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El alcalde de Málaga contra la vida
Si algo está poniendo a prueba esta terrible pandemia es la calidad humana de nuestros gobernantes. Lo mínimo que uno esperaría del alcalde de su ciudad es que no se limitara a recitar las cifras de muertos y contagiados de la jornada como una cantinela engorrosa o la lección aprendida de memorieta.
Eso es exactamente lo que cada día hace Francisco de la Torre, el longevo alcalde Málaga, en su cuenta de Twitter. Si la cosa no ha ido mal, nos agasaja con una palmadita y si, en cambio, aumenta demasiado el índice de contagios, nos regaña porque así no hay manera de recuperar la economía. Ni un mensaje de condolencia, de ánimo, de solidaridad, de comprensión, de afecto hacia quienes peor lo están pasando en la ciudad que gobierna. Solo en los últimos días, sin duda porque algún asesor escandalizado ha tomado cartas en el asunto, está incluyendo un mínimo de humanidad en esos mensajes. Sus acciones, en cualquier caso, van en sentido contrario. Cuando más debería aflorar la sensibilidad de cualquier gobernante, De la Torre se ha empecinado en legislar contra la vida. Es algo inaudito.
En oposición a la abrumadora corriente que recorre todo el continente, por ejemplo, el alcalde hizo todo lo posible para aprobar una ordenanza que desde hace unos meses limita y penaliza el uso de la bici. Ni siquiera el tremendo clamor en contra de esa medida, incluidos miles de manifestantes, le ha frenado. Es más, acaba de anunciar que elimina el proyecto piloto con el que, debido a la presión popular, los fines de semana y los festivos la policía local reservaba al tráfico en bici por un carril del paseo marítimo de La Malagueta. Tampoco la lucha contra el cambio climático, ni las recomendaciones en plena pandemia, ni la necesidad de esparcimiento de una población que arrastra meses de confinamiento y restricciones han doblegado su insensibilidad. Será la Junta, previsiblemente, quien acabe por construir algún carril bici en ese trayecto.
Ciego por esa misma obcecación, es rara la semana en que no alardea de un nuevo proyecto edificatorio que, o bien destruye áreas verdes o borra de un plumazo su posible creación. Entre los últimos proyectos figura la edificación de más de 300 viviendas en la zona de La Térmica, pero habría que sumar, a vuelapluma, la de un futuro rascacielos en la bahía o su rechazo a convertir en parque la zona conocida como antiguos terrenos Repsol. Justo ahí, en uno de los distritos con mayor densidad poblacional de Europa y con menos áreas verdes, quiere urbanizar todavía más.
Contra las iniciativas de apoyo mutuo
En una ciudad que lo fía todo al turismo, la pandemia ha provocado un aumento de la pobreza que De la Torre no contrarresta con ayudas económicas de calado. Tampoco ha destinado grandes recursos a mitigar las secuelas sociales y psicológicas de una población tan golpeada. No solo eso, sino que pone zancadillas cuando la propia ciudadanía se organiza para suplir su despiadada inacción. Lo estamos viendo en estos días con el crowdfunding que ha lanzado La Casa Invisible para rehabilitar su edificio, que es de titularidad municipal y está protegido por su valor patrimonial (no dejen de colaborar aquí). Su idea era que un posible deterioro del inmueble justificara un posterior desalojo, cuando en ese centro social y cultural se han multiplicado las iniciativas ciudadanas de apoyo mutuo desde que estalló la pandemia. Por si fuera poco, ni siquiera se aviene a restituir al edificio el suministro de agua, dependiente de la empresa municipal.
De la Torre lleva ocupando cargos institucionales desde la dictadura (y de hecho, contra la ley, sigue permitiendo que el callejero malagueño homenajee a los golpistas y ya ha perdido pie con la realidad de una manera harto dolorosa. Da vergüenza exigirle a un alcalde que, cuando atravesamos la mayor crisis sanitaria en generaciones, legisle pensando en la salud y el bienestar de la ciudadanía malagueña. Es en momentos como éste cuando se muestra de qué pasta real estamos hechos. La del acalde de Málaga es de piedra. Y nos cuesta la vida.
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