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Rabona en España

'Cosas de España', por Richard Ford

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Dichosos aquellos a los que la pandemia no afecta. A mí me tiene seco, por eso he decidido hoy hacer rabona columnera y que hablen otros. A la benevolencia de mi señá directora me encomiendo para que no llame a mi padre.

Cuenta Richard Ford, en lo sucesivo, Ricardo porque fue paisano, que los eclesiásticos atemorizaron a Fernando VII –más miedo que vergüenza, que decía mi ágüela, sin ningún temor para vender su corona a Bonaparte o traicionar a su padre Borbón, muy de familia, y jiñarse en la Constitución de Cádiz–. Los curas acocotaron a don Felón “diciéndole que las escuelas de Medicina formaban materialistas, herejes, ciudadanos, insurrectos, liberales, revolucionarios”. No profundicen mucho con el estado de la Medicina en la España aquella.

Convencido, el Borbón cerró las Universidades y fundó una escuela de tauromaquia. Antes, su padre prohibió las corridas (de toros, se entiende). Los hombres pueden morir destrozados, decía Ricardo, pero conviene que los toros mueran con todas las reglas del arte y los honores de la ciencia.

Que no lo digo yo, que estoy de rabona, son palabras vicarias. El asunto es cosa de Borbones, cuando había, por cierto, mucho fake. El mayor, que llega hasta hoy –no había redes ni raperos con que vestirse de limpio–, el de Pepe Botella, el Bonaparte, que el hombre era abstemio. Pero nada parece cambiar en la Corte: toros y fakes. Desde la Corte apenas cambia nada si exceptuamos que ya está Prymar en la Gran Vía. En el epicentro de los fakes se reivindica ser chulos de profesión y de vocación, por no decir de humillación; lo que no saben Esperanza Aguirre y sus cachorros –le daría un telele– es que la palabra es de origen árabe, algo así como subalterno. Lo dice Ricardo.

En el fondo, casi nada ha cambiado. Ricardo Ford poco habría tenido que sustituir: reyes, obispos, militares, políticos, posaderos, pregoneros... España sigue siendo una cultura atrasada llena de oportunistas y desahogados

Decía mi empleado (o negro, por hoy) que los curas han trasladado la efectividad de la fe a los asuntos temporales y a las heridas de fusil. Así, una medalla de Santiago cura la fiebre; un pañuelo de la Virgen, la oftalmía; un huesecillo de San Justo suple el sentido común, la Virgen de Oña acabó con las lombrices de las Infantas, la Virgen del Pilar reconstruye las piernas perdidas; cita al cardenal Retz que contó que un hombre con piernas de palo las tiró porque le crecieron cuando se frotó con aceite de la lámpara.

Si oyes hablar hoy de “culillos”, de Zendales, y de que ya estamos casi casi listos para la Semana Santa, dice la ministra Maroto, ya me dirán.

Cuanto leo esto que me cuenta Ricardo, no me parece de verdad que vamos lentos, ni raro que hasta haya expertos televisados de todas estas majaderías y desconfianzas en la ciencia. España siempre ha sido más de sortilegios y de sus fiestas. Pero algo está cambiando: dos obispos, al menos, curas y sacristanes, han perdido la fe en sus procedimientos curativos aunque no la poca vergüenza, hasta ahí podríamos llegar. Colarse en la lista de las vacunas es un ejercicio del sistema vernáculo hispano: la jetocracia. Es una crisis de fe, pero no de España; en definitiva, los curas son españoles y mucho españoles. Ricardo podría completar la lista: reyes, nobles, curas, militares, políticos, boticarios, guardias civiles, toreros y tonadilleras. Bueno, podríamos añadir una nueva clase: los tonadilleros mediáticos, que se dicen periodistas. Era inevitable.

En el fondo, casi nada ha cambiado. Ricardo Ford poco habría tenido que sustituir: reyes, obispos, militares, políticos, posaderos, pregoneros... España sigue siendo una cultura atrasada llena de oportunistas y desahogados. Reyes que venden su corona, prohíben los toros pero luego prefieren cerrar universidades y teatros y abrir escuelas de tauromaquia, una medicina pública masacrada. Se hubiera divertido mucho Ricardo pero estaría contento de que las gentes de abajo hayan progresado, de coco, más que las de arriba. Eso sin contar a los negacionistas, ignorantes, supersticiosos, chocantes de siempre. La obra de Ricardo se llama 'Cosas de España' y es muy recomendable, pero si no les gustan los espejos no la lean.

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