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La Expo del billón de pesetas

Pilar Pinazo hizo de Curro en la Expo 92

Alejandro Ávila

Cerca de un billón de pesetas. 5.668 millones de euros (943.000 millones de pesetas), para ser exactos. Esa fue la cantidad que se invirtió en servicios públicos para la Expo 92 de Sevilla. O, dicho de otra manera: la entrada de Andalucía en un futuro que hasta entonces se le había negado.

Ese futuro llegó a una velocidad punta de 250 km/h el 21 de abril de hace 25 años. El AVE inauguró el primer tramo ferroviario de alta velocidad de España, uniendo Sevilla al centro del país, Madrid, en mes de dos horas y media. El AVE ponía la guinda a la modernización de las infraestructuras urbanas, turísticas, culturales, de transporte y telecomunicaciones tanto de Sevilla, como de Andalucía.

Según explica la economista María Pablo-Romero, la Expo era una oportunidad “para mostrar a la comunidad internacional la imagen de una España moderna”, de que Sevilla llevara a cabo una serie de reformas urbanas que dejaran la ciudad “preparada para desarrollar futuras actividades económicas y sociales” y que Andalucía recuperara “el peso económico que había tenido en otros tiempos”.

En la clausura de la Expo, el entonces presidente del gobierno, Felipe González, dio con la tecla, afirmando que se trataba de “integrar más a España como España, de forma que no hubiera un Norte y un Sur”. Sin la Expo, Andalucía habría crecido al año un 1% menos entre 1987 y 1991, según los estudios de Pablo-Romero.

Una conexión internacional

Andalucía quedaba unida al centro económico del país, Madrid, no sólo a través del AVE, sino del desdoblamiento de la N-IV. Dos nuevas autovías vertebraron la comunidad con el litoral mediterráneo y el país vecino, Portugal. A eso, había que añadir los aeropuertos de Sevilla, Jerez y Málaga, que se ha convertido, con los años, en la mayor terminal de Andalucía y cuenta con numerosos vuelos internacionales a (casi) todos los continentes, con la excepción de Oceanía.

En cuanto a la propia ciudad de Sevilla, fue tal la revolución urbanística que supuso la Expo, que el alcalde que acometió las reformas vio cómo el gracejo popular lo rebautizaba de Manuel del Valle a Manuel del Bache.

Sevilla no sólo se tuvo que preparar para las 42 millones de visitas que recibió la Isla de la Cartuja y su centenar de pabellones, sino que la ciudad tuvo que mudar su propia piel al otro lado del Río Guadalquivir.

Las vías del tren se soterraron abriendo nuevas arterias para que la ciudad respirara, los arquitectos Cruz y Ortiz levantaron la estación de Santa Justa en el corazón de la ciudad y se duplicaron los puentes que cruzaban el Guadalquivir con una arquitectura innovadora, para lucimiento de la ciudad y de arquitectos como Santiago Calatrava. El río superó su tapón (de Chapinas) y la caída del muro (de Torneo) reconcilió a Sevilla con el Guadalquivir.

La oferta turística se vio reforzada con nuevos hoteles financiados públicamente como el Alcora, el Al-Alandalus y, por supuesto, el Príncipe Felipe, que se se encontraba en las entrañas de la Expo, fue diseñado por Javier Carvajal inspirándose en las tres carabelas de Colón y hoy en día se denomina Barceló Renacimiento.

Con Sean Connery en el Maestranza

En cuanto a la oferta cultural de la ciudad, la Expo 92 estableció cuatro grandes epicentros: el Auditorio, el desaparecido Palenque, el Teatro Central y, por supuesto, el Teatro de la Maestranza. La ciudad vivió con auténtico regocijo el sinfín de conciertos y óperas que se programaron en el Maestranza. Los afortunados espectadores del momento recuerdan con emoción codearse con Sean Connery para ver montajes de la Scala de Milan o el Metropolitan y escuchar a Luciano Pavarotti, Teresa Berganza o Plácido Domingo. Carmen, La Traviata o Un Baile de Máscaras quedaron para siempre en las retinas y los tímpanos de los melómanos, así como la tragedia que hirió a medio centenar de artistas y mató a una cantante aquel desafortunado 16 de mayo de 1992.

El proyecto Cartuja 93 nació para que el sur de España pudiera seguir bebiendo de la modernidad científica y tecnológica que se respiró durante aquellos seis meses del 92. Su fructificación, criticada e irregular, ha florecido en forma de empresas tecnológicas, centros de investigación y varias sedes universitarias. En la Isla de la Cartuja se encuentra desde uno de los centros punteros en medio ambiente como la Estación Biológica de Doñana (CSIC) al Centro Nacional de Aceleradores, pasando por la Escuela de Ingenieros (Universidad de Sevilla), que se ubica precisamente en Plaza de América, donde se encontraban la mayor parte de los pabellones de los países latinoamericanos. A empresas como Ayesa, Orange o Deloitte, se les ha unido la Caixa, con su polémico rascacielos y el primer centro cultural CaixaForum de Andalucía. El parque tecnológico genera hoy en día casi 2.000 millones de euros y da trabajo a más de 16.000 personas.

Al terminar la Exposición Universal, la Sociedad Estatal presentó unas cuentas que arrojaban unos beneficios de casi 2.500 millones de pesetas (15 millones de euros), pero el Tribunal de Cuentas del Reino revisó las cifras y señaló unas pérdidas de más de 35.000 millones de pesetas (210 millones de euros).

Con beneficios o pérdidas, la Expo 92 fue, en cualquier, el impulso que necesitó el sur de España para asomarse siquiera al estado del bienestar del que disfrutaban otras regiones más septentrionales. Un empujón a un futuro, que la recesión económica ha vuelto a poner en tela de juicio.

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