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Eurovisión en Tel Aviv: un fracaso para Israel y una oportunidad de oro para los palestinos

Una pintada contra Israel.

Javier Díaz Muriana

Este sábado se celebra el Festival de la Canción de Eurovisión en Tel Aviv, algo que ha sido señalado por los responsables políticos israelíes como una oportunidad histórica para vender la marca del país por todo el mundo. No en vano, más de 200 millones de espectadores se conectan en directo para seguir el evento en más de medio centenar de países de todos los continentes.

Sin embargo, Eurovisión se está convirtiendo en todo lo contrario a lo que Israel pretendía. Desde el momento en el que la israelí Netta logró ganar el certamen con su canción contra el bulling “Toy”, no solo Israel comenzó con su programa de propaganda habitual, sino que las organizaciones de derechos humanos que impulsan la campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) comenzaron a movilizarse como nunca antes lo habían hecho.

Como ya ocurrió con el Giro de Italia y otros grandes eventos artísticos y deportivos, la propaganda Israelí hasbara hace uso de estos acontecimientos para desviar la atención sobre sus crímenes y venderse como un país normal de corte occidental, salvaguarda de la democracia en Oriente Medio y otras tantas falacias y mitos fundacionales de los que Israel y sus socios hacen bandera.

Sin embargo, Eurovisión se le está atragantando a Israel. Las cifras no dejar lugar a dudas: según la agencia norteamericana AP apenas 5.000 turistas viajarán al país del apartheid para ver Eurovisión frente a los más de 90.000 que el pasado año hicieron que Lisboa superaran la cifra de 100 millones de euros de beneficios. El pillaje del empresariado israelí en Tel Aviv con una subida de precios abusiva de los alojamientos, así como un sistema de venta de entradas paralizado por sospechas de irregularidades, sumado a los retrasos en la financiación del evento y los siempre presentes condicionantes de seguridad en Israel, cierran el círculo de lo que será una de las peores ediciones de Eurovisión de todos los tiempos.

Al “pufo” económico se le suma el boicot de los judíos ultraortodoxos por la celebración del evento en shabat (sábado). Un ministro solicitó que se cambiara de día el festival para que no coincidiera con la fiesta judía, algo que muchos han visto como un auténtico sacrilegio. Y todo ello en un país que aprobó a mediados del año pasado la Ley del Estado-Nación, que define oficialmente Israel como el “Estado Nación del pueblo judío”, certificando su discriminación contra los palestinos, algo más de un 20% de la población, y convirtiendo la religión judía en un pilar fundamental del Estado. Una crisis abierta entre Netanyahu y los partidos ortodoxos, necesarios para la conformación del futuro gobierno israelí, que ha creado un gran malestar en el país del apartheid.

El Festival de la Canción se ha convertido, sin embargo, en un acicate para los miles de grupos de solidaridad con palestina en el mundo que han visto en Eurovisión un momentum que han aprovechado para visibilizar los crímenes de Israel contra los palestinos y denunciar la impunidad de la ocupación. Tanto es así que el oscuro Ministerio de Asuntos Estratégicos que dirige el experimentado censor Gilad Erdan ha tenido que emplearse a fondo para combatir los llamados al boicot a Israel que está cambiando las narrativas sobre Israel en internet y las redes sociales.

Más de 150.000 personas han firmado una petición en Internet para pedir el boicot al festival y más de 100 importantes organizaciones LGTBIQ+ se han sumado al llamado de la sociedad civil palestina, dando al traste con el argumento de Israel como paraíso gay. Amnistía Internacional no ha dudado en señalar que “detrás del brillo y el glamour, pocos pensarán en el papel de Israel en alimentar siete décadas de miseria para los refugiados palestinos”.

Centenares de artistas de diversos países han salido a la palestra denunciando el uso de Israel de la cultura para lavar sus crímenes, normalizar la distopía del apartheid contra los palestinos y pedir un boicot al festival. Más de una veintena de artistas israelíes se han unido a la campaña de boicot a Eurovisión pidiendo al resto de artistas internacionales que no acudan en señal de solidaridad con los palestinos. En nuestro país, destacados periodistas y sindicatos se sumaron a decenas de artistas para pedir a RTVE que no transmitiera el evento. Como en el apartheid sudafricano, la brecha abierta en el mundo de la cultura a cuenta del uso de la cultura para distraer la atención sobre las violaciones de los derechos humanos es, tras Eurovisión, una grieta cada vez mayor en la disputa por el relato.

Con las protestas por el 71 aniversario de la Nakba aún recientes y los últimos asesinatos en Gaza que dejaron 27 personas fallecidas y cientos heridos, Eurovisión está marcando un antes y un después en el fracaso de la propaganda israelí de utilizar grandes eventos para lavar su imagen whitewashing. Algo que están sabiendo capitalizar mucho mejor desde el movimiento BDS global para cambiar la conversación y señalar la impunidad de Israel y la carta blanca de los gobiernos a un país conocido, cada vez, como uno de los grandes perpetradores de graves violaciones de los derechos humanos de la historia.

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