Doblan las campanas de la iglesia de Santa María la Mayor y una larga comitiva recorre las calles del casco antiguo. “Todos los días hay un entierro”, suspira una vecina que la ve pasar, mientras otra más joven le pregunta si sabe quién es la persona fallecida. En segundos, le hace un pormenorizado retrato de su vida y obra. Pilas, con un padrón con 13.949 habitantes, es y se siente como un pueblo. Todos más o menos se conocen y esa realidad no es muy distinta a cómo era esta localidad hace cuarenta años.
Aquel 3 de abril de 1979, los pileños votaron democráticamente a su alcalde. José Leocadio Ortega recuerda a la perfección aquella noche cuando su padre, que había sido concejal en los últimos años de la dictadura, le comunicó que habían ganado los comunistas. Ahora que él es alcalde, resalta cómo aquella etapa de la transición fue ejemplar. “Si algo caracteriza a los vecinos de Pilas es que somos gente extremadamente práctica”, resume, mientras rememora cómo no pasó nada porque el nuevo regidor del PCE quitara todas las calles con nombres franquistas o cómo la cruz dedicada a los caídos en la guerra civil, ubicada precisamente en la iglesia de Santa María, se trasladó al cementerio y se decidió que fuera un monumento en recuerdo a todos los pileños enterrados fuera del pueblo. Faltaban aún décadas para que hubiera leyes de memoria histórica y, a su manera, en Pilas ya se habían anticipado.
La ciudadanía es la “que pone y quita alcaldes”
Tras aquellos dos primeros mandatos de gobiernos del PCE y otros tres del PSOE, ha sido el PP el partido que más tiempo ha ostentado el bastón de mando de este municipio (entre 1991-1995 gobernaron los socialistas tras haber ganado a los populares por tan solo un voto de diferencia). De hecho, es uno de los bastiones de los populares en la provincia de Sevilla. Ortega, que antes de ser regidor también fue concejal, le resta importancia a este hecho, y tiene claro que la receta no es otra que el trabajo constante a pie de calle. “El contacto, la cercanía con la gente es lo fundamental. Ellos son quienes ponen y quitan y por eso escucharles es algo que no se debe olvidar nunca”, afirma, mostrándose convencido de que también tener un “buen equipo” es fundamental.
En ese electorado incluye a los forasteros, como llaman a los no nacidos en Pilas pero que se han ido sumando poco a poco al padrón. Si a finales de la década de los 80 había cerca de 9.000 habitantes, ahora están rozando la cifra de 14.000, precisamente, en un momento en el que la demografía se contrae por la baja tasa de natalidad. En Pilas la despoblación es un término que no tiene cabida. Nunca ha dejado de crecer y eso se debe a que es un pueblo emprendedor. La tasa de paro lo desvela: en la actualidad tiene un 16,9%, cinco puntos por debajo de la media de la provincia y casi siete de la media andaluza.
Espíritu empresarial
El espíritu empresarial de este municipio hay que buscarlo siglos atrás en el tiempo. Ya el escritor romano Plinio mencionaba la calidad del aceite que se exportaba desde la entonces llamada Pilias; en los siglos XV y SVII, además de por este producto, también era conocida por su fabricación de tejas y la producción de jabón (la primera partida de este producto hacia las Américas salió de Pilas en 1502). Ese carácter, transmitido a lo largo de la historia, tuvo su punto culmen el pasado siglo, cuando se produce el despegue industrial con empresas de aderezo de aceitunas, textil y del cuero, mueble y transportes, entre otros.
“El emprendimiento en Pilas ha sido una constante y es el pueblo que más ha crecido siempre en su entorno. La gente trabajaba en las fábricas, tenía estabilidad laboral y salarial, pero también tenía su parcela de la que sacaba recursos extra que luego se invertía en otros negocios. Una prueba de esta realidad es que aquí, en los años 50, el cien por cien de las mujeres trabajaba en la aceituna, eso significaba que en las casas entraban dos salarios y las rentas que se obtenían se volvían a reinvertir. También ha sido muy típico siempre que un joven entrara de aprendiz en una empresa y, cuando ya estaba formado, daba el salto para ser empresario”, explica Ortega.
