Once plantas de Tenerife 'conquistan' las alturas de la isla para escapar del cambio climático, ¿podrán seguirlas el resto?

Bosque termófilo de Anaga, en Tenerife

Toni Ferrera

16 de diciembre de 2024 07:31 h

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Las plantas son seres sésiles, es decir, no pueden moverse por sí solas. Pero sus semillas sí lo hacen. Algunas son desplazadas por el viento. Otras por la simple gravedad de la Tierra. Y muchas consiguen colonizar nuevos territorios gracias a animales que consumen sus frutos y, después de un tiempo, defecan, depositando las semillas tragadas en otras zonas.

Para miles de especies vegetales, esta es la única forma de moverse. Y en un contexto de crisis climática, en el que las temperaturas están aumentando, principalmente, por la quema de combustibles fósiles, las plantas necesitan adaptarse a las nuevas condiciones para escapar del calentamiento global y cambiar sus distribuciones a demarcaciones y latitudes más elevadas. Todo ello con el fin de sobrevivir. 

Una investigación financiada por entidades de España, Portugal y la Unión Europea (UE) ha concluido que las semillas de al menos once plantas de fruto carnoso de Tenerife están conquistando las alturas de la isla gracias al trabajo de aves y lagartos, “los dos grandes gremios de dispersores en las islas oceánicas”, recalca Manuel Nogales, investigador del Instituto de Productos Naturales y Agrobología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IPNA-CSIC) y uno de los autores de la publicación.

Los científicos estudiaron las redes de dispersión de semillas de los cinco cinturones de vegetación de Tenerife, desde los matorrales del primer nivel hasta la alta montaña, alrededor del Teide. Nogales recuerda que la isla tinerfeña es ideal para este tipo de investigaciones porque fue en ella donde Alexander von Humboldt, uno de los naturalistas más importantes de la historia reciente, contribuyó al inicio de la geología y geobotánica, la ciencia que analiza el hábitat de las plantas en la superficie terrestre.

Los resultados, difundidos en la revista académica New Phytologist, muestran una red global de 283 interacciones distintas entre 73 especies vegetales y 27 animales. En ella, el lagarto desempeña un papel “fundamental” al dispersar las semillas por varios niveles de vegetación. Cuatro aves (mirlo común, mirlo capiblanco, petirrojo de Tenerife y cernícalo) y un mamífero introducido (conejo) son también importantes conectores.

El estudio, pionero en el mundo, dio como resultado una de las redes de dispersión de semillas “más completas hasta la fecha”. Cada cinturón de vegetación presentó sus propias características, pero también quedó demostrado que están conectados entre sí por una serie de animales que se mueven de un nivel a otro, depositando las semillas de algunas plantas en zonas más elevadas y representando “rutas de escape” para estas ante el cambio climático.

“Todavía no habíamos probado que los dispersores ayudaban a las plantas a llevar sus semillas a temperaturas más frías, a zonas más elevadas”, destaca Sara Beatriz Mendes, investigadora de la Universidad de Coimbra (Portugal) y primera autora del trabajo académico.

La buena noticia es que once plantas están logrando esta ventaja frente a la crisis climática; la mala, es que solo cinco son nativas y el resto, exóticas. Y esto es “preocupante”, agrega Beatriz Mendes.

En Tenerife, el 18% de la flora se corresponde con especies vegetales introducidas, sin embargo, el 55% de las plantas que están ampliando su rango de distribución son exóticas, lo que significa que sus semillas están siendo dispersadas “desproporcionalmente a su abundancia”. Beatriz Mendes apunta dos motivos: la mayor parte de las semillas que llegan a cotas más altas proceden de los dos primeros niveles de vegetación, donde las especies invasoras son más comunes, y “muchos de los frutos” de estas últimas son “más atractivos” para los dispersores, lo que complica aún más las cosas.

Para sobrevivir a la crisis climática, los autores del estudio estiman que las plantas tendrán que desplazarse entre 20 y 33 metros en vertical por década. Pero eso no es precisamente fácil. La “mayoría” de los grandes dispersores de semillas en la isla tinerfeña, como la paloma rabiche y el cuervo grande, están amenazados por la caza, el uso de pesticidas y la depredación por mamíferos exóticos.

