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La ‘felicidad’ de los vecinos de Aznalcóllar

Una joven observa el cauce del Guadiamar a su paso por el corredor verde creado para regenerar este río, que el 25 de abril de 1998 sufrió una riada tóxica de 6 millones de metros cúbicos, causada por la rotura de la balsa de residuos de la mina de Aznalcollar / EFE.

Juan Carlos Blanco

Aznalcóllar, esta semana, es una fiesta. A ultimísima hora, el Gobierno Central ha logrado frenar un atropello insoportable para todos al paralizar la reapertura de la mina decidida por la Junta de Andalucía. El pueblo, con un 30% de paro, dice adiós al medio millar largo de puestos de trabajo que iba a proporcionar la reactivación de la corta marcada por el terrible vertido tóxico de abril del 98, pero eso es lo de menos. Pecata minuta en una comunidad con millón y medio de desempleados.

Lo sustancial, lo fundamental, lo mollar, lo que de verdad nos tiene que importar es que se ha evitado una pesadilla que atormenta y tiene en vilo a cientos de miles de andaluces y de españoles. Gracias al Gobierno del PP, nos hemos librado de una invasión de competencias administrativas de la Junta a la Administración Central.

No refrenen su euforia: abandonen la lectura de este artículo y desaten su alegría sin remilgos, muestren su alborozo y salgan a contar la buena nueva a sus vecinos, amigos y familiares cercanos. No hace falta que les describa lo felices que están en Aznalcóllar con eso de que se haya podido evitar un conflicto de competencias entre la Administración Central y la autonómica.

No caben en sí. Es como si hubieran tomado todos la pastilla de la felicidad. El alcalde ha decretado tres días de júbilo general y se han suspendido las clases para que los niños puedan celebrar que algunos de su pueblo seguirán sin trabajo pero con el honor sin mancha alguna. Ya pueden respirar tranquilos. Se ha restablecido el orden y la ley sin necesidad de llamar a los cascos azules de la ONU. La rebelión ha sido sofocada. No hay más trabajo, pero al menos no se ha producido una invasión de competencias y eso les hace estar felices, muy felices.

¿Demasiado sarcástico? Pues sí, pero no se me ocurre otra manera mejor para tratar un asunto que a ojos de cualquier ciudadano con un par de dedos en la frente es un disparate de dimensiones colosales. No se trata de discutir quién tiene la razón en la bronca de Aznalcóllar, sino de analizar el dislate de una polémica con tan poco sentido que amenaza con cargarse uno de los procos proyectos más o menos claros de reactivación de la vida económica de esta comarca andaluza.

Les recuerdo: La Junta anuncia la apertura del concurso para la explotación de la mina de Aznalcóllar y meses después se entera por los medios de comunicación tras un consejo de ministros de que el Gobierno recurrirá el proceso por una presunta invasión de competencias. Así, a las bravas y sin ni una llamada ni una mínima reunión ni un puñetero whatsapp de advertencia. Que te recurro y que esto es lo que hay. Que no es que esté en contra de que se reabra la mina, pero que así nada de nada.

¿Normal? Desde un punto de vista estrictamente legal tal vez lo sea, pero desde un punto de vista político, social y ciudadano, no. Pues claro que no se deben invadir competencias, pero un mínimo sentido de lealtad institucional obliga a pensar que un gobierno no puede cargarse de un golpetazo un proyecto de este calado por un simple problema administrativo que se puede arreglar con un par de reuniones entre funcionarios de alto nivel.

Ahora el Gobierno del PP recula y se muestra conciliador, pero el daño está hecho. El proyecto vuelve a la silla de salida a la espera de un acuerdo que debería de llegar en días y la sombra de la inseguridad jurídica planea sobre los futuros candidatos a hacerse con la concesión. ¿Tiene sentido este parón? ¿Puede alguien explicarles a los ciudadanos que los proyectos se paralizan alegremente por rencillas administrativas? Y para ser más concretos, ¿pueden explicarlo, por ejemplo, en Aznalcóllar? ¿A que no? Pues luego que no se quejen.

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