En el kiosco de Juan está Eulogio Galán. Es vecino de Santiponce pero lleva 25 años yendo a diario a Pilas para hacer el reparto de la lavandería en la que trabaja. Si hay algo que le llama la atención a Eu, como prefiere que le llamen, es el espíritu emprendedor de sus habitantes. “La gente abre un negocio, si le va mal y tiene que cerrar, no lo duda y pone otro”, dice, no sin cierta sorpresa. No lo duda ni un segundo: si tuviera que dejar su casa, se iría a Pilas. “Mantiene su identidad de pueblo y no hace falta a ir a Sevilla para nada. Tienes todo lo que necesitas y que te puede proporcionar una gran ciudad, y encima tienes una calidad de vida que allí no se tiene”, afirma con rotundidad.
Pueblo “acogedor”
Juan Díaz, el kiosquero con el que charla Eu, es un ejemplo de ese espíritu emprendedor. Toda su vida trabajando en una imprenta. Cuando la crisis se la llevó por delante tenía 44 años y el mercado laboral le cerró las puertas. Lejos de quedarse en casa, se dio de alta como autónomo y cambió la tinta y el papel por la prensa o las chucherías. “Había que buscarse las habichuelas y esto te da para vivir. Mientras tenga para pagar el autónomo, para qué quiero más”, bromea. Defiende ese espíritu emprendedor y enormemente acogedor de sus vecinos a todo aquel que se instala en esta localidad. En Pilas han llegado a tener hasta 1.200 inmigrantes residiendo.
A las puertas del centro comercial que hay frente a la ermita de nuestra señora de Belén, Jesús Suárez dice que siempre tienen los “brazos abiertos” a los “forasteros”, y define el tejido empresarial pileño como “muy inquieto” de pequeñas y medianas empresas que crecen al calor de un sector que hace de motor. “Por ejemplo, en el caso del mueble, mi hija trabaja en una oficina de una empresa de tresillos, pues hay otras 25 ó 30 más. Lo mismo ocurre en torno al olivar de aceituna de verdeo”, explica. Lo tiene muy claro e ironiza: “Quien no trabaja aquí, es porque no se ha puesto las pilas”.
Cercanías y bicicleta
Es precisamente esa capacidad de poner en marcha proyectos que generan empleo y riqueza lo que más motiva a su alcalde, ya que, como admite, Pilas no tiene ningún patrimonio monumental que pudiera atraer al sector turístico. “Estamos orgullosos de nuestros empresarios porque son un colectivo que siempre están arriesgando y luchando, por eso quiero poner la asociación de empresarios de Pilas donde se merece, en todo lo alto, para que estos se reactiven y animen tras años de crisis, y más ahora que el polígono Pilas 2000 se ha desbloqueado y se están empezando a vender parcelas”, defiende Ortega.
Para el despegue de los nuevos proyectos empresariales se precisa la mejora de las conexiones, máxime cuando es una localidad que está dentro del espacio de Doñana, en la tercera corona del Aljarafe y lindando con la comarca del Condado onubense. En este punto, la principal reclamación no es tanto de infraestructuras, porque está a los pies de la A-49 y lo único que precisan es una ampliación como vía rápida de la carretera con la que conecta, y ya está presupuestada, sino la necesidad de más transportes públicos. Ortega considera que son “muy deficientes”, y asegura que es queja casi unánime de todos los alcaldes del Aljarafe, pero su demanda se centra en el tren de cercanías, que se mejorara su frecuencia e interconexión con otros transportes, acompañado todo ello de un carril bici para impulsar la movilidad sostenible.