Este mismo año, Beatriz Mendes y otros investigadores publicaron un estudio en la prestigiosa revista Science en el que concluyeron que el 30% de los animales dispersores de semillas en Europa están amenazados, lo que nos conduce a una “crisis” sin precedentes, también con consecuencias para el ser humano.

Otra investigación publicada en 2021 encontró aún más dificultades al estimar que solo un tercio (35%) de las plantas europeas están siendo dispersadas por aves que migran a latitudes más frías en el norte, lo que “limita la adaptación (...) al cambio climático”.

El biólogo de la Universidad de Cádiz Juan P. González Varo lideró esa publicación científica, publicada en Nature. Él remarca que los animales dispersores realizan un trabajo “descomunal” en la restauración de ecosistemas, llevando las semillas a zonas deforestadas o degradadas que, “a la larga, dan lugar a la creación o recuperación de matorrales y bosques”, y añade que esto también tiene “un valor económico altísimo”, evidenciado en una reciente publicación científica en la que investigadores de Portugal estimaron en más de 23 millones de euros al año el valor de la dispersión de semillas en la regeneración de bosques tras un incendio.

“Las plantas son la piedra angular de los ecosistemas terrestres, donde actúan como productores primarios gracias a la fotosíntesis. Sabemos que una mayor diversidad de especies vegetales acarrea una mayor diversidad de animales que se alimentan de ellas y, a su vez, de sus depredadores. Entre los primeros se encuentran los animales que se alimentan de polen y néctar, beneficiosos para la polinización de nuestros cultivos. Y entre los segundos, animales insectívoros y carnívoros que actúan como controladores de plagas de cultivos”, explica González Varo.

“Por lo tanto, la pérdida de dispersores de semillas puede resultar en ecosistemas menos beneficiosos para las personas, más empobrecidos y menos resilientes a los impactos ambientales recurrentes a los que los sometemos”, remacha.

La investigación liderada por Beatriz Mendes y Nogales en Tenerife también calculó la distancia mínima necesaria de dispersión vertical de semillas para que las plantas puedan adaptarse al cambio climático. Lo hicieron basándose en cuatro “escenarios de calentamiento” previamente calculados en los que, por ejemplo, en los cinturones de vegetación más bajos de la isla aumentan las temperaturas a un ritmo máximo de 0,09 grados centígrados por década, mientras que en el nivel más alto lo hace a una velocidad máxima de 0,14 grados cada diez años.

Es la primera vez, puntualiza Nogales, que son utilizados horizontes de cambio de temperaturas en función de la altitud para predecir las interacciones de la red de dispersión de semillas. Los resultados revelan que el 85% de las plantas de fruto carnoso de la isla pueden colonizar los niveles superiores y escapar de la crisis climática. Pero para las plantas localizadas en la alta montaña, el futuro es menos halagüeño.

En una nuevo estudio, Nogales ha postulado un “colapso ecológico” en la alta montaña de Tenerife, en el Parque Nacional del Teide, pues cuatro de las seis especies vegetales de fruto carnoso presentan problemas de conservación y la red de dispersión de semillas está funcionando a la mitad de su potencial.

“Cuando en un ecosistema eliminas la especie principal, como ocurrió en el Teide con los bosques de cedro, desaparece una cohorte de animales que se alimentaban de sus frutos, como los mirlos o petirrojos. Y esos pájaros no solo dispersaban las semillas de los cedros, sino también de otras plantas que estaban allí”, razona el investigador.

Los científicos consideran que, con la pérdida de hábitats adecuados en las zonas más bajas y las limitadas opciones de escape en las más altas, la crisis climática no solo modificará la composición de los ecosistemas, sino que también acelerará la “homogeneización biótica”, pues las especies adaptadas al frío en las cotas altas serán probablemente sustituidas por aquellas adaptadas al calor en las más bajas. 

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