Día 64 en estado de alarma: 4.774 mensajes de whatsapp no leídos o la cuarentena del móvil
De todos los inventos de la humanidad desde que el hombre primitivo le dio forma a una piedra e inventó la rueda, no se había desarrollado un ingenio semejante como el botón de “salir” de los grupos de Whatsapp. Es una maravilla, sobre todo en estos tiempos de confinamiento.
Para empezar, hay que recordar que el Whatsapp se inventó para sustituir al toque del móvil ese que dábamos cuando llegábamos a recoger a alguien y le avisábamos con un toque de llamada de que bajara del piso. El Whatsapp es para un “baja, que he llegado”, no para que alguien se siente en el sofá a las diez de la noche con un paquete de pipas y un gintonic y te cuente su vida, o, además, oh desgracia, te envíe una nota de voz de diez minutos.
A ver, que sí, que es muy bonito escuchar la voz de alguien, pero para eso hay un invento que suele ser de color verde que se pulsa y al otro lado hay alguien que te habla y se establece una cosa llamada “diálogo”. Sí, salir de un grupo de Whatsapp en estos tiempos es más difícil que salir de la droga, pero es toda una liberación. Eso sí, hazlo con cautela, de madrugada, sin que te vea, porque si alguien se da cuenta serás señalado para toda la vida como ese ser insolidario que una vez dejó tirado a la humanidad. Ave, Telegram, los que se cambian te saludan. (La ventana de Fermín)
Uso parásito del guasap
Pertenezco a una veintena de grupos de guasap, y en algunos ni me echan cuenta, pero los uso en plan parásito, porque la información es poder, salvo que seas tan torpe como para justo saltarte el mensaje importante entre toda la morralla. Que a veces ocurre.
Con la efervescencia de los primeros días del estado de alarma (semanas incluso) fueron un no parar, una ventana digital con cortinas de memes y pesares. Sin duda, los más activos han sido los obligatorios: los de trabajo y los de colegio, que de ambos tengo varios. Y de todo tipo: los sobrios y prácticos, que son siempre de agradecer, y el resto, que no lo voy a clasificar por si alguien se siente aludido. Quiero decir, por poner un solo ejemplo, que no hace falta que el homenajeado diga “gracias + cara con corazón” a cada “feliz cumpleaños”, sino que se puede esperar hasta el final y poner un agradecimiento para todos.
Sin duda, los mejores son los grupos de guasap de caducidad prefijada. Pese a que en teoría son los que menos molestan, por eso de tener un límite temporal, llega la hora de crearlos y siempre esperamos a que sea otro el que lo haga para no parecer pesados. Encima, tengo por costumbre olvidar que existen y ahí que, si tiro pantalla para abajo, leo todavía “Fin de año 2016”, “Regalo Fulanita” o “Los 40 de Menganito”. Pero, además, son indestructibles porque cambias de móvil y siguen apareciendo, y todos lo han abandonado menos tú y tres tontos más que, menos mal, tampoco escriben. Vamos, que por suerte no se nos ha dado por crear el grupo de guasap “Estado de Alarma” como algo temporal. (La ventana de Olga)
La zorra en el corral
Lo leí en alguna parte. La primera parte de la cuarentena iba a venir acompañada de una aluvión de memes. Así fue. Ocurrió lo mismo que en otros países. También leí en aquel artículo que cuando la pandemia se recrudeciera, se nos iban a quitar las ganas de reír. Con la morgue llena de muertos fue complicado reírse de nada. También acertaron en eso.
El caso es que, durante las primeras semanas, los grupos de WhatsApp eran especialmente insufribles: estábamos todos alborotados, como si hubiera entrado la zorra en el gallinero. El pánico (y, sobre todo, el tedio) terminaron cortando en seco las ocurrencias, los chistes y los bulos como camiones de grandes.
Al final, en los grupos de Whastapp hemos terminado los de siempre: los que callan, los que espían, los que sonríen, los que parlotean, los que lanzan pullas… y los que se limitan a poner emojis. En fin, que al final va a resultar que la nueva normalidad se parece un huevo a la vieja. Lo mismo da que sea online… o a la cara. (La ventana de Alejandro)
No milito en redes sociales
No tengo Twitter, ni zoom, ni Instagram, no milito en ninguna red social. Las redes siempre me han dado un poco de yuyu, las usaban los gladiadores romanos, los retiarius, y también las usan ahora los buques de arrastre. Me gusta estar conectado por la red, pero no atrapado en ella.
Tengo whatsapp sí, aunque encierra sus peligros. Como lo son los malos entendidos muy frecuentes con esta forma de comunicación. Pero se llevan la Palma algunos grupos por cansinos. Me he salido de unos cuantos con mucho trabajo y, encima, te hacen sentir culpable y tener que pedir disculpas.
Al segundo día de comenzar el Estado de Alarma silencié el móvil, era insoportable. Como aún no me he vuelto idiota del todo, entiendo las ventajas de poder comunicarte a la vez con mucha gente. Como siempre, el fallo no está ahí, el error está en el uso y abuso que hacemos, a veces muy pesado.
Me metieron en un grupo de antiguos veraneantes, verano del 77, y tardé poquito en salir. Comenzaban a las 8 de la mañana dando todos y cada uno los buenos días, total que te sonaba el móvil 58 veces una detrás de otra. No puedo, me rindo.
Así que estoy en cuatro o cinco grupos, como mucho, y todos ellos de poquita gente.
Como no tengo edad para tonterías, cuando se ponen intensos simplemente me salgo o lo silencio por una semana, alguno por un año. El único más grande es el de mis alumnos de fotografía, pero son gente estupenda. ¡Venga, un saludo!. No se si se ha notado mucho.
Los que mantengo los disfruto, son interesantes y divertidos, me sirven para estar en contacto, pasar un buen rato, reír o contar cosas interesantes, que cada vez es más infrecuente. Uno de ellos es el que formamos los que escribimos en esta ventana. Nos sirve para ponernos de acuerdo en qué vamos a escribir, qué os vamos a contar, y para alguna otra cosa más que no os voy a decir, pero resulta un grupo entrañable que nos ayuda a todos a sobrellevar estos días de cautiverio.
Creo que, en cierta medida, durante este encierro el whatsapp nos ha dado una posibilidad importante de estar en contacto con la gente que queríamos y de hacer menos penosa la soledad impuesta. El problema es cuando uno desea un ratito de tranquilidad y esta hiperconectividad no te deja.
Me encanta tirar de ironía y de doble sentido cuando hablo y esto me ha acarreado innumerables problemas en el whatsapp, a pesar de que termino siempre poniendo cientos de miles de emoticonos sonriendo o descojonándose para tratar de paliar lo que he dicho anteriormente y que se entienda que estoy de coña, aún así es insufrible.
Muchos malos rollos se han creado en los grupos de WhatsApp. En definitiva, por mucho que avance la tecnología, por muchas que sean sus ventajas, creo que nada puede superar la comunicación cara a cara y, si es posible, que una cerveza actúe de intermediaria, garantía absoluta de buen rollo. ¡Salud! (La ventana de Luis)
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