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El impacto del cambio de régimen en Siria respaldado por EEUU, Israel y Turquía
OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

El impacto del cambio de régimen en Siria respaldado por EEUU, Israel y Turquía

El Secretario de Estado de EEUU y el ministro de Exteriores de Turquía, este sábado, reunidos para hablar de la transición siria
14 de diciembre de 2024 22:15 h

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Oriente Próximo experimenta un vertiginoso proceso de reestructuración, impulsado por varios actores regionales e internacionales y materializado en las palabras del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, quien lleva tiempo anunciando su intención de “cambiar la faz” de la región.

Estos cambios a través de guerras, invasiones ilegales y repartos del pastel territorial no son algo nuevo en la zona, donde a menudo las protestas sociales han sido aprovechadas -y secuestradas- para nuevas injerencias. La historia contemporánea de Oriente Próximo y Medio no se entiende sin conocer de qué modo se trazaron los mapas que ahora experimentan transformaciones.

Sykes-Picot

En 1916, en el marco de la Primera Guerra Mundial, Reino Unido y Francia firmaron en secreto el acuerdo de Sykes-Picot, por el cual ambas potencias europeas se repartían el control de Oriente Próximo en caso de una victoria militar sobre el Imperio otomano y sus aliados. Francia ejercería su influencia sobre los actuales Siria y Líbano y Reino Unido sobre Transjordania, Palestina e Irak. Así lo acordaron y así terminó haciéndose tras la guerra.

El pacto de Sykes-Picot convirtió antiguas provincias del Imperio otomano en países, dibujó fronteras a su antojo y repartió un suculento pastel entre París y Londres. En 1920 Transjordania, Palestina e Irak, pasaron a estar bajo mandato británico, y Líbano y Siria, bajo control francés. Sectores importantes de esas sociedades reaccionaron con indignación y protestas.

El colonialismo operó de diferentes formas en la región. En Palestina, Reino Unido facilitó el proyecto sionista -teorizado en las últimas décadas del siglo XIX- para la creación de un Estado judío, a través de la Declaración Balfour en 1917.

La historia de los siguientes años en toda la zona estuvo hilada por la construcción de movimientos de resistencia contra los países ocupantes, en busca de una independencia que fueron obteniendo en los años cuarenta y cincuenta de manera progresiva, a excepción de Palestina, donde se levantaría el Estado de Israel, con el apoyo de las potencias occidentales y de la URSS, y con la oposición de los países árabes de la zona.

La continuación de la injerencia

La era colonial en Oriente Próximo dio paso, a partir de los años sesenta, a un intervencionismo con capítulos destacados, como el golpe de Estado en 1953 de la CIA y Reino Unido contra el Gobierno democrático iraní de Mossadeq en 1953, que había nacionalizado el petróleo, controlado en buena parte por Londres hasta entonces. De ese modo se instauró en Irán el gobierno monárquico de Mohammad Reza Pahlavi, en lo que fue la primera acción encubierta de Estados Unidos para derrocar un gobierno extranjero en tiempos de paz.

El sha Pahlavi fue un gran aliado de Washington, gobernó de forma autoritaria en medio de una crisis económica, lo que provocó levantamientos a partir de 1977. En aquellas protestas participaron grupos de la izquierda, fuerzas seculares e islamistas, con grandes huelgas y protestas durante meses. En 1979 Pahlavi huyó del país. El líder islamista opositor, el ayatolá Jomeini, regresó de su exilio y tomó las riendas de la revolución, que terminaría así siendo controlada y secuestrada por los grupos islamistas.

En la actualidad el hijo del sha, Reza Pahlavi, exiliado desde hace cuarenta años en EEUU, reivindica su derecho al trono en Irán, y es un gran aliado del Gobierno de Israel, país que visitó en abril de 2023. Este viernes, en el marco del derrocamiento de Asad, aliado de Irán y Rusia, el primer ministro Netanyahu envió un mensaje “al pueblo de Irán”, en el que afirmaba que “un día Irán será libre”, “no tengo duda de que conseguiremos ese futuro pronto, más pronto de lo que la gente piensa”.

