Día 63 en estado de alarma: un chef en cada casa

Durante este periodo de reclusión obligatoria y, a priori, con mucho tiempo libre en casa que había que rellenar, la gente se ha lanzado a aprender todo tipo de habilidades con aluda de amigos y con tutoriales de YouTube. Hay una serie de cosas que hemos aprendido obligados por las circunstancias, como a teletrabajar, a tele escolarizar a nuestros hijos y a unas cuántas teles más.

Cuando era pequeño, uno de los avances que presentaban las películas del futuro es que podías tener videollamadas, y nos quedábamos atónitos cuando el protagonista hablaba con su capitán y se veían a través de una pantalla en la nave nodriza. El poder ver a nuestro interlocutor al otro lado de la línea es posible desde hace mucho tiempo, pero nunca lo usé, me pareció siempre una estupidez que quitaba la intimidad que te da el teléfono, el poder hablar tumbado en la cama o en el cuarto de baño. Sin embargo, en estos días he aprendido a hacer videollamadas con el WhatsApp, he instalado Skype en mi ordenador y he aprendido a tener charlas a cuatro bandas, para más no me da el cerebro. Hemos aprendido a cortarnos el pelo y a teñirlo. Algunos a dejarse la barba y hacerse cortes imposibles.

Pero quizás donde se lo ha currado más el personal ha sido en la gastronomía, y se han lanzado como locos a cocinar. Comida asiática, carne y pescados a baja temperatura y, sobre todo, la repostería y el pan. Así que, como ocurrió al principio con la desaparición del papel higiénico, hemos estado prácticamente dos meses sin levadura fresca en los supermercados.

Hace 15 días conseguí una caja de levadura, justo en el momento en el que el reponedor trataba de ponerla en el estante. “No pierda el tiempo, me la llevo entera” “Caballero, debería de pensar en los clientes que vengan después”, intentó convencerme poniendo carita de gatito mojado. Le dirigí una mirada gélida, como Clint Eastwood en Harry el sucio, eso sí, no llegué a decirle aquello de “alégrame el día”. Así que durante unos días he sido el rey Midas, traficando con los taquitos de levadura fresca.

Me he descargado un par de programas de vídeo y, con la ayuda de mi amigo Paco y algún tutorial, he aprendido a montar vídeos con cierta complicación. Estos tutoriales nos han dado la vida. De hecho, me he fabricado dos herramientas siguiendo los consejos de Williams Sánchez en su canal bricoleando güey.

Pero hay una cosa que se me resiste, me tiene frito y no he logrado aprender a pesar de todo el tiempo que le he dedicado durante estos dos meses. No es otra cosa que abrir las bolsas del supermercado con los guantes de plástico desechables puestos. Si alguno lo ha conseguido, por favor, que deje aquí la dirección del tutorial. (La ventana de Luis)

El teléfono, el folleto y el imán

En este confinamiento hay tres elementos que están garantizando que se coma de calidad: el teléfono, el folleto y el imán de nevera. Sí, porque esos tres, unidos, hacen posible que cualquier persona pueda comer como debe ser. El ritual es el siguiente: vas a la nevera, coges un folleto que está cogido con un imán, llamas al teléfono del restaurante a domicilio y espera media horita. Conseguido.

Luego están los que cocinan a todas horas, esos malditos seres raros solo incluidos en la lista de los que afirman que la harina repostera se ha agotado en las tiendas. No, es mentira. Hay harina a raudales cada vez que se precisa. (La ventana de Fermín)

Pucherazo

Si he aprendido algo en esta cuarentena es a gastarme menos dinero a la hora de comer. ¿Os habéis dado cuenta de lo barato que sale un puchero? He calculado que por unos diez o doce euros tienes comida para tres días. Os hago el recuento. De la humeante olla, sacas las verduras, los huesos, la carne, los garbanzos y el caldo. El primer día, te tomas, de primero, tu rico cocido. Y de segundo, una suculenta pringá.

Al día siguiente, puedes repetir cocido y, de segundo, una tosta con pringá bien trituradita. El resto de carne, la trituras también y te haces unas deliciosas croquetas, que te dan para cenar un par de noches. Por si fuera poco, la verdura la conviertes en puré, la mezclas con el caldo y tienes sopa con fideos para dos cenas. El culmen es hacerse unas friturillas de garbanzos. Pero eso es nivel (puto) amo de la cocina. O, más bien, abuela de otra época. (La ventana de Alejandro)