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El humo del fuego y la vaca
No ha mucho que corría por el PP andaluz una expresión repetida cual estribillo: “La milonga de la economía sostenible”, en su acepción de engaño o cuento. La patentó Javier Arenas, ardiente defensor del ladrillo como vía para alcanzar la dicha del empleo, y ha tenido continuidad hasta ser relevada por “revolución verde”, que sugiere lo opuesto, aunque en puridad se trata de un mero trasunto con un eslogan más en la onda. Vean, si no: la Junta ha sacado una ley del suelo que relanza la construcción (incluso en terreno rústico); ha modificado 80 leyes con especial incidencia en la desregulación medioambiental; y mantiene enhiesta la vieja demanda de una carretera entre Huelva y Cádiz por el norte de Doñana, al igual que el plan para aumentar los regadíos junto al parque que ha erizado los cabellos de la Comisión Europea.
Un experimento: si fusionáramos en un mix pintón ambos lemas, el enunciado quedaría tal que así: “La milonga de la revolución verde”. Eso no lo van a comprar, me temo. La política se ha convertido en un anuncio perpetuo donde impera el lenguaje mágico de la publicidad y se obran asombrosos prodigios. Nada es imposible, pese a los contrasentidos. Abrir una mina en terreno protegido, por ejemplo, o exprimir los acuíferos de Doñana hasta convertirlo en un secarral casa tan poco con una revolución verde como zamparse dos morcillas serranas en el desayuno y decir que sigues una dieta libre de colesterol. Una marcianada. Y ahí estamos, atiborrados de propaganda que prácticamente vivimos dentro de un spot, con el ánimo abierto a tragarnos cualquier cosa por inverosímil que sea, como esta del ecologismo prêt-à- porter.
Que los incendios se apagan durante el año es un mantra con décadas de antigüedad. La receta está inventada y la recurrencia de los fuegos en el ámbito mediterráneo es cada vez mayor, sin margen para el aplazamiento
Andan los expertos dando la voz de alarma por la emergencia climática de Andalucía y vuelve a arder Sierra Bermeja. Las fuerzas vivas han peregrinado al lugar en romería, olfateando el humo electoralista, con sus chalecos Coronel Tapioca, mapa en mano y el brazo extendido apuntando al horizonte igual que las estatuas de Colón. La zona es próxima a la que se quemó en septiembre, y el siniestro, simultáneo a las protestas de los bomberos del Infoca, algunos acampados frente a San Telmo por la precariedad de la plantilla. Pero hay una coincidencia más: el Infoca fue uno de los supuestos “chiringuitos” señalados por las auditorias millonarias que el Gobierno andaluz encargó al sector privado, para el que se aconsejan externalizaciones. En noviembre, 700 eventuales fueron a la calle, justo al empezar las labores de prevención.
Que los incendios se apagan durante el año es un mantra con décadas de antigüedad. La receta está inventada y la recurrencia de los fuegos en el ámbito mediterráneo es cada vez mayor, sin margen para el aplazamiento. No obstante, la teatralización de la política carece de límites. En el incendio del año pasado, cuando las deficiencias eran similares, la Junta salió del entuerto con una frase dirigida a los presuntos autores de la catástrofe, de los que nunca más se supo, por parte del presidente Moreno, en plan héroe justiciero de wéstern: “Que sepan que vamos a ir a por ellos (...), si me están escuchando que no duerman tranquilos (...) porque los cazaremos”. El comodín de la perfidia ajena siempre es un recurso retórico efectivo, es cierto, como también lo es que se trata de una respuesta inútil si proviene de un gestor público del que se anhelan soluciones y no una belicosidad baldía.
En esta campaña casi ningún discurso elude las palabras talismán probadas en la publicidad. Ni siquiera Vox
En esta campaña casi ningún discurso elude las palabras talismán probadas en la publicidad. Ni siquiera Vox. Pasemos revista: democracia, libertad, derechos, moderación, acuerdo, flexibilidad, justicia social, feminismo, verde. Hagan la prueba. Un batiburrillo que vale para un roto y un descosido. Sin embargo, son banderas huecas, sin enjundia en su interior, como el glosado andalucismo de Siempre así que no lleva conciencia dentro, solo el zapateado del agravio si en Madrid gobierna el partido contrario; la defensa contra la violencia machista a la vez que se desinflan las redes de apoyo a las víctimas y se gasta dinero en un teléfono de “violencia intrafamiliar”; la salud pública que engorda los bolsillos de los conglomerados privados; y esa “revolución verde” que va a transmutar a esta tierra en un erial. Y mientras, pendientes de la tontuna de la vaca. El humo del incendio y la vaca. En fin.
No ha mucho que corría por el PP andaluz una expresión repetida cual estribillo: “La milonga de la economía sostenible”, en su acepción de engaño o cuento. La patentó Javier Arenas, ardiente defensor del ladrillo como vía para alcanzar la dicha del empleo, y ha tenido continuidad hasta ser relevada por “revolución verde”, que sugiere lo opuesto, aunque en puridad se trata de un mero trasunto con un eslogan más en la onda. Vean, si no: la Junta ha sacado una ley del suelo que relanza la construcción (incluso en terreno rústico); ha modificado 80 leyes con especial incidencia en la desregulación medioambiental; y mantiene enhiesta la vieja demanda de una carretera entre Huelva y Cádiz por el norte de Doñana, al igual que el plan para aumentar los regadíos junto al parque que ha erizado los cabellos de la Comisión Europea.
Un experimento: si fusionáramos en un mix pintón ambos lemas, el enunciado quedaría tal que así: “La milonga de la revolución verde”. Eso no lo van a comprar, me temo. La política se ha convertido en un anuncio perpetuo donde impera el lenguaje mágico de la publicidad y se obran asombrosos prodigios. Nada es imposible, pese a los contrasentidos. Abrir una mina en terreno protegido, por ejemplo, o exprimir los acuíferos de Doñana hasta convertirlo en un secarral casa tan poco con una revolución verde como zamparse dos morcillas serranas en el desayuno y decir que sigues una dieta libre de colesterol. Una marcianada. Y ahí estamos, atiborrados de propaganda que prácticamente vivimos dentro de un spot, con el ánimo abierto a tragarnos cualquier cosa por inverosímil que sea, como esta del ecologismo prêt-à- porter.