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Ciudadanas de honor, presidentes deshonrados

Arriba, foto del G-20. Abajo, de izquierda a derecha, la capitana Carola Rackete y Luisa Izuzquiza.

María Iglesias

La alemana Carola Rackete se ha abierto paso hasta nosotros, como capitaneó el Sea Watch, tras salvar a 52 náufragos, directo a Lampedusa desafiando leyes del Gobierno italiano de Salvini, Conte y Di Maio. Leyes por las que está en arresto domiciliario, por las que se le imputan delitos de “tráfico de personas” y “resistencia contra un buque de guerra” y le piden diez años de cárcel. Leyes que violan la norma superior:

"Todo estado exigirá al capitán de un barco que preste auxilio a toda persona que se encuentre en peligro de desaparecer en el mar".

Art. 98.Derecho del Mar. Naciones Unidas (ONU)

Menos ha trascendido la identidad de Luisa Izuzquiza, española que trabaja en Bruselas en el Corporate Europe Observatory, ONG que denuncia el poder de los lobbies en la política comunitaria. Una experta en transparencia que, fuera del horario laboral, acaba de sentar a la Agencia Europea de Fronteras, Frontex, en el banquillo del Tribunal de la UE, acusada de ocultar qué hace con los migrantes.

Carola Rackete y Luisa Izuzquiza son dos mujeres de honor. “Honor”, virtud en desuso. “Honor”, que la RAE define como “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”, para luego vincularlo a “el recato en las mujeres”. “Honor” hoy tan pisoteado como los derechos laborales, humanos e igualmente imprescindible, sin embargo. “Honor” inextirpable, como prueban estas dos ciudadanas de bandera. Mientras haya una persona con dignidad dispuesta a pleitear, a pagar el precio de la injusticia, como Nelson Mandela, como Rosa Parks, como los gays del ¡Basta de esconderse! hace 50 años en el neoyorkino Stonewall, no todo estará perdido. Por eso se firma #FreeCarola.

El G20 con Bin Salmán pese al informe de la ONU

La otra cara de la moneda estos días han sido los mandatarios más poderosos del mundo en el G20 de Osaka (Japón). La foto del encuentro es un oprobio. Lo es por algo que destaca sobre lo ya llamativo de que de los 38 participantes solo tres sean mujeres y tres africanos: el protagonismo del príncipe heredero de Arabia saudí Mohamed Bin Salman.

Posa en pleno centro, a la diestra de Donald Trump y escoltado por el anfitrión Shinzo Abe, primer ministro de Japón. Más sonriente que nadie e inmaculado de blanco nueve días después de que la investigación de la relatora de la ONU para las ejecuciones extrajudiciales, Agnes Callamard, le apuntara como responsable del asesinato del periodista Jamal Khashoggi. El columnista de The Washington Post  que entró en la embajada de Arabia saudí en Estambul y desapareció. Descuartizado y deshecho en ácido.

Cierto que en la foto de Osaka están:

Trump apuntó al presidente Pedro Sánchez, “ahí tienes tu asiento”, en plan “siéntate y calla”, cabe interpretar que airado por la retirada de la fragata Méndez Núñez de la misión de EEUU contra Irán en Ormuz.

Todo el honor de mantener una posición que se sabe correcta por difícil que sea –una que recuerda a la retirada de tropas de Irak por Zapatero-, lo había perdido el presidente Sánchez antes, en esa sala, al estrechar con amistad la mano ejecutora de Bin Salman. Mano manchada de sangre que el petróleo jamás limpiará.

Uno no puede desafiar la podredumbre solo. Por eso tiene sentido el discurso de Sánchez sobre el multilateralismo. Pero, ¿lo multilateral únicamente importa para pactos comerciales? ¿Las normas e informes ONU son papel mojado?

Ojo a la advertencia del cineasta estadounidense Jim Jarmush: “Trump es una cortina de humo manejada por los que mandan de verdad”. Ese poder del dinero, de los mercados, las agencias de calificación, los grupos financieros, inversores en petróleo y conflictos bélicos que no son electos. Que tratan de imponerse a los votos. 

Aquí, en nuestro suelo, esa alianza económico-mediática que lleva años intentando hacer presidente a Albert Rivera y, tras no lograrlo, ahora lo defenestra porque Sánchez puede valerles igual si acepta gobernar con la abstención de Ciudadanos, hasta del PP. Para estar. Pero sin ser. Como en el G20.

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