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Cuando un máster sólo engorda pero no alimenta
El lamentable episodio del máster de Cifuentes ha generados muchas polémicas. La más obvia y sobre la que ya escribí el pasado viernes, la vinculada con las más que posibles falsedades sobre la tutorización, actas o entrega del trabajo fin de máster, y la total inconsistencia de las explicaciones dadas por la universidad y la propia Cifuentes.
Pero lo ocurrido también ha dado pie a cuestionar la titulitis que persiguen muchos políticos y políticas para engordar su curriculum que no su formación real. Bien sea porque creen que de esa manera serán vistos como personas más idóneas por su electorado, o bien porque con una formación superior tendrán más fácil la vuelta a la vida “civil”, o justificar que las puertas giratorias responden a la meritocracia y no a su paso por la política.
Y eso me hizo pensar en que contrariamente a lo que ocurre a las y los profesionales de la política, a muchos jóvenes y muy especialmente a las jóvenes, tener un máster puede no sólo frustrarlas sino incluso penalizarlas, al hacerlas aún más sobrecualificadas de los que ya lo están con un título universitario, para un mercado de trabajo precario, saturado y poco meritocrático, y donde además están discriminadas por ser mujeres. La formación mejora las oportunidades laborales de las mujeres pero eso no las iguala a las de los varones, y en muchos casos, las sobrecualifica.
La tasa de actividad de las mujeres con titulación universitaria es más alta que las que tienen educación secundaria o primaria. Esto es así porque las mujeres con educación universitaria tienen mayores posibilidades de conseguir un empleo, y porque la educación no sólo aumenta esas oportunidades laborales sino que también cambia las preferencias y expectativas de las propias mujeres que apuestan por trayectorias vitales y profesionales más independientes de los hombres cuanto mayor es su formación. Si entre las decilas de salarios más altos nos encontramos a hombres sin formación universitaria, prácticamente no existen mujeres sin formación universitaria en los grupos de salarios más elevados. La minoría de mujeres que allí se sitúa tiene titulación universitaria.
Esto quiere decir que para la mayoría de las mujeres el tener títulos universitarios es más importante que para sus pares varones y además, aumenta su participación laboral pero desgraciadamente, no garantiza el desarrollo de una carrera profesionaluna carrera profesional o conseguir una ocupación o salarios acorde con su nivel de formación. Están sobrecualificadas. Aunque la sobrecualificación afecta a varones y mujeres, en España, el porcentaje de mujeres que tiene una formación superior a la necesaria para el puesto de trabajo que desempeñan supera en tres o cuatro puntos a la de los hombres.
Ahora que las mujeres terminan sus estudios universitarios en mayor proporción que los hombres y además lo hacen con mejores notas, parece que eso ya no importa tanto. El otro día, en una mesa redonda sobre oportunidades de las mujeres en el mercado de trabajo, el responsable de una empresa especializada en captación de “talento” para otras empresas, decía que sacar buenas notas ya no era lo más importante, ahora importan otras cosas. Es curioso que antes nos dijeran que las mujeres no conseguíamos trabajo o avanzar profesionalmente porque no estábamos cualificadas, no teníamos formación. Y ahora que tenemos más formación y con mayores tasas de idoneidad -mejores notas-, resulta que eso ya no es importante, que el “mercado” valora otras cosas.
Sin que esto sirva de consuelo, hay que saber que esto no sólo ocurre en España. En EEUU, un reciente estudio de Natasha Quadlin que saldrá publicado en el número de abril de The American Sociological Review, demuestra como las notas no parecen determinar la búsqueda de trabajo de los varones graduados universitarios, pero que en cambio, penaliza a las graduadas universitarias que obtienen como media notas mejores. El trabajo del que se puede leer un avance en Insider Higher Ed, muestra que las mujeres que ya no solo obtienen mejores notas que sus pares varones en la educación secundaria, sino también en la universitaria, no se benefician laboralmente de este sorpasso.
Quadlin envió 2016 curricula para ofertas de trabajo para nuevos graduados universitarios, donde se variaba el género, las notas y el itinerario de secundaria de los candidatos. Constató que las notas no importaban para los varones y que en cambio sí que determinaban el resultado de las mujeres, teniendo mejores oportunidades las que tenían notas medias, y peores oportunidades, las que tenían mejores notas. En el caso de que un varón y una mujer tuvieran las mismas notas en los currícula ficticios, los varones tenían el doble de oportunidades que una mujer de ser llamados para futuras entrevistas. Y en los sectores más masculinizados como ciencias y tecnología, las posibilidades para los varones triplicaban las de las mujeres. Lo cual contradice bastante los esfuerzos que están haciendo muchas universidades para reclutar más mujeres en estas titulaciones.
En definitiva, lo que nos dice claramente este estudio es que las mujeres que sacan buenas notas son penalizadas en su búsqueda de empleo. Parece que los estereotipos vinculados con las mujeres inteligentes parecen jugar en contra de las propias mujeres. El mensaje es desesperanzador y es una muestra más de que lo que está infravalorado en esta sociedad patriarcal es sencillamente ser mujer. Y que por tanto, formarnos mejor aunque indispensable, no es suficiente para cambiar la realidad. Entre otras cosas, sería importante que la cualificación de cada persona se valorara en su justa medida. Que se “regalen” títulos a algunas personas no ayuda. Y mucho menos a las mujeres que se vanaglorian de que cuando te reúnes con hombres es muy buena estrategia hacerse la “rubia tonta”, porque consigues más. Eso no ayuda a vincular talento y esfuerzo con resultados, y desde luego, no ayuda a las mujeres que sacan sus master, sus notables y sus sobresalientes sin que nadie se los regale.
El lamentable episodio del máster de Cifuentes ha generados muchas polémicas. La más obvia y sobre la que ya escribí el pasado viernes, la vinculada con las más que posibles falsedades sobre la tutorización, actas o entrega del trabajo fin de máster, y la total inconsistencia de las explicaciones dadas por la universidad y la propia Cifuentes.
Pero lo ocurrido también ha dado pie a cuestionar la titulitis que persiguen muchos políticos y políticas para engordar su curriculum que no su formación real. Bien sea porque creen que de esa manera serán vistos como personas más idóneas por su electorado, o bien porque con una formación superior tendrán más fácil la vuelta a la vida “civil”, o justificar que las puertas giratorias responden a la meritocracia y no a su paso por la política.