Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
Lejana y rosa: el pasado minero de Huelva como novela de aprendizaje
Seguramente la onubense Rosario Izquierdo ha escrito la gran novela sobre las minas de Río Tinto porque Lejana y rosa, publicada por la editorial Comba, no es una novela sobre las minas de Río Tinto. Para contar los detalles del expolio británico, de aquel colonialismo de última hora en suelo europeo, ya están los historiadores. La literatura es otra cosa. La literatura es, también, la mancha, la contaminación moral, social, la huella de ese episodio vergonzoso en la historia andaluza. La literatura es la vista puesta en ese paisaje desolado a través de varios prismas, y saber conjugar todos ellos.
Contar una historia como la que aquí relata Izquierdo requiere, para empezar, conocer de primera mano la vida entre escorias, minas a cielo abierto, detonaciones constantes y los restos, aún perceptibles, de la segregación que impusieron los británicos. Requiere, además, traer al presente la memoria de la explotación humana y la resistencia contra ella, claro, pero ya lo he dicho: de eso se encargan los libros de historia porque en la literatura, en la buena, al menos, la memoria es un estado que lo permea todo, no un simple relato. Y, por último, requiere entender que en el proceso de ahondar en quiénes somos como individuos, siempre quedan vetas que escarbar precisamente en el lugar al que nunca queremos volver. La literatura, así, se convierte en el arte de la mezcla, de la combinación, y de ese entreverado solo nace una invención que, en consecuencia, nos traslada a un escenario que por fuerza tiene que ser imaginario.
Lo repito otra vez, este no es un libro de historia, y por eso aquí no está Minas de Río Tinto, ni las luchas obreras de finales del XIX y principios del XX, ni la recuperación estatal del suelo, ni la Transición y sus traiciones. Por supuesto que no está. Para empezar porque Lejana y rosa, ese verso que escribió Juan Ramón Jiménez al volver la vista a Huelva, transcurre en Tarsis, cuyas fronteras solo existen en la creatividad de Rosario Izquierdo y, esperamos, en la de la conciencia de la multitud de lectores que merece esta soberbia novela, la tercera de su autora.
Rosario Izquierdo ha alumbrado un personaje, Carmela, la narradora de la historia, complejo, esquivo, contradictorio a veces y lleno de matices. Es un personaje marcado por un episodio de su adolescencia en Tarsis tan evanescente como sutil, pues todo en esa época se confunde con el ambiente donde transcurre, ese municipio que no es Río Tinto y que, desde las primeras páginas, se convierte en un protagonista totalizador, opresivo, determinante. Izquierdo impregna cada página de efluvios sulfurosos, de emanaciones palustres, de estallidos y tierra abierta en canal.
La vida como una mina
La autora divide la historia en dos planos, cada uno de ellos, a su vez, desplegado en una doble capa. En primer lugar, escinde su territorio mítico en dos mitades físicas separadas por un muro: a un lado de él, la vida británica a pequeña escala, con su barrio inglés, su club para hombres, su lengua, sus festividades propias; y al otro, la vida de los autóctonos, actores subalternos de un proceso económico y social que solo los trata como figurantes y personajes exóticos dignos, en el mejor de los casos, de cierto asistencialismo. Por otra parte, el plano temporal también se estructura en dos segmentos: en una de ellos habita el particular matrimonio danés que en el primer tercio del siglo XX trató de situarse en una tierra de nadie, como si el muro del barrio inglés no fuera la frontera material de dos mundos antagónicos. En el otro segmento temporal, décadas después, una adolescente despierta a la edad adulta, a la vez que la democracia llega a nuestro país, y trata de recomponer la historia de ese matrimonio. Por el camino, ella misma se despedazará cuando el choque de todos esos universos, el físico y el cronológico, cristalice en la figura del “escritor”. A esa exigente arquitectura narrativa se le añade que la voz de la narradora está recordando desde su madurez, muy lejos de los episodios que narra. Lo más asombroso es cómo Rosario Izquierdo profundiza en cada uno de esos estratos hasta traer a la superficie metales preciosos.
Vida e historia quedan así engarzadas en una novela que habla también del despertar sexual, del poder y la dominación personal, del influjo de las figuras de autoridad sobre la juventud, de la pasión desesperada como último asidero con la vida, del patriarcado, de las convenciones sociales, de la política como sueño frustrado, de la memoria reciente. Del amor. Y de la tierra. Aún me pregunto cómo Rosario Izquierdo ha dado forma a todo ello sin perder pie ni un momento. Ah, sí, ya lo he dicho, porque Lejana y rosa es una novela de alto voltaje.
Seguramente la onubense Rosario Izquierdo ha escrito la gran novela sobre las minas de Río Tinto porque Lejana y rosa, publicada por la editorial Comba, no es una novela sobre las minas de Río Tinto. Para contar los detalles del expolio británico, de aquel colonialismo de última hora en suelo europeo, ya están los historiadores. La literatura es otra cosa. La literatura es, también, la mancha, la contaminación moral, social, la huella de ese episodio vergonzoso en la historia andaluza. La literatura es la vista puesta en ese paisaje desolado a través de varios prismas, y saber conjugar todos ellos.
Contar una historia como la que aquí relata Izquierdo requiere, para empezar, conocer de primera mano la vida entre escorias, minas a cielo abierto, detonaciones constantes y los restos, aún perceptibles, de la segregación que impusieron los británicos. Requiere, además, traer al presente la memoria de la explotación humana y la resistencia contra ella, claro, pero ya lo he dicho: de eso se encargan los libros de historia porque en la literatura, en la buena, al menos, la memoria es un estado que lo permea todo, no un simple relato. Y, por último, requiere entender que en el proceso de ahondar en quiénes somos como individuos, siempre quedan vetas que escarbar precisamente en el lugar al que nunca queremos volver. La literatura, así, se convierte en el arte de la mezcla, de la combinación, y de ese entreverado solo nace una invención que, en consecuencia, nos traslada a un escenario que por fuerza tiene que ser imaginario.