A partir de las diez de la mañana y hasta bien entrado el mediodía, el banco de hierro forjado que está en la esquina de la Avenida de Andalucía con la calle Real de Los Molares está de lo más concurrida. Todos los días, un grupo de vecinos ya jubilados se reúnen. Advierten que todo aquel que pasa por aquella esquina y se para con ellos, se lleva el mote puesto. Un empleado de una sucursal bancaria del pueblo se paró un día y les dijo “ya vengo preparado, que me han dicho que ponéis mote a todo el mundo”. Desde entonces fue “el preparao”.
En la reunión de hoy están Cristóbal Gómez, Jerónimo Moreno, Antonio Ramos, Diego Moreno y José Luis Rincón. Echar la vista a hace 40 años no les cuesta ningún trabajo. Cuando en 1979 se abrieron las urnas de las primeras elecciones municipales, en Los Molares muchas calles estaban sin asfaltar, había poca iluminación, muchas casas no tenían cuarto de baño, tampoco había polideportivo, tan sólo había un colegio y la atención sanitaria recaía en el único médico del pueblo que pasaba consulta.
Reconocen la transformación total que ha conllevado la llegada de la democracia local, pero casi al unísono ponen el acento en lo mismo: los avances lo único que han traído es falta de comunicación. Echan de menos el diálogo y la cercanía entre los vecinos. “Pocos ya se sientan al fresco en verano y los únicos que lo hacemos somos los viejos”, asegura Diego, mientras a su lado, Cristóbal apostilla, “¿tú has visto a un niño que juegue en la calle?”.
Todos señalan al PSOE como las siglas transformadoras del pueblo. Donde había un campo de albero, hoy hay un campo de césped artificial; donde había unas tierras yermas hay un polígono industrial, hay un centro de salud, un pabellón cubierto o una piscina municipal. Han sido cuarenta años de gobiernos de izquierdas, (el primer y segundo mandato ganaron el PTA y la CUT, mientras en 2007 lo hizo IU), 28 de ellos del PSOE, que acabaron en estas últimas elecciones.
La conversación sube de tono. A uno de ellos, militante socialista, le cuesta mucho asumir el resultado y más aún ante lo que advierte uno de sus contertulios: ganó el PP porque hubo votantes de izquierdas, muchos socialistas, que le dieron su voto. Su análisis de los resultados es certero: si en 2015 el PP sólo obtuvo 155 votos frente a los 1.029 del PSOE, cuatro años después, el marcador le dio la vuelta y los populares arrasaron con 1.277 papeletas frente a 679 sufragios socialistas. Así, el PP que nunca había tenido más de un concejal, sacó 7, y se venía de un mandato en el que los socialistas habían arrasado con 10 de los once concejales que tiene su Ayuntamiento.
Quien ganó esas elecciones es José Veira, un sevillano de 26 años que es el alcalde más joven de la provincia, el segundo de Andalucía y el tercero del país. Hizo una campaña puerta a puerta. Lo dice él mismo, pero José Luis, uno de los veteranos del grupo, lo reconoce. “Tocaron a la puerta y se presentó. Parece que es trabajador y se está ganando a la juventud, que es el futuro. Mis nietas están encantadas por la cantidad de fiestas y cosas que organiza. Y si dentro de cuatro años no gusta o no hace lo que debería, pues se vota a otro”, resume.
De “chiquillo” a alcalde
Veira llegó a Los Molares porque él mismo así lo eligió. No se siente por ello un paracaidista. “Eso lo es a quien el partido le manda, pero yo escogí estar aquí. Estudié la situación, vi dónde no había grupo municipal o en qué situación estaba, y me gustó porque tiene aún su esencia de pueblo”. Contó con una ventaja con la que quizás no contaban sus adversarios políticos: él era la novedad. “En dos meses de campaña pasé de ser ‘el chiquillo’ a José y ya en la romería de la Virgen de Fátima, días antes de las elecciones, me llamaban alcalde”, recuerda.
