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El amor en los tiempos del ébola

Santi Fernández Patón

Hoy sabemos que estábamos equivocados. Que exigíamos Renta Básica, por ejemplo, cuando lo suyo era acercarse a la Caja y que en un momento te dieran una tarjeta opaca. Creíamos también que cuando un ministro católico se retira de la política no quería decir que fuera a cobrar de la política más de 80.000 euros al año, porque la mendacidad es pecado, y la avaricia lo es capital. También, ilusos, pensábamos que un protocolo de seguridad contra una enfermedad infecciosa exigía algo más que fregar el suelo con lejía y poner cinta aislante en las ventanas. Creíamos, igualmente, que en estos tiempos, cuando pretenden que la sanidad sea un lujo en manos de los de las tarjetas opacas y la educación un coto privado para sus hijos, lo único que no nos iban a arrebatar era la ayuda mutua, la cooperación. Hoy por ti, mañana por mí. Creíamos, por tanto, que estos eran tiempos para el amor.

No parece, sin embargo, que nos los quieran poner fácil. Si amar, en tantos casos, conlleva concebir hijos, sabemos que Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios de Madrid, recomienda no contratar a mujeres en edad fértil. “Yo no lo haría”, dice, sin darse cuenta de que de esa manera ella hubiera pasado buena parte de su edad adulta en paro, nunca habría ocupado su cargo y probablemente nuestra vida sería ahora más fácil. Claro que durante su etapa fértil una mujer podía abortar con mucha mayor facilidad que la que el ex ministro mendaz pretendía para la actualidad.

Amarnos tampoco es fácil cuando nuestros gobiernos, de uno u otro partido, siguen entregando parte de nuestros impuestos a la Iglesia católica, sin que sepamos bien por qué ni cómo, ya que de amor hablamos, casa eso con la aconfesionalidad que declara la Constitución. Será porque la Inmaculada Constitución solo puede ser mancillada cuando lo digan los prohombres del parlamento y cuando afecte a la deuda pública, al dinero, en definitiva, a eso que antes -nos decían- iban a destinar a nuestro bienestar, a mejorar nuestra vida: a amarnos.

En lugar de ello, obispos como el de Málaga, crecidos por esas subvenciones que nunca se recortan para su institución, nos aseguran que amarnos no es amarnos, sino más bien una deficiencia cuando los amantes, los deficientes, son del mismo sexo. Y ya venidos a más, el arzobispado de Granada publica libros para evangelizarnos sobre el amor verdadero: mujer sumisa. Si todo está ya en el título, sospechamos que el resto de páginas sale sobrando.

Tiempos revueltos

Por fortuna nos queda Pedro Sánchez, que, ese sí, y sin pertenecer a la diócesis, nos ha dado una lección valiosa: amar es perdonar, que es muy parecido a olvidar, y más cuando se trata de un quítame allá esas pajas. Que sí, que en su condición de concejal del Ayuntamiento de la capital fue elegido por su partido como consejero de la Asamblea de Caja Madrid en la época de Blesa, sí, el de las preferentes, el de las tarjetas opacas, que vale, que las decisiones las tomaba el Consejo de Administración y él, simplemente, votaba lo que le ponían por delante, es que no tenía tiempo para leerlo bien.

¿No le vamos a perdonar? ¿No le vamos a amar si sabemos que a veces nos precipitamos en nuestros juicios? Ahí esta la masa enfurecida e ingenua que creía que Ana Mato tenía algo que ver con el contagio del ébola y que, ya puestos, los responsables políticos de la sanidad cuidarían y amarían a los enfermos. Y resulta que no, que la culpa era de una enfermera descocada y de su perro, lo dice ABC.

Son tiempos revueltos, claro, así que humildemente llamo a una nueva manera de amarnos: revolvámonos, mezclémonos. Celebremos una gran orgía: la orgía de la confluencia. Sabemos que así nos quitamos de en medio a beatos, a ministros anti abortistas, a ministras que huirán en Jaguar ante cualquier indicio de contagio, a consejeros sin tiempo porque tienen demasiadas lecturas atrasadas de las actas de Caja Madrid, y de paso a algún izquierdista y sindicalista con la cabeza más puesta en Suiza que en amarnos.

Sí quiero.

Hoy sabemos que estábamos equivocados. Que exigíamos Renta Básica, por ejemplo, cuando lo suyo era acercarse a la Caja y que en un momento te dieran una tarjeta opaca. Creíamos también que cuando un ministro católico se retira de la política no quería decir que fuera a cobrar de la política más de 80.000 euros al año, porque la mendacidad es pecado, y la avaricia lo es capital. También, ilusos, pensábamos que un protocolo de seguridad contra una enfermedad infecciosa exigía algo más que fregar el suelo con lejía y poner cinta aislante en las ventanas. Creíamos, igualmente, que en estos tiempos, cuando pretenden que la sanidad sea un lujo en manos de los de las tarjetas opacas y la educación un coto privado para sus hijos, lo único que no nos iban a arrebatar era la ayuda mutua, la cooperación. Hoy por ti, mañana por mí. Creíamos, por tanto, que estos eran tiempos para el amor.

No parece, sin embargo, que nos los quieran poner fácil. Si amar, en tantos casos, conlleva concebir hijos, sabemos que Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios de Madrid, recomienda no contratar a mujeres en edad fértil. “Yo no lo haría”, dice, sin darse cuenta de que de esa manera ella hubiera pasado buena parte de su edad adulta en paro, nunca habría ocupado su cargo y probablemente nuestra vida sería ahora más fácil. Claro que durante su etapa fértil una mujer podía abortar con mucha mayor facilidad que la que el ex ministro mendaz pretendía para la actualidad.