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La sombra del franquismo es alargada

José Ortiz de Toro, concejal de un pueblo de Granada, ha asegurado en un pleno, entre otras perlas, que Franco es parte de la historia. El argumento de que Franco es historia, y que por eso no hay que tocar los símbolos franquistas, sería válido de no ser porque es mentira. La sombra de Franco es alargada y no es ni mucho menos historia. Que se lo digan a las personas que aún siguen buscando los restos de sus familiares en las cunetas y en los muros de los cementerios. A Guillermina, que lleva sus más de 70 años de vida buscando a un padre que no conoció. Que se lo digan a los jóvenes proyectos de políticos que enarbolan la bandera con el águila franquista con algo más que nostalgia. Que se lo digan a los hombres, aún vivos, contra los que Argentina ha dictado una orden de detención por torturas durante el franquismo.

El problema no son las palabras del concejal de Cádiar. El problema no es si se le cesa o no por ello. El problema es que sus palabras transmiten una imagen de tolerancia que no comprendo ni comparto. Esa percepción de que se pueden tolerar sin pudor y sin vergüenza 40 años de dictadura, de falta de libertades, de ausencia de libertad de expresión, de violencia. Esa percepción que asume que cualquier crítica al respecto es “abrir viejas heridas”. Ese “no es para tanto” que preocupa, la verdad. “Es que se vivía mejor”, dicen los que de verdad vivían mejor. “Es que también hizo cosas bien”, replican.

Lo que hizo bien fue educar en los valores franquistas prácticamente a dos generaciones de españoles. Lo que hizo bien fue hacer olvidar a muchos que sí es para tanto, y que una dictadura no se puede tolerar ni entonces ni ahora. Porque la democracia no es la bomba pero desde luego es mucho mejor que la dictadura; y no es posible que miremos con condescendenia esta forma de Gobierno que el país ha padecido, como una inflexión del tiempo, como un accidente. 40 años son toda una vida. 40 años son una larga historia en sí mismos. Un árbol crecido que proyecta una sombra de la que parece difícil escapar.

Pasar página, pasar página. Esa es la obsesión de los que recuerdan con cierta ternura aquellos tiempos. Los tiempos de la guerra y de la dura posguerra. Los 40 años de franquismo. Yo me quedo con la frase de la hija de una víctima de esa tierna dictadura franquista, Martirio Tesoro: “Hay que pasar página, pero primero hay que leerla”. Y añado... Y asumir lo que pone dentro.

José Ortiz de Toro, concejal de un pueblo de Granada, ha asegurado en un pleno, entre otras perlas, que Franco es parte de la historia. El argumento de que Franco es historia, y que por eso no hay que tocar los símbolos franquistas, sería válido de no ser porque es mentira. La sombra de Franco es alargada y no es ni mucho menos historia. Que se lo digan a las personas que aún siguen buscando los restos de sus familiares en las cunetas y en los muros de los cementerios. A Guillermina, que lleva sus más de 70 años de vida buscando a un padre que no conoció. Que se lo digan a los jóvenes proyectos de políticos que enarbolan la bandera con el águila franquista con algo más que nostalgia. Que se lo digan a los hombres, aún vivos, contra los que Argentina ha dictado una orden de detención por torturas durante el franquismo.

El problema no son las palabras del concejal de Cádiar. El problema no es si se le cesa o no por ello. El problema es que sus palabras transmiten una imagen de tolerancia que no comprendo ni comparto. Esa percepción de que se pueden tolerar sin pudor y sin vergüenza 40 años de dictadura, de falta de libertades, de ausencia de libertad de expresión, de violencia. Esa percepción que asume que cualquier crítica al respecto es “abrir viejas heridas”. Ese “no es para tanto” que preocupa, la verdad. “Es que se vivía mejor”, dicen los que de verdad vivían mejor. “Es que también hizo cosas bien”, replican.