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La escritura de las mujeres

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“... En un momento dado, ridiculizo la literatura institucionalizada, que estudio en la facultad y que no me aporta nada en ese instante preciso en que tengo una sonda en el vientre, y que me digan un texto donde haya ”una transfiguración de la sonda“...”. Son las palabras de la premio Nobel Annie Ernaux recordando el proceso de escritura de su primera novela, 'Los armarios vacíos', en la que la protagonista, al igual que ella misma, se somete a un aborto clandestino en su habitación de la ciudad universitaria.

He elegido estas palabras para comenzar el texto porque me parecen una perfecta ilustración de cómo, salvo contadas excepciones, la literatura tradicional ha albergado un vacío o un silencio sobre la vida real de las mujeres.

Con una sonda en el vientre, Annie Ernaux no se encuentra en esa literatura que estudia en la facultad porque en esos libros las mujeres no tienen que someterse a abortos clandestinos, ni tienen la regla, ni sufren las miradas reprobatorias de médicos, compañeros o familiares.

“Se trata de una exploración de una realidad que responde a mi experiencia, en este caso, el rol femenino”. “... Me sirvo de mi subjetividad para reencontrar y desvelar mecanismos o fenómenos más generales, colectivos” “... Mi escritura contribuye a la subversión de las visiones dominantes del mundo”.

Estas y otras declaraciones de la autora aparecen recogidas en el fantástico e interesantísimo libro 'La escritura como un cuchillo', publicado recientemente por la editorial Cabaret Voltaire y que estoy devorando estos días. Todas ellas me vienen al pelo para hablar, una vez más, de por qué es tan importante que las voces femeninas estén entrando paulatinamente (y no “en tropel”, que diría aquel), en el cine, en la literatura, en la dramaturgia, allá donde fuere.

No deja de resultarme curioso y hasta divertido que el fenómeno de los señores a los que les explota la cabeza con que la visión del mundo de las mujeres en la literatura tenga éxito y suscite interés no sea nuevo ni mucho menos

Y de verdad que entiendo la estupefacción de aquellos que siempre han dominado esos lugares ante una variedad de temas o miradas que les son completamente ajenas o extrañas. Autoras escribiendo sobre la regla, la maternidad, los abusos, la amistad y los lazos entre mujeres... ¡qué pesadas! Entiendo el desconcierto ante lo nuevo, pero me pregunto: ¿no sería más inteligente, o al menos más enriquecedor, reflexionar sobre el porqué de esta necesidad de visibilizar, de escribir y de leer estas otras historias y visiones del mundo? Entiendo también que esto requiere más esfuerzo que recurrir al clásico: es por corrección política, es porque está de moda, es por la cuota... Porque siempre, siempre, siempre que una mujer obtenga un reconocimiento a su trabajo, tendrá detrás de la oreja ese vómito de comentarios que le susurren: no lo mereces.

No deja de resultarme curioso y hasta divertido que el fenómeno de los señores a los que les explota la cabeza con que la visión del mundo de las mujeres en la literatura tenga éxito y suscite interés no sea nuevo ni mucho menos. La propia Virginia Woolf ya tuvo que aguantar a muchos tipos como estos. En una conferencia pronunciada en 1929, la autora dijo: “Cuando una mujer comienza a escribir una novela, se da cuenta de que se siente tentada a alterar constantemente los valores establecidos, volviendo serio lo que a un hombre le podría parecer insignificante, y trivial, lo que para él es importante. Desde luego, se la criticará por hacerlo: el crítico del sexo opuesto quedará intrigado y sorprendido (…) calificará este punto de vista de débil, o trivial, o sentimental, solo porque es diferente al suyo”.

Acérquense, vengan a los clubes de lectura, a las presentaciones, a los coloquios, escuchen la voz de las mujeres, miren lo que se genera en estos lugares. De verdad que verán que, muchas veces, lo que les parece trivial es sumamente importante

Cuando leí este párrafo no pude evitar soltar una carcajada en voz alta en mitad del autobús. Pero querida Virginia, ¡si acabas de describir al crítico de cine (me lo llevé a mi terreno, pero leáse columnista) del siglo XXI!

Obviamente, estoy generalizando. Tengo la suerte de estar rodeada y de leer a hombres que eligieron el camino difícil: el de escuchar, leer, sentir empatía, replantearse los esquemas establecidos... Pero siguen abundando los que intentan ridiculizar y socavar la escritura de las mujeres. En el fondo creo que tienen miedo, miedo a perder un estatus y un orden que los mantiene en su lugar.

Pero me gustaría decirles que no teman, que las mujeres hemos venido a la cultura a ofrecer otros relatos, a decirnos “a mí también me pasó, yo también lo viví”, a darnos la mano y sostenernos mediante la creación de narrativas que no existían y que echamos tantísimo de menos cuando nos sentimos perdidas y solas, a compartir nuestras experiencias, que aunque no lo crean, también son para ustedes, y si consintieran replantearse por un sólo momento sus esquemas, verían cuánto les pueden aportar a sus vidas.

Acérquense, vengan a los clubes de lectura, a las presentaciones, a los coloquios, escuchen la voz de las mujeres, miren lo que se genera en estos lugares. De verdad que verán que, muchas veces, lo que les parece trivial es sumamente importante.

“... En un momento dado, ridiculizo la literatura institucionalizada, que estudio en la facultad y que no me aporta nada en ese instante preciso en que tengo una sonda en el vientre, y que me digan un texto donde haya ”una transfiguración de la sonda“...”. Son las palabras de la premio Nobel Annie Ernaux recordando el proceso de escritura de su primera novela, 'Los armarios vacíos', en la que la protagonista, al igual que ella misma, se somete a un aborto clandestino en su habitación de la ciudad universitaria.

He elegido estas palabras para comenzar el texto porque me parecen una perfecta ilustración de cómo, salvo contadas excepciones, la literatura tradicional ha albergado un vacío o un silencio sobre la vida real de las mujeres.