Los doce días de angustia del 'caso Gabriel'
“Abu, que me voy a casa de la tía Rosita, a jugar con la prima”. “Bueno, pero para las cinco te vienes, que tienes que merendar”. Esta fue la última conversación que mantuvo Gabriel Cruz Ramírez, el niño de 8 años cuyo cadáver ha aparecido este domingo. Fue con su abuela, poco antes de salir de casa y desaparecer. Ocurrió el miércoles 27 de febrero al filo de las cuatro menos veinte de la tarde.
El menor se despidió con un beso, salió por la puerta vestido con una sudadera roja y un pantalón de chándal y enfiló el camino de tierra que separa una casa y otra, apenas cien metros de recorrido por una senda que el niño conocía a la perfección. Hijo de padres divorciados, el niño pasaba en la vivienda, residencia de su abuela paterna, muchos fines de semana y también las vacaciones de verano.
A las cinco y media, al ver que su nieto no regresaba -algo raro, porque toda la familia siempre se ha referido a Gabriel como un niño bueno, obediente y hasta un poco miedoso-, la abuela llamó por teléfono a la tía Rosita y le preguntó por él. “No, Gabriel no está aquí, pero es que tampoco ha venido”, le respondió. En la casa esperaba todavía su prima Ángela, de 12 años, con quien el menor había quedado para jugar un rato. De inmediato, la familia salió en su búsqueda. Pensaban que le encontrarían cerca, jugando con cualquier otro niño, pero no dieron con él. Ahí empezaron a preocuparse seriamente. “¡Gabriel, Gabriel!”, le llamaban a gritos. A las ocho de la tarde, ya de noche, el padre del menor, Ángel Cruz, interpuso una denuncia por desaparición en el puesto principal de la Guardia Civil de Níjar.
Sin saber muy bien cómo actuar ni qué pasos seguir, con un nudo de ansiedad en la boca del estómago, lo primero que pensó la familia fue hacer un cartel con la fotografía del niño y cuatro datos más: “Gabriel Cruz Ramírez, 8 años. Desaparecido el 27 de febrero por la tarde en la zona de Las Hortichuelas”. Los padres cometieron el error de poner en él sus teléfonos personales. Con la cara de Gabriel circulando por la caja de resonancia de las redes sociales, a los móviles de Ángel y Patricia no tardaron en llegar desde llamadas de falsos videntes que contaban haber visto al niño en una balsa de agua, a bordo de un vehículo blanco o secuestrado por un hombre de raza árabe.
Sin testigos
Un par de coches patrulla batieron la zona aquella noche hasta las cuatro de la madrugada. Al amanecer del miércoles, ya se había montado un Puesto de Mando Avanzado para coordinar la labor de búsqueda en la que, a lo largo de estos doce días, han participado efectivos de la Guardia Civil, 112 Emergencias, Protección Civil, Bomberos y Policía Local de Níjar y cientos de voluntarios. En algunos momentos, ha llegado a haber sobre el terreno más de 600 personas.
La Unidad Central Operativa de la Guardia Civil tomó las riendas de la investigación casi de inmediato, en un caso complejo, que parecía tener todos los elementos en contra. En primer lugar, por las circunstancias del sitio donde desapareció el niño: un pueblo donde en invierno residen apenas 13 vecinos y donde no hay cajeros ni comercios con cámaras de seguridad que captaran algún movimiento aquella tarde. Sin testigos, el único indicio claro lo ofreció una vecina, que declaró a los investigadores que, a la hora a la que se produjo la desaparición del niño, escuchó desde su casa un ruido que parecía “el portazo fuerte de un coche”. Además, en Las Hortichuelas la cobertura de telefonía es tan débil que hay muchas zonas de sombra, lo que dificultó la triangulación de los móviles que pudieran estar activados en la zona entre las 15:40 y las 17:30 horas, el margen de tiempo que pasó desde que Gabriel salió de la casa de su abuela hasta que la familia alertó de su desaparición.
La zona es también muy compleja para rastrear. “Un queso gruyere”, decían durante la búsqueda algunos agentes. “Una ratonera”, añadían otros. Llena de recovecos, en el entorno donde se perdió el rastro del niño hay decenas de pozos, balsas de agua, cuevas y cortijos abandonados que se han revisado estos días, en algunos casos, hasta varias veces.