Reza Pahlavi, hijo del sha, ha celebrado en sus redes sociales este mensaje de Netanyahu, se ha mostrado cercano a Donald Trump, a quien felicitó por su victoria electoral, y ha pedido a los líderes mundiales que abandonen lo que llama “negociaciones inútiles” con Teherán, sigan “el ejemplo” del primer ministro israelí y “se comprometan directamente con la nación iraní”.

La década de los setenta y ochenta

Tras el triunfo de la revolución islámica iraní en 1979, el régimen de Sadam Hussein en Irak -por entonces aliado de EEUU- declaró la guerra a Teherán, empujado por Washington, que había visto cómo Irán se convertía en una amenaza para sus intereses.

Aquella guerra duró ocho años, durante los cuales Estados Unidos proporcionó apoyo, armas e información militar a Irak, pero también facilitó secretamente armamento a Irán entre 1985 y 1987 a través de una red de tráfico de armas estadounidenses e israelíes organizada por la CIA. Con los beneficios de ese negocio Washington apoyó a la Contra nicaragüense y a muyahidines afganos que luchaban contra las tropas soviéticas en Afganistán. La operación sería conocida con el nombre de Irangate.

De este modo Estados Unidos prolongó aquel conflicto bélico, con el propósito de desgastar tanto a Irak como a Irán, dos países estratégicos y con petróleo. En cuanto a Afganistán, algunos de aquellos grupos armados afganos respaldados por EEUU fueron el germen de los futuros talibanes.

Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad en varios gobiernos estadounidenses, lo justificó tiempo después, en 1998, con el siguiente argumento: “¿Qué era más importante para la historia mundial? ¿Los talibanes o el fin del imperio soviético? ¿Unos cuantos agitados musulmanes más o la liberación de Europa Central y el fin de la guerra fría?”.

El siglo XXI

Con la llegada del siglo XXI, los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono en 2001 sirvieron de justificación para el inicio de la llamada “guerra contra el terror”, impulsada por EEUU. En el marco de la misma Washington llevó a cabo las invasiones y ocupaciones de Afganistán e Irak, con ayuda de sus aliados de la OTAN.

Los bombardeos estadounidenses contra población civil en Irak, las cárceles secretas, las torturas, los arrestos arbitrarios y la perpetuación de la ocupación crearon un clima de terror en el país y originaron grupos de resistencia contra las tropas estadounidenses.

Nada de lo ocurrido en Siria en los últimos tiempos puede entenderse sin las consecuencias de la invasión de Irak, donde EEUU financió a varios grupos armados y donde llegaron a operar más de cien mil mercenarios extranjeros, muchos de ellos contratados por empresas estadounidenses y europeas e incluso por el Gobierno de Washington. Irak se convirtió en un escenario de caos y destrucción.

Las revueltas

El estallido de las revueltas en varios países árabes en 2010 y 2011 fue respondido con la intervención de potencias regionales e internacionales en países como Libia, Siria, Bahrein o Yemen. Reino Unido, Francia y EEUU impulsaron la intervención en territorio libio acogiéndose a la doctrina R2P -“responsabilidad de proteger”- que defiende la ocupación militar de territorio ajeno con la excusa de proteger a población civil.

El doble rasero a la hora de aplicar dicha doctrina es notable. Mientras la OTAN se disponía a entrar en Libia para “proteger” a los civiles, Arabia Saudí -país al que Washington había vendido numeroso armamento- enviaba tropas a Bahrein para disparar contra los manifestantes, sin que Estados Unidos moviera un dedo para impedírselo.

La operación militar en Libia en 2011 duró meses y no terminó hasta que se produjo el asesinato extrajudicial de Muamar Al Gadafi y la caída de su régimen. La entonces Secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, lo celebró con una amplia sonrisa y estas palabras: “Llegamos, vimos y murió”. Las consecuencias de las intervenciones armadas, de nuevo, provocaron caos y fragmentación. Libia quedó dividida en territorios controlados por diversas milicias armadas por países occidentales, algunas de ellas yihadistas y con personajes considerados terroristas en el pasado por EEUU y la UE.

