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El año del bipartidismo arriostrado

31 de diciembre de 2023 19:50 h

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Todo sigue igual, el bipartidismo arriostrado sigue plenamente en forma. Es imposible mirar a cada uno de los dos partidos principales y constitucionalistas de manera singular. La mirada completa exige mirar a sus riostras. Sin ellas no pueden mantener la verticalidad y menos formar un gobierno.

La imposibilidad de que la situación cambie, si es que alguna vez lo hace, dada la complejidad y el pluralismo –valor constitucional del Estado–, crea sus frustraciones y también dispara la rabia. En ese estado de cosas, solo los más cafeteros de la corte acarician como solución a tal desbarajuste el sueño húmedo de una eventual gran coalición, en defensa de España por supuesto; en sus mientes, España está amenazada por el pluralismo y la diversidad política.

Ahí se ha atascado hasta el rey en su discurso, en la concordia, un palabra que siempre ha sonado como pócima mágica para olvidar los estragos y residuos del golpe de Estado continuo de 1936. La concordia es una cosa; el pluralismo, valor constitucional, es otra. Lo que establece una Constitución es el marco para discrepar legítimamente, democráticamente, y ello implica aceptar que gobierne el otro, los otros, sin que sea una amenaza para concordia alguna.

La buena noticia sigue siendo Bildu y, en ciertos momentos de lucidez, ERC. El PNV sigue siendo un partido de Estado y los de Junts vuelven, poco a poco, a ser los convergentes de toda la vida

Los arriostrados examinan cada día las turbulencias de sus riostras, pero resignados en que los necesitan con tratamientos dispares. El PP lo tiene peor, sabe que no puede gobernar solo pero peor si anuncia que acompañado. Los electores y los electos, en el Parlamento, ya se lo han dicho claro: con la extrema derecha, no. Pero el PP sigue erre que erre, gobiernan con ellos donde pueden, presentan mociones de censura, les compran y comparten doctrina y su única estrategia parece ser ser más ultras que ellos, a ver si la derecha posfranquista decide de nuevo unirse.

En el socialismo ven que la franquicia de Yolanda Díaz –entiéndase en el sentido baloncestístico anglosajón– no acaba de carburar. No está claro ni siquiera que los que no se han ido estén tan unidos; las siglas permanecen. Los que se han ido resisten en los mínimos. Pedro Sánchez hasta los trata mejor, incluso habla bien de Irene Montero. Pero la izquierda alternativa sigue confinada en los madriles incapaz de comprender lo que pasa más allá de la Castellana.

Enfrascados en sus cuitas olvidaron que habría elecciones en “provincias” y así, otra vez, a improvisar, ahora en Galicia. Sumar ha querido jugar al baile de la escoba con Podemos, pero éstos no se han dejado. Así repartirán su miseria entre dos; esto viene de largo, basta con ver los resultados de los mismos, combinados en otras siglas, en los anteriores comicios gallegos. Se entretienen en Madrid ignorando que la batalla se da en todas partes y no en los patios de instituto y saraos de la corte. De pronto reinan, nombran candidatos, se reinventan coaliciones, huyen de la foto de la derrota y siguen perdiendo capital político. Es una epidemia desde hace décadas. Uno de sus síntomas es el colonialismo electoral: como si fueran turroneros, solo se mueven de feria en feria. Ya pasó en Andalucía y Valencia, y seguirá pasando.

Pedro Sánchez sabe lo que pasa y no fue ajeno a lo que está pasando. Con la baraka que tiene no sabemos cómo le irá en este despropósito, pero debería andarse con cuidado con la desaparición de la izquierda a su izquierda que es cimarrona y lo debería saber como sabe que vive arriostrado. La buena noticia sigue siendo Bildu y, en ciertos momentos de lucidez, ERC. El PNV sigue siendo un partido de Estado y los de Junts vuelven, poco a poco, a ser los convergentes de toda la vida.

La concordia es una cosa; el pluralismo, valor constitucional, es otra. Lo que establece una Constitución es el marco para discrepar democráticamente, y ello implica aceptar que gobierne el otro, los otros, sin que sea una amenaza para concordia alguna.

Para la derecha que aspira a mandar (legítimo) pero que exige que siempre (ilegítimo), el panorama es inaceptable. Por eso tiene movilizadas todas sus terminales, incluidas las judiciales y mediáticas, en transmitir una idea de inestabilidad y desasosiego que no existe. La tensión de la que participa su principal partido, el PP, no creo que le rinda justos dividendos. La presencia en su discurso de los ejemplos prácticos, cotidianos, de la extrema derecha es una viñeta que espanta a la gente y frustra a la derecha democrática arrinconada en las plantas bajas conservadoras.

Y el rey. Entre los arriostrados aparece la figura desdibujada del rey. Desde los actos de investidura, formación de gobierno, promesa de presidente y ministros, discurso de Navidad, sus apariciones son juzgadas por sus gestos y mohines, como si su papel tuviera que ver con sus interpretaciones corporales; en cierto sentido se ha convertido en el Rey Mimo. Que después de su discurso navideño haya tal diversidad de opiniones e interpretaciones, en muchos casos dentro de una  labor de spin off cortesano, solo pone de manifiesto la debilidad de su ethos y, al mismo tiempo, su poca profesionalidad.

España no se hunde, está bien arriostrada. Y no lo digo por unas calles abarrotadas, sino porque las periferias existen, la Bolsa gana como nunca, ajena al desmorone patrio; como ajeno a tal hecatombe se ha mostrado también Moreno Bonilla. El presidente de Andalucía se ha subido el jornal un 19%, mientras se oponen sus propios a la subida del SMI, impermeable al catastrofismo de la corte o, tal vez, por si acaso.

Todo sigue igual, el bipartidismo arriostrado sigue plenamente en forma. Es imposible mirar a cada uno de los dos partidos principales y constitucionalistas de manera singular. La mirada completa exige mirar a sus riostras. Sin ellas no pueden mantener la verticalidad y menos formar un gobierno.

La imposibilidad de que la situación cambie, si es que alguna vez lo hace, dada la complejidad y el pluralismo –valor constitucional del Estado–, crea sus frustraciones y también dispara la rabia. En ese estado de cosas, solo los más cafeteros de la corte acarician como solución a tal desbarajuste el sueño húmedo de una eventual gran coalición, en defensa de España por supuesto; en sus mientes, España está amenazada por el pluralismo y la diversidad política.