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Cuando creces

Hoy me vienen a la memoria muchas cosas.

Cuando era pequeña y llegaban estas fechas, mi madre bajaba del armario la maleta grande marrón que tenía el belén con un camello cojo y medio derretido por las luces de Navidad, el río con papel de aluminio y las bolitas blancas de nieve artificial. Recuerdo las preguntas que yo lanzaba cuestionando a los Reyes, mientras ella respondía con imaginación o con cualquier pretexto al azar. Recuerdo la llegada de los que ya no están y esos abrazos que, a pesar de sus ausencias, siento como si los recibiese hoy. La ilusión que envolvía todo cuando aún estaba a salvo de la verdad. Y me recuerdo tirada sobre la alfombra, viendo películas como El Mago de Oz, que daban algo de color al día gris.

Y ahí ocurre todo.

Cuando creces aprendes que el amor no es como en los libros. Que hay espacio para el dolor y que otros disfrazan de cariño un maltrato con el que desgarran. Compruebas las dosis de patriarcado en los cuentos de princesas, y asumes que el mejor mandamiento es quererte a ti misma por encima de todas las cosas. Admites la inmensidad del amor de una madre, que te raja cuando aceptas que será por tiempo limitado. También reconoces que amigos, compañeros o incluso familia se alejarán cuando menos lo esperas. Con el tiempo, sabrás que quien no te quiere está de sobra. Y que, a veces, es mejor quitar peso de la mochila y molestas piedras de los zapatos.

Que las Navidades no son siempre para niños y que no es tiempo de lujo. Que también hay Nochebuenas muy decentes sin mariscadas ni caviar, sino con una sopita y una tortilla de patatas. Que alguna vez los Reyes no pasaron por casa porque los niños pobres necesitaban tus regalos, sin conocer que en verdad tú formabas parte de ellos. Y te quieres rebelar cuando se revela que otros niños fabrican esos juguetes o que, para otros, el auténtico regalo consiste en tener comida y unas sábanas para dormir.

La vida mostrará vallas que rajan aún más las fronteras. Personas que no viajan, sino que huyen. Guerras que no son de ficción. Que lo que para unos es sonido de fuegos artificiales, para otros son estruendos de bombas. Que los malos y villanos de los cuentos se transforman en gobernantes sin escrúpulos. Que los reyes no tienen sangre azul y sus privilegios han surgido de principios injustificables. Que los héroes y las heroínas son los que sobreviven en la calle, los que cruzan países para evitar una muerte segura o los que siempre se levantan por más obstáculos que encuentren.

Que muchas personas confunden solidaridad con caridad y que sus decisiones perpetuarán injusticias incomprensibles. Que los seres humanos son muy retorcidos y, por más que lo intentes, nunca conocerás el porqué. Verás con tus ojos que aún hay gente esclava, que no piensan por ellos porque les robaron la conciencia, que obedecen y callan con miedo, que muerden el polvo o que se mueren en vida porque ni siquiera les queda aliento.

Te dará rabia cuando compruebes cómo otros se enriquecen con la pobreza. Que las joyas deslumbran para ocultar la explotación de quienes las escavan bajo tierra. Que la avaricia y la codicia son las normas del mundo. Pero que la revolución se hace con tus decisiones. Que si te descuidas te convierten en una marioneta y, por ello, vale más un minuto en pie que una vida de rodillas. Que las vallas están para saltarlas. Y los muros, para derribarlos. Que la educación pública será tu mejor aliada. La biblioteca, un tesoro. Que la violencia sirve de poco y, por ello, la mejor arma siempre será la palabra.

Verás que el mundo tiene una parte muy sucia. Que los poderosos usan otros países como vertederos. Que algunos siempre desvelarán su superioridad sólo por ser de un país, raza o religión. Que el dinero manda por encima de la política y que el verdadero poder está en manos de usureros sin tripas. Que hay gente que no puede esperar cuatro años más sin expectativas ni esperanzas. Que hay que levantar un fortín sobre los derechos para que los piratas no los aborden ni roben. Que la arrogancia se condensa en las miradas por encima del hombro, en los abrigos de pieles sin pálpito y en quien obliga a otro a sacar brillo de sus zapatos. Que los hay tolerantes con la corrupción, el robo y el engaño; e indiferentes al dolor y el padecimiento.

Creces y aceptas que la vida no es un cuento. Que las moralejas no siempre se cumplen ni que son obligatorios los finales felices. Que los esquemas están para romperlos; y los tabús, para vencerlos. Rescatarás sueños de niño que, puestos en una balanza, casi siempre caerán hacia los no conseguidos. Valorarás más la vida porque asumes que es finita. Que hay muertes a destiempo. Incluso cuando pierdes a muchos de los tuyos, se mina el miedo a morir con la esperanza de un reencuentro incierto e irreal, pero que alivia el vacío y el duelo. Cuando creces… Descubres que has crecido demasiado.

Querrás volver a esconderte bajo las sabanas y que tu madre te destape en una tormenta de carcajadas.

Querrás que te devuelvan algo de lo que fuiste, y que se quedó en el camino.

Anhelarás, como Dorothy, un lugar sobre el arcoíris donde los problemas se derritan como gotas de limón…

Porque descubres que nunca conocerás a un espantapájaros que habla, ni a un león cobarde, ni a un hombre de hojalata sin corazón. Descubres que no hay brujas buenas ni malas. Que no hay ciudad Esmeralda, ni zapatos de rubí.

Descubres que hay personas que espantan cuando hablan, cobardes que rugen pero no consiguen nada; y hombres, de carne y hueso, sin corazón. Descubres que ni la maldad ni la bondad son cuestiones de brujería. Que no hay ciudad Esmeralda, sino destinos por alcanzar. Que es mejor andar descalzo porque hay que tener los pies en la tierra. Que la magia de Oz consiste en estar vivo y despierto a pesar de que, a ratos, resulte agridulce. Y que sí. Que sí existe un camino de baldosas amarillas. Porque, cada día, harás camino al andar.

Hoy me vienen a la memoria muchas cosas.

Cuando era pequeña y llegaban estas fechas, mi madre bajaba del armario la maleta grande marrón que tenía el belén con un camello cojo y medio derretido por las luces de Navidad, el río con papel de aluminio y las bolitas blancas de nieve artificial. Recuerdo las preguntas que yo lanzaba cuestionando a los Reyes, mientras ella respondía con imaginación o con cualquier pretexto al azar. Recuerdo la llegada de los que ya no están y esos abrazos que, a pesar de sus ausencias, siento como si los recibiese hoy. La ilusión que envolvía todo cuando aún estaba a salvo de la verdad. Y me recuerdo tirada sobre la alfombra, viendo películas como El Mago de Oz, que daban algo de color al día gris.