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El día de los inocentes
La Constitución hay que cumplirla, razona el presidente Sánchez en el día del cumpleaños de ese libro que se supone que contiene el alma de nuestro Estado. Si a la de 1812 la llamaron La Pepa por ser promulgada el 19 de marzo, a esta tendríamos que ponerle Nicolasa, por Nicolás de Bari, que era un santo que luego se metió a cantante. Mientras le soplan las velas en su casa natal, que es la de las Cortes, su familia se hace selfies con ella: ya estás cuarentona, le dicen, convendría que fueras a pilates, a Estambul para un trasplante de pelo, o no te vendría mal un pelín de botox en la ley sálica.
Que se cumpla; eso quieren más de tres millones de parados, aquellos que acaban de recibir un aviso de lanzamiento de la vivienda, la mujer que contempla resignada la brecha salarial, el sin techo al que no le llega la paguita del Ingreso Mínimo Vital, el viejo taciturno en la cola del ambulatorio. Perdónenme este preámbulo propio del neorrealismo italiano, pero a mucha gente le siguen robando la bicicleta.
“Una buena Constitución es infinitamente mejor que el mejor déspota”, atinó a decir Thomas Macaulay, que no era el niño de Solo en casa. Ojalá pudiera existir algún recurso de amparo que lograra evitar que Joan Manuel Serrat se retirase en vez de seguir cantándonos de por vida “nada tienes que temer, al mal tiempo buena cara, la Constitución te ampara, la justicia te defiende, la policía te guarda, el sindicato te apoya, el sistema te respalda y los pajarillos cantan, y las nubes se levantan”.
Qué no daría yo por reformar esta ley de leyes y proponer, como en la Constitución de Cádiz, que los españoles y las españolas deban ser justos y benéficos
Qué no daría yo por reformar esta ley de leyes y proponer, como en la Constitución de Cádiz, que los españoles y las españolas deban ser justos y benéficos. O que también la tierra, este viejo planeta desarbolado, tenga sus propios derechos, como reza la Carta Magna de Ecuador. O como buscaba Eduardo Galeano: que nuestra máxima norma reivindicase alguna vez los izquierdos humanos, a ver si por ahí tuviéramos más suerte.
Ojalá pudiéramos reescribir ese texto sagrado de la España laica, para que realmente fuera laica. Para que nuestras lenguas sean puentes y no abismos. Para que lo público se anteponga a lo privado; o a lo concertado, que viene a ser tres cuartos de lo mismo, perdonen mi demagogia. Para que debajo del asfalto, al menos alguna vez, esté la playa y que la arena salvaje acabe con el ladrillo tan educado. Para que no deslocalicemos el sudor de la frente, para que un joven pueda seguir siéndolo en su tierra; para que las autonomías no sean regiones devastadas.
Ya me gustaría que el Ministerio de Defensa defienda a España de quienes pretenden defenderla a costa de los españoles que no defendemos lo mismo. Que el Ministerio del Interior no se internase en mi casa, ni inspeccionase quién se acuesta en mi cama, pero que alicate de una vez por todas las cloacas del Estado. Que el Ministerio de Exteriores se ocupe también de los parques y de los cines de verano. Que el Ministerio de Fomento fomente la alegría y que el de Obras Públicas ampare a los teatros. Que al Ministerio de Industria se le bajen los humos. Que el Ministerio de Empleo se emplee en lograrlo. Que el Ministerio de Igualdad no dé igual. Que el Ministerio de Cultura lleve el nombre de Almudena.
Quizá convendría, antes de reformarla, que establezcamos un cierto manual de instrucciones para que este país funcione como la Constitución manda. Que nadie use su nombre en vano, especialmente aquellos que se opusieron a ella. Que el Tribunal Constitucional sea constitucional. Que la Guardia Civil sea civil. Que las bases españolas sean españolas. Que el señor obispo pague el IBI.
Que las mujeres y los niños se salven primero, como si estuviéramos, que lo estamos, en el lento naufragio del estado del bienestar. Que no echemos de comer a los animales, excepto a Yogui, para que no multipliquen a la enésima potencia el número de diputados. Que el rey se sindique o que la monarquía acuda a reunirse con el emérito para que no pase solito otra Navidad.
Que abramos las fronteras a quienes vengan a buscarse la vida y las cerremos a aquellos que busquen la muerte, aunque ya vivan dentro
Que fueran españoles aquellos que quieran serlo y que puedan renunciar fácilmente a la nacionalidad quienes no la deseen. Que abramos las fronteras a quienes vengan a buscarse la vida y las cerremos a aquellos que busquen la muerte, aunque ya vivan dentro. Que la España vaciada se llene de sueños, que la España llena se vacíe de supercherías, de españoles y muchos españoles que coticen en Andorra o de expolíticos escribiendo sus memorias. Que la vida deje de ser una tómbola, que no tengamos ya más que resistir, que el olvido no acaricie nuestra memoria histórica, que a la cucaracha ni a la España histérica le falten marihuana que fumar. Que en la declaración de la renta haya una casilla para destinar mis impuestos al departamento oficial de las utopías razonables.
Verán que no pido imposibles, como probablemente sería prohibir las pandemias por decreto ley, reclamarle a Francia la extradición de Messi o exigir que ganemos alguna vez Eurovisión. Pero sólo lamento informarme a mí mismo que mejor sería no abrir ahora el melón constitucional. No es prudencia, me digo, sino pura cobardía. Si en 1978, con las calles pobladas de ternuras de los pueblos, gritos tricolores y pancartas justicieras, si en las marquesinas de los autobuses y en el interior de los taxis se elogiaba a Susana Estrada y a Tierno Galván, y nos salió esta cosa manifiestamente mejorable, ¿qué churro saldría de este país de hoy, donde los madelman le ganan la partida a los juegos reunidos Geyper, donde los títeres de cachiporra arrinconan a la Tía Norica, donde votamos a porfía a los cuatro jinetes del apocalipsis y dejamos sin Rocinante a Don Quijote?
Querida Constitución, cuarentona mía, acicálate un poquito, déjate querer, vuelve a mirarte al espejo a ver si todos y todas cabemos en él. Lo mismo ensanchas, como la ropa de los mercadillos, aguantas el tirón como Fernando Alonso y de repente volvemos a subir contigo al podio de la esperanza. Sería la mejor manera de celebrar tus años y no confundir tu día con el de las inocentadas.
La Constitución hay que cumplirla, razona el presidente Sánchez en el día del cumpleaños de ese libro que se supone que contiene el alma de nuestro Estado. Si a la de 1812 la llamaron La Pepa por ser promulgada el 19 de marzo, a esta tendríamos que ponerle Nicolasa, por Nicolás de Bari, que era un santo que luego se metió a cantante. Mientras le soplan las velas en su casa natal, que es la de las Cortes, su familia se hace selfies con ella: ya estás cuarentona, le dicen, convendría que fueras a pilates, a Estambul para un trasplante de pelo, o no te vendría mal un pelín de botox en la ley sálica.
Que se cumpla; eso quieren más de tres millones de parados, aquellos que acaban de recibir un aviso de lanzamiento de la vivienda, la mujer que contempla resignada la brecha salarial, el sin techo al que no le llega la paguita del Ingreso Mínimo Vital, el viejo taciturno en la cola del ambulatorio. Perdónenme este preámbulo propio del neorrealismo italiano, pero a mucha gente le siguen robando la bicicleta.