio vacío lo vuelvo a llenar lo antes posible. Pero eso no quita para que me conozca un poco y, como dice el proverbio latino ,“puesto que soy hombre, nada al hombre me es ajeno”. Somos las personas animales muy poco dadas al cambio y al aprendizaje de la vida. Deberíamos haber aprendido a valorar la amistad, la familia, la cotidianeidad, el trabajo, la sanidad pública (que ya empieza la peña a criticarla), la enseñanza pública (que dentro de poco estaremos quejándonos de lo poco que trabajan, que tienen dos meses de vacaciones...) y el largo etcétera de toda la vida.
Tendríamos que aprender a valorar la libertad, ahora que sabemos lo que es vivir en cautiverio y con nuestras libertades restringidas, ahora que hay tantos Cantamañanas empeñados en tirar por tierra todo lo que hemos conseguido en estos 40 años de democracia y vendernos el elixir de la mano dura.
Pero las noticias que nos llegan no van en esta dirección me temo. Esta pandemia tendría que enseñarnos a valorar lo que realmente tiene importancia en la vida, las cosas que nos hacen felices, lo que nos hace reír, aquello que no se compra, a sentir, a disfrutar de las pequeñas cosas, a preocuparnos sólo de lo que verdaderamente tiene importancia, a no pasarnos media vida cabreados. Todo esto, en teoría, uno lo aprende cuando se ve privado de su libertad y cuando tiene la posibilidad cierta de un desenlace catastrófico.
Efectivamente, en teoría, porque la realidad es que somos tozudos y nos cuesta la misma vida cambiar nuestro modus operandi. Escuché en una conferencia a un neurocirujano decir que olvidar, al fin y al cabo, es un sistema del cerebro humano para poder seguir adelante sin miedo. Si no, nunca volveríamos a montarnos en coche, ni a coger un avión, ni a tantas otras cosas. No quisiera ser derrotista, pero sospecho que no saldremos de aquí más sabios ni con la lección aprendida.
Y es que como especie, progresar seguramente progresaremos, pero por el camino nos vamos pegando cada porrazo... (La ventana de Luis).
En un incendio
Cuando un incendio forestal adquiere proporciones infernales, llueve fuego desde el cielo. Las partículas ígneas caen a decenas de kilómetros de distancia, creándose un caos letal y destructivo. Mientras todo arde a nuestro alrededor, nuestra única opción es mantener la calma y confinarnos en casa. Sí, al salir todo estará chamuscado, pero la casa conservará sus cimientos y nosotros, nuestros latidos y nuestra respiración.
Es así como imagino esta pandemia. Como un incendio gigantesco que nos obliga a confinarnos en cuerpo y mente, mientras las llamas de la incertidumbre y el miedo arden a nuestros alrededor.
Creo que ese fuego sólo se extingue de una manera: bajando las revoluciones. Dosificando la información, administrando la tragedia. Pero, sobre todo, disfrutando con sabiduría de los escasos momentos de paz. Así saldremos chamuscados. Pero, al menos, lo haremos vivos. No me cabe la menor duda. (La ventana de Alejandro)
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