¿Cuánto cuesta descontaminar el corredor verde del Guadiamar (y otros suelos)?
Lo había advertido un técnico de medio ambiente, pero su alerta cayó en saco roto. El 25 de abril de 1998, un balsa de la mina de Aznalcóllar reventó y vertió, a través de una brecha de 1.800 m2, más de 7 millones de lodos tóxicos y aguas ácidas, que los ríos Agrio y Guadiamar impulsaron hasta las marismas de Doñana y el estuario del Guadalquivir. Desde entonces, las administraciones públicas han invertido 300 millones de euros para recuperar unos terrenos contaminados, de los que la empresa sueca responsable del desastre, Bolidén, nunca se ha hecho responsable.
Este lunes se cumplió el 18º aniversario del desastre ambiental. Durante todo este tiempo, la ciencia ha estado llevando a cabo todo tipo de pruebas para descontaminar los suelos y acumulando datos y datos sobre dichos experimentos. El corredor verde del Guadiamar se ha convertido así en un inmenso laboratorio al aire libre que ofrece una ingente cantidad de información sobre suelos contaminados. ¿Pueden servir todas esas 'pruebas de laboratorio' para descontaminar otras zonas de Europa?
Una empresa andaluza, Evenor-Tech, ha recogido todos esos datos para convertirlos en una aplicación informática llamada Tecnosoil 1.1. El programa, que se encuentra en desarrollo y estará listo en un par de años, permite introducir una serie de variables y averiguar qué técnicas de biorremediación deben aplicarse en un lugar contaminado. Según el tipo de contaminación y el uso que se le quiera dar, la aplicación es capaz de de calcular la duración, el presupuesto y las técnicas necesarias para descontaminar ese suelo.
La idea es que, a través del programa europeo RECARE (Prevención y Remediación de la Degradación de los Suelos en Europa a través del Cuidado del Territorio), la experiencia acumulada en Aznalcóllar por universidades, centros científicos y administraciones públicas españolas se pueda aplicar en otros lugares de Europa.
Aplicación práctica en Rumanía
Uno de ellos sería el de Copşa Mică, en Rumanía, una ciudad situada entre dos áreas industriales muy contaminantes, en las que los metales pesados (cadmio, cobre, plomo o zinc) se encuentran dispersos por campos de cultivo.
Los metales, además de acumularse en los cultivos o la vegetación natural, afectan a la estabilidad estructural del suelo, incrementan su acidez y alteran la fauna microbiana del suelo (provocando problemas en la calidad de la materia orgánica en el suelo, la humedad, la erosión o la disponibilidad de nutrientes). Está considerado uno de los lugares más contaminados del mundo.
“La situación es que aún no han encontrado una solución factible para la descontaminación de esta área extensa, principalmente porque las medidas de bioremediación no están muy disponibles en Rumanía de forma comercial. En este sentido, la experiencia en el Guadiamar va a proporcionar un marco de trabajo que van a poder aplicar”, señalan desde la spin-off del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
“Dentro del caso de estudio del Guadiamar, se trata de poner en valor toda la información generada en términos de contaminación, biorremediación y cambio climático, y aplicar dicho conocimiento a una gestión del suelo más eficiente a nivel internacional, desde el punto de vista ambiental, económico y socio-cultural, usando el Corredor Verde del Guadiamar como modelo de referencia”, abundan.
Una herramienta para los gobiernos
De esa manera, los gobiernos tendrán a partir de 2018 en su mano una herramienta informática que les ayudará a decidir qué pueden hacer con unos terrenos contaminados, con qué técnicas los pueden descontaminar y por cuánto les va a salir. “Se trata de una aplicación informática en la que puedas elegir las técnicas de biorremediación con un solo click y, de esa forma, seleccionando una serie de parámetros de tu zona de evaluación en Europa puedes tener, como resultado, los diferentes servicios ecosistémicos de ese suelo”, explica María Anaya-Romero, directora de la empresa de base tecnológica.
Tras un desastre ambiental, el replanteamiento del uso del suelo siempre es necesario. En el caso de Aznalcóllar no solo hubo que retirar los lodos y los diez primeros centímetros de suelo, sino que hubo que añadir tierra compostada con materia orgánica, óxido de hierro para luchar contra el arsénico y carbonatos para “corregir la acidez de los lodos ”.
La Junta de Andalucía tuvo que invertir buena parte del dinero en comprar tierras agrícolas, que habían quedado inservibles por la contaminación. La zona se reforestó con árboles y arbustos mediterráneos y se le dio así un uso paisajístico materializado a través del corredor verde.
Cuando la mina se cerró tras el desastre, la actividad económica se enfocó en el turismo ecológico, la planta termosolar de Sanlúcar la Mayor o el Parque de actividades medioambientales de Andalucía (PAMA) de Aznalcóllar.