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Una brecha insostenible
Poco se ha hecho esperar la contrarreacción al famoso movimiento #MeToo. En esta ocasión, el rechazo procedía de un grupo de mujeres francesas con gran relevancia pública. Manifiesto en mano y sin pudor alguno, no dudaron en tachar a sus colegas, las actrices norteamericanas, de puritanas, y en ponerse al frente de una especie de causa llamada seducción, ahí es nada.
No es la primera vez que lo que debiera ser un férreo pacto de género tristemente hace aguas por algún rincón, bien por un motivo, bien por otro. También en nuestro país asistimos a casos similares, aunque de menor impacto mediático.
Sin ir más lejos,desde hace unos días se viene anunciando la convocatoria de una huelga de mujeres con motivo del 8 de marzo y parece que, en determinados foros de la organización, no están saliendo bien paradas las mujeres sindicalistas. Sobre ellas siempre han sobrevolado dudas acerca del nivel y la intensidad de su feminismo. Algo parecido a lo que hoy ocurre con el gran debate de la izquierda de nuestro país: averiguar quién esmás rojo mientras la derecha se consolida en el poder.
En este sentido, es de justicia romper una lanza a favor de las mujeres sindicalistas, quienes, por cierto, ya en algún momento, con mayor o menor dificultad, impulsaron alguna huelga de mujeres, sin exclusiones e intentando contar con aliadas representativas de los distintos espacios.
No es sencillo su contexto y, aunque el trabajo sindical en su conjunto tiene un importante impacto en nuestras vidas, es altamente invisible. Su complejidad tampoco ayuda a superar esta barrera: toda una labor que va desde el análisis de estructuras salariales, sistemas de clasificación profesional, cotizaciones, denuncias y reclamaciones por vía judicial o administrativa que llegan a prolongarse durante años,y así hasta un largo etcétera.
La ya complicada labor sindical se convierte casi en misión imposible cuando añadimos la dificultad -que lo es- de ser mujer en un entorno masculinizado como el de las relaciones laborales, y de asumir la ardua tarea de incorporar a este la igualdad. Con todo, estas mujeres que pasan largas horas y días de sus vidas en tensas y crispadas mesas de negociación, llevan a sus espaldas las conquistas de un trabajo tan encomiable como poco reconocido.
Un ejemplo muy claro de su invisibilidad lo vemos estos días con el asunto de la brecha salarial. Algo de lo que todos opinamos, pero poco interés mostramos por conocer la opinión de estas mujeres más que especializadas en el asunto.
Si bien es cierto que se han publicado artículos rigurosos en sus contenidos y sostenidos en análisis de expertas en la materia, generalmente académicas o juristas, lo contrario también ha abundado mucho.
Ironizando, casi se termina montando una fiesta por todo lo alto para celebrar la aprobación de leyes en Islandia y Alemania que “ilegalizan la brecha salarial”, obviando en muchos casos, y desconociendo por completo en otros, que la discriminación salarial ya es ilegal en España. Con la particularidad de que ésta se camufla y serpentea por las rendijas de un sistema laboral enrevesado y perverso. Ellas, las sindicalistas, conocen bien esta realidad.
Por supuesto que normativas de países como Islandia han de ser un referente para avanzar. Pero el discurso simplista de importar tales leyes a modo de copia, pega y asunto resuelto sólo se sostiene en titulares. Dejar al margen el análisis profundo de las diferencias sociales y laborales entre países que se encuentran a años luz podría suponer un error. A la hora de dar con fórmulas eficaces, aunque se persigan los mismos objetivos, será necesario contemplar variaciones que se ajusten a la realidad de nuestro mundo laboral.
El debate sobre la aplaudida medida de publicar los sueldos de toda la plantilla de una empresa, por ejemplo, debería también valorar otras cuestiones. Probablemente ayudaría a una mayor transparencia, pero, de por sí, no sería la panacea. Muchos parecen desconocer que algo parecido ya se practica aquí: la representación legal de los trabajadores,de manera previa a un periodo de negociación (o cuando lo consideren oportuno) tiene acceso a esta información, no sin las tradicionales resistencias por parte del empresariado a aportarla. Los sindicatos trabajan con ella para detectar los desequilibrios, elaborar sus propuestas y preparar su estrategia negociadora. Además, es una herramienta clave para la implantación de planes de igualdad o medidas de acción positiva.
En la desigualdad retributiva no todo se reduce a dos personas de una misma categoría profesional que por pertenecer a distintos sexos cobran un salario diferente. Hoy en nuestro país este hecho tiene fácil solución con una simple visita a la Inspección de Trabajo. La brecha salarial se esconde en categorías que, bajo distinta nomenclatura, contemplan tareas de similar responsabilidad pero distinto salario. También se oculta tras complementos salariales que premian, entre otros, el esfuerzo físico o la estabilidad laboral (requisitos que suelen tener nombre de varón). O se embosca en un mercado laboral segregado horizontalmente donde los sectores feminizados están infravalorados, y segregado verticalmente (lo que conocemos como techo de cristal) donde los mayores salarios se destinan a altos cargos, ocupados en su inmensa mayoría por hombres.
Asimismo, el poder adquisitivo de las mujeres se va al garete cuando se ven obligadas a solicitar una reducción de jornada o una excedencia para hacerse cargo, por ejemplo, de las tareas de cuidado familiar. Un tema vinculado directamente a la realidad de cada país, pues los más avanzados cuentan con un sistema de protección social y asistencia gubernamentales que liberan en gran medida a la mujer de estas tareas. Ni que decir tiene que las mayores tasas de paro, la temporalidad o los contratos precarios recaen también en nosotras, con la dramática consecuencia de prolongar la brecha hasta el final de nuestras vidas con pensiones paupérrimas.
Es importante reconocer el papel que desempeñan quienes tienen competencias en ese complejo mundo, las sindicalistas, y alejar cualquier atisbo de comportamiento excluyente de una carrera de fondo donde los obstáculos ya son demasiados. Para el feminismo, el trabajo de estas mujeres es tan imprescindible como para ellas mismas lo es contar con el apoyo de este movimiento.
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