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Lenguaje inclusivo o posmodernismo
Han sido las mujeres a través de su lucha por la igualdad las que reclamaron y reivindicaron un lenguaje más justo, menos violento e inclusivo, esto es, un lenguaje que no sea usado como herramienta de exclusión y opresión en la sociedad. Un acto de inclusión desde el empoderamiento contra una organización cispatriarcal que sólo hablaba y escribía desde lo masculino para los hombres, invisibilizando a las mujeres.
Ello ha obligado a políticos, periodistas, administración a incluir en contenidos educativos, a escribir desde la inclusión mencionando expresamente en el lenguaje hablado y escrito, la definición femenina o en su caso términos gentilicios. Ha generado grandes polémicas en esos varones que torticeramente se aferran a la academia para seguir perpetuando su status quo.
En la lucha del movimiento trans por la naturalización de las identidades trans, como por su despatologización, ganando también un espacio en lo público, político y académico, de nuevo al igual que el movimiento feminista, encontramos por un lado el logro de elevar a políticamente incorrecto cualquier acto hablado o escrito de transfobia; pero por otro, y este más sutil, con una resistencia del CIStema a renunciar a sus privilegios. Entre ellos, a reconocer la legitimidad del derecho a libremente determinar la identidad y expresión de género. Les cuesta que personas a las que se les ha impuesto un sexo/género en el nacimiento, en función de las entrepiernas, se determinen mujeres, hombres o no binarias.
El uso de la terminación “e”
Para ello, y desde el posmodernismo, se utiliza de manera ilegítima el derecho de un sector de la población que se define no binaria, aplicándose de forma general y homogénea en el lenguaje hablado y escrito de la “e”, imponiendo desde el privilegio cis que es lo más guay para todas las personas trans. Curiosamente, estas mismas personas dejan de usar la “e” para referirse a las personas cis.
Cuando esto sucede sin respetar el derecho a la libre determinación de las personas trans, del uso de los pronombres femeninos o masculinos, supone una exclusión. Al mismo tiempo y porque ambas luchas no van separadas, ya que tienen al mismo enemigo, se cargan desde una posmodernidad la lucha de las mujeres por la inclusión en el lenguaje.
Mi experiencia de haber atendido personalmente a muchos menores trans es que todos, según el propio testimonio de sus progenitores, les dicen “mamá soy una niña” o “mamá soy un niño”, Jamás un menor dice mamá soy un niñe. Resulta curioso el olvido de estas madres y padres que ahora se suman a propagar el lenguaje de la “e” para referirse a niñas y niños y de forma genérica para todas las personas trans, obviando lo que sus hijas e hijos les han trasmitido, no teniendo referencia alguna a la lucha transfeminista. Pero eso sí, guay y modernas quedan. Como si de una alianza CIStemática se tratara, son las personas cis las que propagan este vocablo para, de forma unilateral y homogénea, referirse a las personas trans. Muchas, en ese efecto de aprendizaje del oprimido, reproducen el discurso del opresor.
La deconstrucción de las normas que han sostenido un lenguaje donde lo femenino y masculino han sido utilizados para mantener la opresión, el menosprecio y la explotación hacia grupos humanos (las mujeres, las personas trans y por subestimación de nuestra inteligencia, en realidad, hacia toda la ciudadanía), no puede ser la excusa para desde el posmodernismo perpetuar la opresión y exclusión de las diversas construcciones identitarias; binarias y no binarias.
Ser sensibles al uso de un lenguaje menos machista y cispatriarcal para contraponer los usos del masculino singular al sustituirlos por otras expresiones o por la inclusión también del femenino singular es una actitud democrática y civilizada, fundamental, como dejar de usar expresiones que podrían herir a grupos que tradicionalmente han sido maltratados, por ejemplo, gente con una identidad y expresión de género no normativas.
Pensar que el lenguaje no tiene nada que contribuir a la creación de una sociedad más justa y diversa, cuando el lenguaje conforma como pocas cosas gran parte de nuestros pensamientos es idiota, malintencionado y cispatriarcal.
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