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Cuatro policías en el banquillo y dos migrantes en la acusación

Jesús Roiz Corcuera

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¿Insólito? Dejémoslo en una situación anormalmente atípica. No es que no se den motivos para que la escena se repita con mayor frecuencia. Desgraciadamente existen, pero razones fijadas en la relación debilidad social -poder y el reconocimiento de veracidad al policía por principio, consagran la asimetría en la impartición de justicia. No faltará quien invoque la existencia de un Estado social de derecho, pero también le asisten razones al que opina que la realidad es la propia de un estado social de “deshecho”.

Ocurrió el 14 de diciembre pasado en la Audiencia de Sevilla. Un policía local y tres de la nacional comparecían ante el Tribunal. Pape Seck y Birahim Mbengue, dos jóvenes senegaleses, les acusaban de delitos contra la integridad moral y faltas por lesiones.

Los hechos que motivaban la denuncia se remontaban al día 8 de septiembre de 2010 y la denuncia al día 20 del mismo mes. En la tarde de aquel día, en las inmediaciones del Edificio Nervión Plaza de Sevilla, Pape, dada la prohibición administrativa de trabajar, ejercía el top manta en la creencia de que así podría lograr el sustento sin ofender a nadie. Sí sabía de la persecución policial y por eso huyó con su mercancía ante la aparición de policías locales. Según afirmaron los denunciantes, uno de los policías le alcanzó en su carrera, de una zancadilla le derribó y colocándose sobre su cuerpo le cogió la cabeza y con ella martilleó el suelo repetidas veces. Un grupo de viandantes de la zona comercial que se había congregado al contemplar lo que creían un ensañamiento, gritaron e insultaron al policía. Pape no ofrecía oposición y estaba a merced de él.

Continuando con el relato de los denunciantes y testigos, mientras se estaba produciendo la escena anterior, llegó Birahim que, al ver lo que le ocurría a su amigo, se unió a los gritos del gentío y trató de sacar fotografías con su teléfono móvil. “¿Que os ha hecho mi amigo para que le tratéis así?”, gritaba. Mientras tanto, policías nacionales que habían concurrido en la zona lo redujeron, al parecer de la APDHA y de los testigos, con violencia inusitada y vejaciones. Los ciudadanos congregados eran ya muy numerosos y la indignación les tenía sublevados contra los policías por su actuación.

Una vez detenidos y esposados, Pape y Birahim fueron transportados a la comisaría. Allí, sin testigos, nos contaron que también recibieron insultos y humillaciones. A la mañana siguiente, previo paso por el Juzgado, fueron trasladados al CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) de Algeciras y pasados unos días al de Aluche (Madrid).

En los CIE tuvieron que pasar por el trato inhumano de todos estos centros: privación de libertad sin motivo, incomunicación, mala alimentación, trato despótico, profundo miedo a ser expulsados de España en cualquier momento…

A todo esto hay que añadir que los policías no se limitaron a su actuación vejatoria, también formularon denuncia por lesiones contra los migrantes agredidos. Birahim fue absuelto por sentencia en diciembre de 2011 y a Pape le fueron sobreseídas las imputaciones en el mismo año.

Es preciso remarcar que el juicio del pasado día 14 de diciembre se ha celebrado pasados 6 años desde que ocurrieron los hechos y se interpuso la denuncia. Ello obliga a valorar de entrada que “justicia demorada, injusticia asegurada”. Dicho esto, también es de reconocer que, aunque el Tribunal, en su sentencia de unos días después del juicio (20/12), no encuentre suficientes razones para reconocer las acciones de los policías como delictivas, para quienes las sufrieron, para quienes las presenciaron y para quienes creen en su verdad, los delitos contra la dignidad de las personas y las lesiones están ahí, con una realidad manifiesta, innegable y merecedora de la más enérgica condena social. La solidaridad y las condenas que concitó el caso Pape-Birahim en 2010 siguen en plena vigencia hoy.

Pasados 6 años, vemos la necesidad urgente de combatir la violencia institucional a todos los niveles, sobre todo cuando proviene de las más altas esferas. Es ahí desde donde emana fundamentalmente la violencia y donde resalta la evidencia entre lo que se hace y lo que se proclama. Hace unos días, desde esas alturas se decía que “hay que construir la sociedad desde la diversidad”, refiriéndose a la diversidad de origen y de rasgos genéticos. Una afirmación cargada de lógica humana puede revelarse, según su procedencia, como un discurso vacío, e incluso, como insulto agresivo.

Quienes nos gobiernan, al mismo tiempo que declaran apreciar la diversidad, contribuyen a la guerra y al empobrecimiento -padres de una emigración forzada-; crean fronteras para no ver a los que sufren su política; mediante estas fronteras matan y así han propiciado la muerte de 5.079 personas en el Mediterráneo en 2.016 (OIM) y niegan papeles y trabajo a quienes quieren construir una sociedad en la diversidad.

Alertan sobre el populismo que recorre Europa preñado de xenofobia, mientras ellos son xenófobos, viven de la xenofobia y siembran xenofobia. Violencia institucional.

¿Insólito? Dejémoslo en una situación anormalmente atípica. No es que no se den motivos para que la escena se repita con mayor frecuencia. Desgraciadamente existen, pero razones fijadas en la relación debilidad social -poder y el reconocimiento de veracidad al policía por principio, consagran la asimetría en la impartición de justicia. No faltará quien invoque la existencia de un Estado social de derecho, pero también le asisten razones al que opina que la realidad es la propia de un estado social de “deshecho”.

Ocurrió el 14 de diciembre pasado en la Audiencia de Sevilla. Un policía local y tres de la nacional comparecían ante el Tribunal. Pape Seck y Birahim Mbengue, dos jóvenes senegaleses, les acusaban de delitos contra la integridad moral y faltas por lesiones.