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El pecado original de la inteligencia artificial

Pablo Sánchez Villegas

Profesor de Estadística y Ciencia de Datos en la Escuela Andaluza de Salud Pública. UGT Granada —

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En la década de los 80 (1979-1990), el Reino Unido fue gobernado por Margaret Thatcher. La presidenta conocida como la Dama de Hierro abogó por la propiedad privada, la desregulación económica, la globalización, la austeridad y los recortes en los gastos por parte del Estado, además de despreciar a los sindicatos por considerar que eran un elemento que ponía trabas a sus planes. Pero sus políticas económicas, según ella misma confesó en una entrevista en el Sunday Times en mayo de 1981, no eran un fin en sí mismas:

“Lo que me ha irritado de toda la dirección que ha tomado la política en los últimos 30 años es que siempre ha estado orientada hacia la sociedad colectivista. [...] No es que me propusiera políticas económicas, sino que me propuse realmente cambiar el enfoque, y cambiar la economía es el medio para cambiar ese enfoque. Si cambias el enfoque, lo que realmente buscas es el corazón y el alma de la nación. La economía es el método; el objetivo es cambiar el corazón y el alma.”

Según Thacher, las políticas económicas eran una herramienta para cambiar la sociedad dirigiéndola hacia un modelo social al que ella aspiraba, hacia una sociedad más individualista, más competitiva y con menos sentido de comunidad.

De manera análoga, podemos considerar el lenguaje también como una herramienta para cambiar el corazón y el alma de la sociedad. Al comunicarnos, y utilizando como herramienta para ello el lenguaje, estamos construyendo ideas y conceptos, estamos construyendo sociedad. Si el lenguaje que utilizamos es un lenguaje discriminatorio y sexista estaremos ayudando a construir una sociedad impregnada de discriminación y sexismo. Este es, de hecho, uno de los principios por los que se recomienda el uso de lenguaje no discriminatorio y no sexista.

En el caso de que socialmente decidamos no poner freno a una senda que nos lleva a una sociedad todavía más tecnocrática, debemos ser conscientes de que esta tecnología no es neutral. De hecho la IA es humana, demasiado humana

Del mismo modo, si se extiende en la sociedad un lenguaje lleno de odio, la sociedad necesariamente se impregnará de odio. No es baladí ni gratuito que desde ciertos ámbitos se usen y se promuevan discursos plagados de odio en el fondo, pero también llenos de odio en la forma: es una de las herramientas que utilizan la ultraderecha y los fascismos para impregnar la sociedad de sentimientos que consideran que les pueden resultar útiles para sus motivaciones.

Sirvan las políticas económicas, el lenguaje no sexista o los discursos de odio para ejemplificar cómo a través del uso de estas herramientas se está modulando la sociedad en la que vivimos en un sentido o en otro.

Por otra parte, la sociedad actual está inmersa y condicionada por el desarrollo tecnológico. En particular, la Inteligencia Artificial (IA) empieza a formar parte de nuestras vidas. Pues bien, en la mayoría de los algoritmos que hacen funcionar a cualquier sistema de IA subyacen los conceptos de optimización y eficiencia, siendo dos conceptos fundamentales en la construcción y el desarrollo de dichos algoritmos, algo bien conocido por las personas que se dedican a la algoritmia y que también nos confirma cuando le preguntamos ChatGPT, sistema que supuso la eclosión mediática de la IA cuando se publicó en noviembre de 2022. El “lenguaje de la IA” está impregnado, por tanto, de optimización y eficiencia, conceptos con los que Margaret Thacher estaría especialmente cómoda. Y ahí está el pecado original: asumir que la IA forme parte de nuestras vidas es asumir que su lenguaje impregne, condicione y colonice el corazón y el alma de la sociedad, llevándonos a un horizonte más individualista, más competitivo y con menos sentido de comunidad.

Nos cuentan además que el desarrollo de estas tecnologías tiene que ver con el deseo social de progreso, aunque no menos cierto es que las gigantescas inversiones que hacen Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg o los países que históricamente se han enriquecido con el petróleo, se hacen buscando rentabilidad económica, existiendo además un componente especulativo realmente importante.

En el caso de que socialmente decidamos no poner freno a una senda que nos lleva a una sociedad todavía más tecnocrática, debemos ser conscientes de que esta tecnología no es neutral. De hecho la IA es humana, demasiado humana.

En la década de los 80 (1979-1990), el Reino Unido fue gobernado por Margaret Thatcher. La presidenta conocida como la Dama de Hierro abogó por la propiedad privada, la desregulación económica, la globalización, la austeridad y los recortes en los gastos por parte del Estado, además de despreciar a los sindicatos por considerar que eran un elemento que ponía trabas a sus planes. Pero sus políticas económicas, según ella misma confesó en una entrevista en el Sunday Times en mayo de 1981, no eran un fin en sí mismas:

“Lo que me ha irritado de toda la dirección que ha tomado la política en los últimos 30 años es que siempre ha estado orientada hacia la sociedad colectivista. [...] No es que me propusiera políticas económicas, sino que me propuse realmente cambiar el enfoque, y cambiar la economía es el medio para cambiar ese enfoque. Si cambias el enfoque, lo que realmente buscas es el corazón y el alma de la nación. La economía es el método; el objetivo es cambiar el corazón y el alma.”