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Menos perdones y más acciones
A estas alturas de la tragicomedia propia de Berlanga en la que se ha convertido este país, que Mariano Rajoy salga a pedir perdón como si se hubiera puesto el kimono de primer ministro de Japón y estuviera en vísperas de hacerse el hara-quiri debe agradecerse, pero nada más.
A estas alturas del sainete, no hay español mayor de catorce años de edad que no se haya dicho a sí mismo que vale, que sí, pero que, ante la corrupción que nos azota como un monzón permanente hacen falta menos perdones y flagelaciones públicas y más acciones.
Y cuando digo acciones, no digo códigos éticos con mandamientos sagrados rescatados del baúl de los tópicos gastados, pactos de última generación que parecen campañas de telefonía móvil o regeneraciones democráticas reescritas por los gurús que cuentan los resultados por votos.
Lo he dicho mil veces y lo repito: esto no puede ser una cuestión de cosmética sino de ética. Y cuando hablamos de ética, hablamos de actitudes y de acciones y reacciones enérgicas ante los hechos que nos repugnan a todos, no de sacar el pañuelo para ejercer de plañideras.
Los españoles están hasta donde se imaginan de actos de contrición lastimera y de anuncios encendidos de tolerancia cero contra la corrupción.
La tolerancia cero no se anuncia, se practica. Y lo que reclaman los ciudadanos no son señales de arrepentimiento más o menos espontáneo o más o menos sincero, sino pruebas de que la doble moral, la hipocresía y la mangancia masiva se pueden desterrar del imaginario nacional, o sea, que hay soluciones y que se encuentran dentro de este sistema democrático que ahora a tantos les repugna.
Seguramente lo vamos a ver la próxima semana cuando salgan los resultados del último CIS. Los mesías aclamados como estrellas en las tertulias de las televisiones privadas están a la vuelta de la esquina con sus soluciones milagrosas de andar por casa, dispuestos a recoger en las urnas el malestar de los ciudadanos por esa mezcla mortífera de crisis, paro masivo y corrupción.
Y la reacción de los grandes partidos no puede seguir siendo ese “y tú más” en el que todos se muestran férreos con la corrupción ajena y blandísimos con la propia.
O se combate esta lacra o perdemos todos. O se traslada el mensaje de que se achican los espacios para que los corruptos lo tengan más difícil o vamos a acabar muy mal.
Este país necesita una catarsis. Pero desde dentro y cuanto antes. No vaya a ser que cuando se quiera emprender ese cambio real, el sistema se haya desplomado y nos gobiernen, porque así lo han querido los ciudadanos, los que quieren convertir este país en una sucursal europea de esos modelos tan de referencia para las sociedades prósperas y modernas como Venezuela, Ecuador o Bolivia.