Siria ha sido también escenario de injerencias en el marco de las revueltas de la población contra el régimen en 2011. Desde entonces hasta hoy numerosos actores regionales e internacional han facilitado apoyo logístico o militar a grupos armados, algunos de ellos yihadistas.

La transición siria

Ahora, tras el derrocamiento de Bashar Al Asad, las celebraciones se suceden en varios puntos del país, mientras siguen conociéndose nuevas historias de torturas y desapariciones de presos en las cárceles del régimen. La represión y los casi catorce años de guerra han dejado un país dividido y devastado que afronta numerosos riesgos e incertidumbres, y en el que se ha nombrado como presidente interino a Mohammad Bashir, vinculado al grupo yihadista Tahrir Al Sham (HTS).

Turquía, Estados Unidos y, sobre todo, Israel, han lanzado más bombardeos esta semana contra varias áreas del país, y el Ejército israelí ha ocupado ilegalmente más territorio sirio. El primer ministro Netanyahu no oculta sus ambiciones expansionistas, y ha declarado que los Altos del Golán sirios serán “para siempre parte del Estado israelí”. Además, pretende permanecer durante un tiempo indefinido en las nuevas áreas ocupadas más allá de los Altos del Golán.

Ante ello el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha indicado que “las recientes y extensas violaciones de la soberanía y la integridad territorial de Siria son profundamente preocupantes” y ha pedido “acuerdos de transición creíbles, ordenados e inclusivos”.

Las rutas, los gasoductos, las guerras

Israel continúa impulsando un genocidio en Gaza, ha modificado la fisonomía de la Franja a base de una enorme destrucción y ha creado nuevas fronteras en ella. Además, se ha anexionado más territorio palestino en Cisjordania, mantiene tropas en el sur de Líbano, ha invadido territorio en Siria y no oculta su intención de continuar con ese “cambio de faz” de la región provocando la caída del régimen iraní.

Estas operaciones se enmarcan en ese proyecto de remodelación anunciado por el primer ministro israelí, quien ya antes de los ataques de Hamás de octubre de 2023 mostró en la ONU un mapa en el que Palestina desaparecía, ocupada por completo por Israel. Otros mapas exhibidos posteriormente por Netanyahu contienen rutas entre Asia y el Mediterráneo, por las que Israel y sus aliados pretenden transportar petróleo, gas y otras materias primas.

Ahora, en el habitual reparto de las órbitas de influencia y de control que se produce en esta zona, Israel, Turquía, Estados Unidos y Qatar cuentan con especial protagonismo, por respaldar a grupos armados que dominan algunas áreas del país o por tener tropas propias en zonas sirias. Es el caso de Washington, que ofrece apoyo a fuerzas kurdas en unos de los encuadres con más pozos de petróleo del país.

Las intenciones de mantener e incluso ampliar las injerencias son evidentes. Rusia, por su parte, aliada de Asad en estos años, no quiere renunciar a mantener sus dos únicas bases militares en la región, ubicadas en territorio sirio -una de ellas le facilita su único acceso al Mediterráneo- para lo que tendrá que negociar con Turquía y el gobierno de transición.

Este sábado se ha producido en Jordania una importante reunión sobre el futuro de Siria, a la que han asistido los ministros de Exteriores de Estados Unidos, Francia y Turquía y de ocho países árabes: Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Baréin -por ser jefe de turno de la Liga Árabe-, Jordania, Arabia Saudí, Irak, Líbano y Egipto, además del secretario general de la Liga. En la reunión también ha participado la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Kaja Kallas, y el enviado de las Naciones Unidas para Siria, Geir Pedersen.

Los mapas de la región se rediseñan y los actores regionales e internacionales volverán a intentar repartirse áreas de influencia, al igual que hicieron tantas veces en el pasado, con la excusa de mantener la seguridad o de contrarrestar el avance de grupos armados surgidos en el fragor de sus propias operaciones militares en el pasado. Mientras tanto, las empresas armamentísticas siguen aumentando sus ingresos. Todo ello, como suele ser habitual, en detrimento de las demandas y intereses prioritarios de las poblaciones.

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