Su campaña fue la puesta en práctica de su propio trabajo de fin de grado en Derecho y Ciencias Políticas, y todo lo aprendido con su paso previo por Nuevas Generaciones. Ahora, como alcalde, cree que es una localidad con mucho potencial pero que “no ha evolucionado” todo lo que debería. Pese a ello, lejos de perder población, Los Molares ha crecido en las últimas décadas: si en los 70 y los 80 contaba con unos 2.500 habitantes, en 2006 tenía 2.900 y hoy día tiene 3. 460. Por eso, Veira tiene plena confianza en que puede contribuir a su despegue, consciente de que no se puede bajar la guardia ante el fenómeno de la despoblación.
El futuro, en el patrimonio
Si en algo tiene puesto todo su afán es en exprimir turísticamente el patrimonio histórico y artístico del municipio. Como dice, “en Los Molares está resumida toda la historia de Andalucía”. Su riqueza se remonta al Neolítico, gracias a una necrópolis megalítica descubierta en los años 60 y cuyos dólmenes bien fueron enterrados de nuevo; también existen restos de villas romanas, pero si algo marca al municipio es el castillo del siglo XIV y la feria de paños y sedas que en el año 1465 el rey Enrique IV concedió a María de Mendoza, Señora de Los Molares, y que rivalizó en importancia con la de Medina del Campo.
Aquel mercado, que a finales del siglo XVII acabaría perdiéndose, hoy se ha recuperado y cada mes de octubre los molareños regresan a su pasado y, en esta última edición, lo han hecho acompañados de 20.000 visitantes. Ahora les queda el reto de hacer lo mismo con la fortaleza. Salvo algunas dependencias municipales, el castillo está cerrado y no se puede visitar más que con cita previa, y eso es algo que el nuevo equipo de Gobierno quiere cambiar. Además de abrirlo al visitante y dar a una parte un uso museístico, tienen en marcha el proyecto para que pueda ser escenario para eventos, en especial, bodas civiles, tanto para oficiarlas como para la celebración posterior.
“Ya he presentado mi programa para Fitur: Morales como destino de bodas. Tenemos un castillo para explotarlo y sacarle un rendimiento ofreciendo una alternativa diferente. En vez de casarte por 4.000 euros en una hacienda, aquí podrás hacerlo por 1.000 euros si no estás empadronado y 500 si eres vecino”, explica, aclarando que esta iniciativa contaría con todos los permisos pertinentes para no dañar el patrimonio.
En paralelo, también barrunta la idea de que otros pueblos con castillo de la comarca como Utrera, El Coronil y Montellano se unan para formar una ruta. “Hay que trabajar por una ruta común, una ruta de los castillos, olvidando los colores políticos y cada uno tirando de lo suyo. Aún no está sobre el papel, pero ya les he trasladado la idea a los alcaldes”, explica.
Del turismo y del campo no sólo pueden vivir los molareños, y hay otros proyectos para generar empleo y retener a la juventud como la reactivación de dos polígonos industriales con los que cuenta la localidad. “Vamos a dar todas las facilidades a quien quiera invertir aquí, la agilización burocrática es la clave, además de ayuda y cercanía con el empresario”, asegura el alcalde, que dice tener otros proyectos de hostelería y servicios para impulsar su economía, como una discoteca para que los jóvenes no se vayan a pueblos cercanos, un tanatorio, un vivero de empresas, un centro de día o una escuela de hostelería para dar servicio a esas bodas que tengan como telón de fondo el castillo.
Mientras estos proyectos turísticos y empresariales fraguan, Veira está intentando revivir a un pueblo que languidecía sin opciones de ocio. Desde que llegó tiene todas las semanas cubiertas con actividades y visitas culturales hasta las próximas Navidades. Una agenda en la que se implica personalmente, hasta el punto de haber decorado el castillo para la fiesta de Halloween o para asustar a los vecinos, no con subidas de impuestos, por el momento, pero sí disfrazado del conde Drácula.