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Argentina 2023
Quizá la pregunta a la que más veces respondo en mi vida es: “¿De dónde viene tu apellido?”. La respuesta ya me sale automática: “es un apellido judío, mi padre es argentino”. Normalmente me quedo ahí, no suelo entrar en más detalles. Pero hoy, visto el panorama político que asola a Argentina, mi segundo país, mi segunda nacionalidad, me gustaría hablarles un poco más de mi historia, de la historia.
Soy hija de un hombre que debió huir de su ciudad, Buenos Aires, con sólo 24 años para rehacer su vida en España, dejando atrás familia, amistades, proyectos, recuerdos y paisajes, además de la sombra oscura de su hermano desparecido, mi tío Alberto.
La imagen que tengo de mi tío Alberto es la de un chico que sonríe mientras sostiene un balón de futbol, así aparece en la foto que había en el salón de mi abuela Ana. Nunca pude conocerle. Sé que era poeta, que tenía ojos grandes y una mirada tímida en la que me veo reconocida, que era un buen tipo y que acababa de terminar la secundaria en el Colegio Nacional Buenos Aires para empezar el primer curso de Derecho en la Universidad. Para ganarse unos pesos, al salir de clase, trabajaba vendiendo libros puerta a puerta.
Alberto era un joven comprometido, como tantos otros, en la lucha por un país más justo y más libre. Tenía 19 años recién cumplidos cuando, caminando por la calle Corrientes, un operativo policial que revisaba las pertenencias de la gente, encontró en su carpeta un periódico relacionado con el movimiento estudiantil Política Obrera. Desde aquel momento, Alberto fue secuestrado y desaparecido por la dictadura militar de Videla, uno de los genocidios más terribles de la historia contemporánea.
Desde hace algún tiempo vengo siguiendo con preocupación las declaraciones de ese histriónico personaje que encabeza la intención de voto en las próximas elecciones presidenciales, Javier Milei
El documental “El Juicio”, del director argentino Ulises de la Orden, premiado en la reciente edición del Festival de San Sebastián y que acaba de llegar a Filmin, narra mediante las grabaciones originales una sobrecogedora crónica del proceso judicial contra las juntas militares que desde 1976 hasta 1983 secuestraron, violaron, torturaron y asesinaron a miles de hombres y mujeres, que asaltaron y desvalijaron viviendas, que entregaron a familias afines a bebés recién nacidos robados a madres que agonizaban en los centros de tortura, que sumieron en definitiva a ese país en la noche más oscura de toda su historia.
El documental confronta la honestidad y la firmeza democrática del fiscal Strassera, quien califica la acción represiva de los militares como “feroz, clandestina y cobarde”, con la indignidad, la prepotencia y la inhumanidad de los acusados y sus defensores, orgullosos de sus acciones, despreciativos hacia sus víctimas, incapaces del más mínimo signo de arrepentimiento y convencidos de la absolución divina.
Una quiere creer que un país que atraviesa una experiencia terrible como aquella, pero que luego es capaz de juzgar y castigar a los responsables, está definitivamente vacunado contra cualquier intento de repetición del horror. Pero desde hace algún tiempo vengo siguiendo con preocupación las declaraciones de ese histriónico personaje que encabeza la intención de voto en las próximas elecciones presidenciales, Javier Milei, un tipo bufonesco, extremista contra todo, con una sarta de propuestas disparatadas, pero que aun así, es capaz de recoger el descontento de millones de argentinos hartos de la incapacidad de los partidos tradicionales para resolver sus problemas más acuciantes.
Quienes nos dedicamos al cine, a la literatura, al periodismo, a la cultura, tenemos el poder de ser esos emprendedores de memoria que la sociedad necesita
Milei, ultraliberal, defensor de la desaparición de la escuela y la sanidad públicas, de la libre portación de armas o antifeminista, es además firme partidario de los genocidas de la dictadura. En sus intervenciones públicas copia casi textualmente los argumentos que esgrimieron las defensas de los militares, reduciendo sus acciones a unos pocos “excesos” en el marco de una acción de guerra contraterrorista.
“¿Cómo es posible?”, me pregunto. Y la conclusión es que el olvido está triunfando sobre la memoria.
Cuando me preguntan por la razón de reivindicar en mi trabajo cinematográfico el valor de la memoria, aquí tienen la respuesta. La memoria es la herramienta que nos permite combatir la apropiación interesada de los relatos, los falsos argumentos de quienes quieren borrar, destruir, silenciar, mentir.
Quienes nos dedicamos al cine, a la literatura, al periodismo, a la cultura, tenemos el poder de ser esos emprendedores de memoria que la sociedad necesita. Decía Agustín Gómez Arcos, objeto de mi último documental en cuyo rodaje me encuentro inmersa, que todo escritor debe ser testigo y memoria de la humanidad. “Creo que tengo el derecho y el deber de participar en la memoria de mi pueblo”, dijo. Pues eso, porque lo que pasó, nunca deja de pasar.
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