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El desconocido Blas Infante animalista: plegarias al pájaro y al perro, un zorro adoptado y antitaurino a contracorriente

Blas Infante, con su zorro ('Don Dimas') en su casa de Isla Cristina.

Antonio Morente

Sevilla —

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¿Qué hace Blas Infante con un zorro en su regazo? La imagen del reconocido como padre de la patria andaluza –de cuyo fusilamiento por los golpistas se cumplen 88 años– con el raposo en su casa del municipio onubense de Isla Cristina nos conecta con una de sus facetas más desconocidas, la del animalista que compuso aforismos en forma de plegarias en defensa del pájaro o del perro, que sacó Los mandamientos de Dios en favor de los animales y que era un antitaurino a contracorriente, en una época en la que era una pasión nacional sólo equiparable hoy al fútbol.

Pero volviendo a la añeja fotografía, el zorro que aparece en ella fue un huérfano que Infante adoptó después de que un alimañero acabara con su madre. La convivencia con el animal le inspiraría para escribir en 1927 Don Dimas. Historia de zorros y de hombres, un cuento intimista que luego guardó en un cajón y que hace poco editaba por primera vez el Centro Fundación de Estudios Andaluces (Centra) y en el que Don Dimas (nombre del ladrón bueno crucificado junto a Cristo, por cierto) sería el trasunto del raposo rescatado.

“Su animalismo forma parte de la heterodoxia con la que hay que mirar a Blas Infante”, señala el historiador Manuel Ruiz, que firma junto a Norberto Ruiz el estudio introductorio con el que se ha completado esta edición. Un animalismo que va mucho más allá de un mero proteccionismo y que se asocia con un “componente espiritual que supera el antropocentrismo, la idea de que todo gira alrededor del hombre”. Es por tanto una consecuencia de su forma de pensar, de que hay que desarrollar lo político e ideológico, pero también lo personal.

Conexión con su espiritualidad

La intención de Infante es básicamente pedagógica, como ya pone de manifiesto en 1921 en sus Cuentos de animales. Esta preocupación tomará forma en esos diez mandamientos divinos, en los que conmina al lector a amar a cualquier criatura, y a no matarla, no atormentarla y no divertirse a costa de su dolor, lo que de paso nos lleva a su antitaurinismo. “El hombre cruel con los animales lo será también con los mismos hombres. La crueldad es siempre una cosa misma, aun cuando cambie su objeto”, reza el noveno de estos mandamientos.

“Su animalismo es consecuencia de su espiritualidad y de su sentido cíclico de la vida”, explica Ruiz, un “concepto muy tibetano y budista” que se traduce en una ética sencilla: “Yo me comporto humanamente con los animales y la naturaleza, y a cambio la naturaleza no me hace daño”. Una visión que descabalga al hombre “como ser superior” y que reconoce a toda criatura como ser sintiente.

Esto lo traduce en reflexiones didácticas dirigidas especialmente a los niños, y que adquieren la forma de textos como la Plegaria del pájaro, que hace unos años se plasmó en azulejos en la entrada de algunos colegios andaluces con motivo del 125 aniversario del nacimiento del notario de Casares. Se conectaba así con lo que en su momento hizo su gran amigo Antonio Ariza, médico sevillano también de aliento animalista, que en muchos centros escolares de la capital hispalense colocó en cerámica vidriada llamamientos a los pequeños a respetar a las aves.

Una actitud ética completa

Manuel Ruiz, que recientemente ha publicado el estudio Andalucismo histórico. Orígenes y evolución en tiempos de Blas Infante, incide en que estamos ante detalles que denotan un “ecologismo muy primitivo”, por lo pronto porque este movimiento no llega como tal a España hasta los años 60. Esta postura vital entrelaza su ideal social y político con una actitud espiritual, conformando un todo que tiene que dar como resultado ciudadanos con una actitud ética completa. “Quería cambiar Andalucía pero también a las personas, no deseaba tener adeptos sino acompañarse de personas responsables”.

En la misma línea que la del pájaro, Infante también escribe la Plegaria del perro, recientemente rescatada por el investigador Vicente López Márquez, cronista local de Isla Cristina. Porque es en su periodo isleño (1921-1931) cuando más cultiva esta faceta animalista, distribuyendo por los colegios locales el azulejo de Antonio Ariza y participando en la organización de actividades como la Fiesta de la Libertad de los Pájaros. Aquel día, los escolares soltaron aves como símbolo también de libertad.

“Se cuenta que cuando veía a un vendedor le compraba los pájaros que llevaba y les abría la jaula allí mismo”, apostilla Ruiz, una defensa a ultranza de la libertad que le acaba “generando una contradicción” con su zorro. Lo rescata de una muerte segura, se lo queda y lo intenta educar como a un animal doméstico, pero es consciente de que lo retiene en contra de su propio instinto. “Eso le lleva a una reflexión sobre el amor, que no puede significar propiedad o sumisión y que consiste en dejar ser a la otra persona”, en este caso a Don Dimas.

Al final, intenta demostrar que “los animales y los humanos no son malos si se les educa bien”, aunque en el caso del zorro la cosa acaba regular porque acaba liándola en un gallinero. Sea como sea, le lleva a ser plenamente consciente de que el amor es libertad, y que eso obliga a sacrificar un concepto amoroso “personal y egoísta”.

Antitaurino por los animales... y por la economía

Ruiz considera que la década que pasa Infante en Isla Cristina tiene más importancia de la que históricamente se le ha dado. Es un momento en el que da un paso atrás en lo público (impuesto por la dictadura militar de Primo de Rivera), pero es en estos años cuando depura su idea de que la actividad política debe ir encaminada a una mejora de la humanidad. En este sentido, se cumple un siglo de un 1924 que es clave, empezando por que visita en Agmat (Marruecos) la tumba de Al Mutamid, el rey poeta de Sevilla, lo que le introduce en una espiritualidad que algunos han interpretado como una conversión al islam. Se produce también su acercamiento al flamenco –que hasta entonces denostaba– e impulsa una ordenanza municipal en Isla Cristina que está considerada la primera norma española en defensa de los animales.

La sensibilidad animalista de Infante entronca con la filosofía que emana de los círculos andalucistas de la época, muy críticos con las peleas de gallos, el tiro al pichón, las carreras de galgos... y las corridas de toros. Aquí, el notario une su oposición al maltrato animal con su rechazo a una actividad improductiva y que considera “un vicio que provoca la alienación del pueblo”, en palabras de Manuel Ruiz. “Hablamos de lo que era el deporte nacional”, contextualiza el historiador, una actitud por lo tanto impopular que, sin embargo, no consta que le generara problemas.

Su antitaurinismo tiene también una base económica, ya que considera que las ganaderías necesitan enormes extensiones de tierra que se podían dedicar a cultivar y contratar con ello a jornaleros. Y a ello se suma su incomprensión ante la actitud del pueblo: “Llega a lamentar que siempre está dispuesto a llevar a hombros al torero, pero luego no se manifiesta en contra de la falta de trabajo”.

En algunas entrevistas que concedió, no esconde que las corridas le “repugnan”, las define como “un espectáculo cruel” y las llega a equiparar con “ritos bárbaros y ancestrales”. La cuestión llegó al punto de que financió alguna que otra acción contra esta actividad. Así las cosas, es de suponer lo que habría pensado cuando precisamente por el 28F, con motivo del Día de Andalucía, el Gobierno autonómico ha rendido homenaje a algún que otro torero.

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