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Élites económicas y procesos políticos…en Catalunya
La crisis institucional de Cataluña y del Estado español ha estado marcada esta semana por la huida de depósitos bancarios y de la sede social de las grandes empresas –también pequeñas y medianas- de Cataluña. Y no paro de escuchar entre quienes creían que con muestras de fraternidad y diálogo el nacionalismo catalán recularía un “qué pena que lo que haga bajar el soufflé sean los intereses económicos”.
A mí personalmente no me extraña por al menos cuatro razones:
Primero, por cómo se mueve el capital en un mundo globalizado.
Segundo, por la importancia del contexto institucional y legal para el funcionamiento de una economía de mercado.
Tercero, por el “egoísmo” histórico que siempre han demostrado tener las élites económicas.
Y cuarto, porque está claro que las élites económicas catalanas –como también le ha ocurrido al Estado central y a una parte importante de la ciudadanía-, no calcularon bien la revolución que se estaba gestando en Cataluña.
Si algo caracteriza a la globalización económica que comenzó a fraguarse en las décadas de 1970 y 1980 del pasado siglo, y en la que aún estamos inmersos, es que se trata de una hiperglobalización financiera donde lo único que se mueve con total libertad es el capital. El capital nunca ha sido patriota, o sólo lo ha sido cuando ha visto claro que esa apuesta sería la ganadora. Posiblemente el capital catalán dio su apoyo al Procés porque lo entendieron como una forma de presión, para mejorar el autogobierno y un nuevo pacto fiscal que igualara a Cataluña con País Vasco y Navarra. La hiperglobalización financiera ha hecho cambiar los sectores líderes y las pautas de localización empresarial en todo el mundo, lo que ha derivado en el caso español en la pérdida del liderazgo económico catalán a favor de Madrid. Intentar revertir ese proceso histórico y global es una estrategia legítima pero difícil de llevar a cabo sin incurrir en riesgos difícilmente asumibles para los propios intereses económicos de esas mismas élites.
Contrariamente a lo que nos dicen los “liberales” de que la economía funciona bien cuando el poder político no se entromete en el libre funcionamiento del mercado, la economía de mercado necesita leyes y un contexto institucional favorable. Ya nos explicó muy bien Karl Polanyi que no hay nada “natural” en el funcionamiento del mercado capitalista y sus leyes. Los mercados, hasta los más elementales, necesitan normas. Y en el contexto neoliberal que nos encontramos, las empresas que operan en esos mercados sin duda prefieren que las normas de asignación de recursos les sean favorables a la acumulación de capital y de beneficios. Y por tanto, no es de extrañar que no sean proclives a realizar el sacrificio fiscal necesario a corto plazo para la construcción de una nueva república por muy catalana que esta sea, tal y como habría sido el caso según adelantaban los planes económicos del Govern.
Las élites económicas siempre han mirado por sus intereses, por cómo perpetuar el poder que les permita mantener la estructura social de acumulación de capital y el entramado ideológico-institucional que legitime su proyecto propio, y que por supuesto puede ir en contra de los intereses de la mayoría social de un territorio, como por ejemplo sabemos muy bien las y los andaluces.
Es cierto que en Cataluña la mayoría social ha tenido más suerte en el pasado que la andaluza porque los intereses de la burguesía industrial permitieron un desarrollo económico y social superior que en otras partes de España y por tanto, mejoras sustanciales en el bienestar y el capital humano del pueblo catalán. Pero no por ello podemos olvidar que nunca han actuado por altruismo patriótico y que cuando las demandas de las clases populares eran muy contrarias a sus intereses o ponían en peligro su poder, han hecho lo indecible por mantenerlo.
Cuando el 1-O oía en la televisión a jóvenes independentistas argumentar que luchaban para que no hubiera fuerzas de ocupación españolas en Cataluña como en la Dictadura de Primo de Rivera o en la de Franco, he de reconocer que la expresión de mi cara mutaba del sonrojo de sentir vergüenza por la ignorancia ajena a la indignación más absoluta. En los colegios catalanes deberían estudiar el papel jugado por los industriales catalanes en el golpe de estado de Miguel Primo de Rivera en 1923, o cómo estos mismos industriales fueron los primeros en salir de la Cataluña republicana durante la Guerra Civil y refugiarse en la zona nacional, muy especialmente en San Sebastián a la que denominaban “sansevivebien”. Ahora se ve que prefieren Madrid y el arco mediterráneo.
Es muy posible que la euforia colectiva que se ha debido de vivir en el palco del Barça en estos años con las continuas victorias de su equipo, haya hecho a esas élites hacer un cálculo erróneo de la evolución del independentismo en Cataluña. Es probable que jamás pensaran en un proceso de independencia real como el que está en marcha porque quienes los promovían eran los suyos, los que siempre habían representado sus intereses en Cataluña y en el Gobierno central. No se imaginaban la fuerza que a políticos convencidos de la bondad de una Cataluña independiente podía dar la calle. También calculó mal el Gobierno de Junts pel sí. El Govern tampoco se imaginaba que la traición de sus empresarios fuera tan rápida, clara y unívoca. La consigna de “un sol poble” que se gritaba en el paro nacional del 3 de octubre se ha roto por arriba, por las mismas élites que promovieron el Procés para acumular más poder y beneficios económicos. A ver qué hace ahora el President Puigdemont con unas élites económicas que le han dado la espalda y con un pueblo completamente dividido.