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Yo no soy racista, pero...

Julio de 1986. Martos (Jaén). Una multitud enfurecida asalta e incendia varias decenas de viviendas habitadas por familias gitanas en el barrio de El Cerro. Horas antes, un joven gitano había herido a un hombre de la localidad con una botella rota. La huida a tiempo de las familias desterradas, escondidas en los olivares, las salva de una tragedia mayor. Un par de años antes había pasado algo muy parecido en Torredonjimeno tras la muerte de un vecino, y cinco años después se repetiría en Mancha Real, donde la manifestación violenta, también con incendio incluído, es encabezada por el propio alcalde. Una semana después obtendría mayoría absoluta en las elecciones municipales, para luego ser condenado a un año de prisión menor. Cuando al cabo de unos meses las familias intentan regresar a sus casas, la ira no se ha calmado. Grupos organizados de madres boicotean a los niños gitanos en el colegio.

Hoy son los vecinos de Estepa los que, como hace más de 25 años en Torredonjimeno, Martos y Mancha Real, explican ante las cámaras que han actuado por desesperación, como respuesta a la indefensión que sufren ante los frecuentes robos y abusos de los que culpan a dos familias apodadas 'Los Chorizos'. Que no son racistas. Que al saquear e incendiar las viviendas de este clan gitano -con menores y ancianos entre ellos- no han hecho más que actuar en legítima defensa.

Alguno se ha apresurado ya a rebautizar a la población de la Sierra Sur sevillana como la nueva Fuenteovejuna: todos a una contra la injusticia. En un momento de creciente malestar social y de sensación de abandono de los poderes públicos, para muchos no es difícil sentir cierta simpatía, incluso identificación, hacia un grupo de ciudadanos que hartos de esperar soluciones que no llegan deciden actuar por su cuenta contra los culpables de sus angustias. Incluso con violencia. Pero esta visión algo heróica de lo sucedido está probablemente tan desenfocada como la de quienes, con el mismo trazo grueso, retratan a los estepeños como integrantes de una especie de ku-klux-klan andaluz, embarcados antorcha en mano en una cruzada contra el pueblo gitano.

¿Y qué queda en el medio? Pues seguramente una mezcla de indignación, rabia, temor, inacción política y judicial, vacaciones de julio y sí, también racismo. Un prejuicio entreverado, cultural, casi siempre de baja intensidad, tan cotidiano que apenas se nota. Ese “yo no soy racista, pero...” que antecede a la mayoría de conversaciones sobre el mundo gitano en el que los argumentos son los mismos, repetidos, de hace 30 años o de hace tres siglos. Esa sensación de que, en la noticia de un suceso violento o un robo, la palabra “gitano” contiene ya casi toda la explicación que el lector necesita para comprender de qué va la cosa.

Esa duda de si, dando por cierto todo lo que denuncian los vecinos de Estepa, lo ocurrido este fin de semana habría pasado si habláramos de otra familia. Resulta algo sorprendente cómo medios de comunicación y muchas de las personas más sensatas, sensibles y tolerantes que conozco abordan hechos como los de Estepa con un despliegue de matices, contextos, justificaciones y colores grises que resultaría difícilmente tolerable si estuviéramos hablando de otro tipo de delitos. Esa idea equivocada de que sólo podemos atrevernos a insinuar la palabra racismo si la víctima de la agresión es un ser absolutamente puro, indefenso e inocente.

***

«Este triste suceso se hubiera evitado

si se ponen los medios para que el barrio sea respetado

Y vaya por delante nuestro rechazo a los que El Cerro quemaron [ ... ]

Este verano en Martos no hubo moscones

casi todos se fueron de vacaciones

pagadas por la Junta de la alegría

que en Sevilla la gente es muy desprendía

Se dejaron las mantas y algunas jiñás

que de higiene para qué hablar.

Han dicho del pueblo que somos racistas

cuando aquí se trataba a los gitanos como turistas

Sobre todo el alcalde y algún concejal

Y el amigo Ciriaco Castro, ese del cuento del bienestar

Siempre con el carrillo boca abajo

que pocos vivían de su trabajo

muchos vendiendo droga tenían sus habas

y en las casas del Cerro las cocinaban»

Coplilla del Carnaval de Martos, 1987. Cantado por 'Los hombres de Fuego'

(tomada del libro del profesor Manuel Ángel Río Ruiz 'Violencia étnica y destierro')

Julio de 1986. Martos (Jaén). Una multitud enfurecida asalta e incendia varias decenas de viviendas habitadas por familias gitanas en el barrio de El Cerro. Horas antes, un joven gitano había herido a un hombre de la localidad con una botella rota. La huida a tiempo de las familias desterradas, escondidas en los olivares, las salva de una tragedia mayor. Un par de años antes había pasado algo muy parecido en Torredonjimeno tras la muerte de un vecino, y cinco años después se repetiría en Mancha Real, donde la manifestación violenta, también con incendio incluído, es encabezada por el propio alcalde. Una semana después obtendría mayoría absoluta en las elecciones municipales, para luego ser condenado a un año de prisión menor. Cuando al cabo de unos meses las familias intentan regresar a sus casas, la ira no se ha calmado. Grupos organizados de madres boicotean a los niños gitanos en el colegio.

Hoy son los vecinos de Estepa los que, como hace más de 25 años en Torredonjimeno, Martos y Mancha Real, explican ante las cámaras que han actuado por desesperación, como respuesta a la indefensión que sufren ante los frecuentes robos y abusos de los que culpan a dos familias apodadas 'Los Chorizos'. Que no son racistas. Que al saquear e incendiar las viviendas de este clan gitano -con menores y ancianos entre ellos- no han hecho más que actuar en legítima defensa.