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No quiero escribir sobre ti, Concha

Marta Rus

No quiero escribir sobre ti Concha. No quiero.

Sí, ríete. Regáñame, dime que me deje de lloriqueos y empiece a teclear…que no deje que se llenen los textos de recuerdos serios. Que explique lo de la sonrisa que tanto ensalzan. Que explique por qué dejas tantos huérfanos. Qué te gusta un piropo, rubia. Vale, allá voy, pero sólo lo hago porque sé que a cada piropo me vas a responder con un abrazo, como has hecho siempre.

No me faltarás ahora, ¿verdad?

“Dime la verdad Concha, ¿tú por qué me contrataste?”. Me entrevistó en cinco minutos, cuando comenzaba la legislatura como portavoz del Grupo Parlamentario IU, y me pidió que comenzara a trabajar al día siguiente. Sobre la mesa de su despacho quedaba un curriculum que sonaba a todo menos a comunista. “Porque me gustó ese brillo picarón que tienen tus ojos”. Te encantaba hacer que los demás nos sintiéramos brillantes. Especiales. Te pusiste los prejuicios por sombrero. Cuando más vulnerable sentías a alguien, más exagerabas sus virtudes y más publicitabas tu amistad. Y cuanto más diferente, en lugar de atacarlos, más te empeñabas en enseñarles una visión más humana del mundo. Una visión de izquierdas.

Tenía que darte las gracias por enseñarme tanto ¿cuándo quedamos?

“Antonia, Pilar, sesión de pijamas en mi habitación del hotel cuando terminemos la sesión del Congreso”. Socialista y andalucista, para más señas. Ahí fue donde más ganó el Estatuto de Autonomía. Rompiste muchos tabúes y muchas barreras. Qué más da el color político si la persona que tienes delante puede aportarte nuevos puntos de vista y nuevas vivencias. Me pasmaba cuando reconocías las virtudes de tus contrincantes políticos y te reías valorándote a la baja. “A leer los Presupuestos aprendí gracias a Magdalena, nos espabiló a todos. O estudiabas al dedillo o te machacaba sin piedad en los debates”.

Me dijiste que querías ser una viejita adorable como fue tu madre. Todo esto es broma, ¿no?

“¿Concha, por qué os peleáis tanto por un adverbio o una proposición de más o de menos en la redacción del Estatuto?” Me gustaba provocarte y ponerte seria. “Porque de ello depende que este derecho que hemos ganado para todos los andaluces nos lo toreen desde Madrid cuando quieran”. Hablar contigo era escuchar una retahíla de nombres propios y de la situación que atravesaban. Adoptabas a todo el que tuviera un problema. Te preocupabas y te ocupabas, con los medios que tuviste a tu alcance en cada momento, tu sillón en el Pleno, tu pizarra, tu pluma en los medios.

Me ibas a mandar la receta que cocinó Antonio para Navidad. No te olvides ¿vale?

“Mira, si te quejas una vez, pasa. Si te quejas dos veces, puede pasar también. Pero si le sigue una tercera, hay que empezar a plantearse que el problema no está en el mundo, sino en como estás tú mirando el mundo”. Reconozco que temía que te hundieras cuando dejaste la política. Pero no, volviste a la enseñanza y casi hablabas de tus alumnos con más pasión que en las sesiones plenarias. Te tentaba volver, muchos queríamos, pero siempre has tenido muy claro cuales eran tus batallas.

La última batalla nos pilló con la guardia baja. Pero con los labios pintados.

Me dijiste que ibas a empezar una novela ¿en serio te has ido?

No quiero dejar de escribir sobre ti, Concha. No quiero.

No quiero escribir sobre ti Concha. No quiero.

Sí, ríete. Regáñame, dime que me deje de lloriqueos y empiece a teclear…que no deje que se llenen los textos de recuerdos serios. Que explique lo de la sonrisa que tanto ensalzan. Que explique por qué dejas tantos huérfanos. Qué te gusta un piropo, rubia. Vale, allá voy, pero sólo lo hago porque sé que a cada piropo me vas a responder con un abrazo, como has hecho siempre.