En uno de esos lugares, en un pozo de la zona -la Guardia Civil no ha precisado el lugar exacto-, Ana Julia Quezada, actual pareja del padre del menor, arrojó, presuntamente, el cuerpo del niño la misma tarde de su desaparición. Lo hizo, según fuentes de la investigación, por “celos”. “Gabriel le molestaba. Era un obstáculo en su relación con Ángel, el padre del menor, porque era lo que unía al hombre con Patricia, su ex pareja y madre del niño”, explican. Con todo, el móvil está aún por confirmar porque la investigación, en “horas cruciales”, se mantiene bajo secreto de sumario.
El primer sospechoso
Sin embargo, no fue ella la primera persona que estuvo en el foco de la sospecha. Los investigadores trabajaron las primeras 72 horas con la hipótesis de que D.F., un hombre de 42 años, denunciado por acoso a la madre del menor, estuviera implicado en la desaparición del niño. El sospechoso pasó por los calabozos de la Guardia Civil, que no presentó acusaciones en su contra al agotarse el tiempo de custodia sin conseguir un testimonio que le vinculara con el caso. Sin embargo, Diego F., que padece un trastorno disociativo de personalidad, no quedó en libertad. En su historial contaba con una sentencia dictada por el Juzgado de lo Penal número Tres de Almería el 7 de noviembre de 2016 por un delito de acoso. Desde el sábado pasado está encarcelado en la prisión de El Acebuche, en Almería.
Aparece la camiseta con ADN del niño
Ese mismo día, el sábado 3 de marzo, cuatro días después de que Gabriel desapareciera, el hallazgo de una camiseta dio un vuelco al caso y aumentó las sospechas por parte de los investigadores sobre la posible implicación del entorno familiar en la desaparición del menor. Las pesquisas policiales se centraron especialmente en Ana Julia, que fue la persona que halló la prenda. Según relataron a la Guardia Civil, ambos, Ana y Ángel Cruz salieron a realizar una batida por la zona del Barranco de las Águilas, a unos cuatro kilómetros de donde se perdió el rastro del niño. Ella enfiló por un lado del camino, cubierto de maleza y cañaverales y él, por otro. Poco después, la mujer comenzó a gritar. “¡He encontrado su camiseta, he encontrado su camiseta!”, chilló. La mujer salió corriendo hacia el Puesto de Mando Avanzado y entró en el lugar desde donde se organizaba el dispositivo de búsqueda nerviosa y llorosa. Contó lo ocurrido y, de inmediato, decenas de agentes y la Policía Científica acordonaron en lugar. Buscaban el cadáver de Gabriel.
La camiseta se envió la laboratorio central de Criminalística en Madrid. En 24 horas, los forenses confirmaron que había ADN del niño en la prenda. Se trataba de la primera pista concreta sobre el menor desaparecido. Los investigadores de la Guardia Civil guardaron silencio sobre las dudas que rodeaban a este hallazgo al tiempo que recababan datos sobre la posible implicación de Ana Julia en la desaparición. La mujer, a la que se tomó declaración un par de veces, incurrió en varias contradicciones, lo que sumado al hallazgo de la camiseta la situó, directamente, bajo el foco de la sospecha. Llamó también la atención que perdiera el móvil justo un día después de la desaparición del niño y a los psicólogos de la Guardia Civil les alertó su comportamiento: más dramático, incluso, que el de los propios padres del Gabriel.
La detención
El sábado, los investigadores, a punto de resolver el caso, decidieron ponerle un cebo. Filtraron que las cámaras de seguridad del hotel Cala Grande de Las Negras habían captado la matrícula de un coche la tarde que el niño desapareció. Al ver que el cerco se estrechaba, la mujer decidió esta mañana sacar el cuerpo del menor del pozo donde, presuntamente, lo arrojó la tarde del 27 de febrero. Los agentes la habían seguido, fotografiando el momento macabro en el que ella metía el cuerpo del niño en el maletero de su coche.
A 80 kilómetros de distancia, los que separan Las Negras de La Puebla de Vícar, donde vivía con el padre del menor y a punto de entrar en el garaje del edificio, Ana Julia era detenida a última hora de esta mañana.
Atrás quedan 12 días de angustia, los de la búsqueda del pequeño. Ahora, para su familia empieza otro duelo: el de su presunto asesinato, envuelto todavía en mil preguntas.