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Juego de traidores
Por mucho que se estruje la palabra, y se suelen estrujar a veces como la caña de azúcar, hasta que rezumen, “relator” no es lo mismo que mediador, y mucho menos que intermediario ni comisionista. Lo deja claro el diccionario de la RAE pero, por si fuera que algún académico hubiera dado un golpe lingüístico (madera hay) y despertare desconfianza, me he transportado al Tesoro de la Lengua Castellana de Sebastián de Covarrubias. Dice: “Oficio de los consejos y audiencias, el que refiere una causa bien y fielmente, sin daño de ninguna de las partes”. ¿Entonces? Daba igual.
De una parte, era la excusa perfecta de los temerosos profesionales de la ruptura de España, temor que ocurre cada quince minutos, más o menos. De otra, de los intermediarios profesionales, no es cuestión de perder mercado; temor en los que encargaron alguna mediación alguna vez a obispos, empresarios, periodistas, compañeros dispuestos a la exposición, mientras ellos acechaban acobardados tras la cortina. Los que estaban al otro lado del teléfono de Jesús Eguiguren en cada descanso de las conversaciones con Arnaldo Otegui en un caserío, sí, no en ninguna institución; y bien que las había, y mesas antiterroristas y otras. Mereció la pena. Llegó la paz y la derrota del terrorismo.
Los intermediarios de bienes políticos, según Bourdieu, se han sentido amenazados, alarmados, perdían clientela, la exclusividad, y poder de negociación profesional desde luego; también perdían valor, como las licencias de los taxis. Sus promesas -mercancía negociadora- quedaban en entredicho. Pero promesas, ¿cuáles y a quién
Pedro Sánchez se ha equivocado, pero no por querer dialogar. Tampoco por no valorar la furia de la derecha cuántica, capaz de estar en el siglo pasado y en éste; en la derecha cuando moderada, dicen, y en la extrema derecha. El gran error de Sánchez es no haber tenido en cuenta a los suyos. Dar entender a los profesionales del socialismo que él podía seguir.
Los suyos, una veces desde las baronías de la nobleza socialista; otras, desde el vargasllosismo asociado, el de las cómodas poltronas seguidillas de las curules que les produjeron privilegios durante los últimos cuarenta años a algunos. Son los últimos tortilleros, jubilados de oro pero en el régimen activo, al servicio de la poliarquía, disfrutando de los réditos perpetuos de la Transición.
Sánchez ha sido acusado de traición, ni más ni menos. Y se ha convocado al pueblo en Madrid para airear dicha traición en un mogollón populista de corte venezolano. No ha sido “pa tanto”. La foto del tripartito ha sido revelada con claridad, solo eso; retratados, pero no ha habido quórum para que se hubiera autoproclamado presidente encargado a Pablo Casado. No será por ganas de reconocerlo desde las filas añorantes del establishment cortesano. No, el derechazo ha fracasado.
A Sánchez, que no acaba de ver su problema ni acaba de encontrar a un Sánchez más defendible, no le perdonan que los derrotara ¡y en nombre de la plebe! Por esas heridas respiran, orgullosos causahabientes de un botín institucional y de poder por los servicios prestados -y por prestar- pero insisto ¿a quién?¿a quién le han prometido los causahabientes de la Transición que el Gobierno de Sánchez no durará mucho?
Sánchez tiene un problema con la derecha endémica de España, pero también otro, quizá más grave, con su propia derecha; esa derecha socialista a la que ya se refería George Orwell ¡en los años treinta! Mientras el presidente pedía lealtad a la derecha, la máxima deslealtad le venía por su derecha. Por aquellos, desde luego conducidos por aquel, que han introducido de manera tóxica en las bodegas orgánicas del socialismo el factor catalán como detonante de todos sus inconfesables males y también como el bien objeto de negocio político, con comisiones, por supuesto. Son los intermediarios de los que se creen propietarios de la marca.
El socialismo está roto
El socialismo está roto, como antes en casi toda Europa. En todos los saraos de la postverdad de la Transición está Manel Valls para recordarlo. Por estar roto, lo está hasta la foto de la tortilla. Uno de los últimos tortilleros de la Puebla del Río ha denunciado estos días la falta de dignidad en el retiro de los jubilados más activos del irrecuperable pasado socialista.
En medio, el sainete gubernamental, el p’alante p’atras, que, en todo caso, no es lo mismo que el p’aquí p’allá. Si no fuera por la seriedad del momento, es de teatrillo, con el papel estelar de los soberanos payasos, flamencos o no, de allende y aquende los Pirineos. Si todo fuera una broma, o hasta en serio, cabe la evocación del gran Gila: alguien está traicionando a alguien .
Por mucho que se estruje la palabra, y se suelen estrujar a veces como la caña de azúcar, hasta que rezumen, “relator” no es lo mismo que mediador, y mucho menos que intermediario ni comisionista. Lo deja claro el diccionario de la RAE pero, por si fuera que algún académico hubiera dado un golpe lingüístico (madera hay) y despertare desconfianza, me he transportado al Tesoro de la Lengua Castellana de Sebastián de Covarrubias. Dice: “Oficio de los consejos y audiencias, el que refiere una causa bien y fielmente, sin daño de ninguna de las partes”. ¿Entonces? Daba igual.
De una parte, era la excusa perfecta de los temerosos profesionales de la ruptura de España, temor que ocurre cada quince minutos, más o menos. De otra, de los intermediarios profesionales, no es cuestión de perder mercado; temor en los que encargaron alguna mediación alguna vez a obispos, empresarios, periodistas, compañeros dispuestos a la exposición, mientras ellos acechaban acobardados tras la cortina. Los que estaban al otro lado del teléfono de Jesús Eguiguren en cada descanso de las conversaciones con Arnaldo Otegui en un caserío, sí, no en ninguna institución; y bien que las había, y mesas antiterroristas y otras. Mereció la pena. Llegó la paz y la derrota del terrorismo.