La otra Feria de Abril: más abierta, con menos plástico, vegana y solidaria
“Sevilla tiene dos partes, dos partes bien diferentes: una de la de los turistas y otra donde vive la gente”. Pata Negra retrataba en su Rock de Cayetano (de su disco Pata Negra, 1981) la realidad de una ciudad que a partir de ahora se traslada a la Feria de Abril en una suerte de gentrificación absoluta en las calles del Real. Un cambio de domicilio por una semana, o por lo que el cuerpo aguante, y que puede ser en caseta propia o en las que son para todos. Porque si la ciudad tiene dos partes bien diferentes, la Feria también: la privada y la pública.
La Feria de Abril, que por tercera vez en su historia es en mayo, es para los sevillanos con caseta la fiesta en la que abre la puerta de lona a sus familiares y amistades. Son las casetas pequeñas y recogidas, decoradas con esmero y al gusto o nivel adquisitivo de los socios que pagan religiosamente sus cuotas a lo largo de todo el año para disfrutarla. Son aquellas en las que un guardia jurado, apostado junto a la verja verde que da acceso, filtra la entrada. Es la fiesta más privada, y también la más criticada. De las 1.052 casetas existentes, 521 son familiares y 511 de entidades (empresas, asociaciones y casas regionales, entre otras).
Los sevillanos sin caseta, que los hay, siempre pueden contar con la ventaja de tener algún familiar, amigo, compañero de trabajo o vecino que les invita. Sólo así podría explicarse que se pueda concentrar a diario un promedio 493.000 personas (entre 3,6 y 4 millones de asistentes a lo largo de toda la semana) en un entramado de tan solo quince calles de adoquines y albero que ocupa de 275.000 metros cuadrados. Pero para quienes ni siquiera tienen esa opción, están las casetas públicas. Son 18, es decir, tan sólo un 1,7% tiene acceso libre. Aún así, no hay que olvidar que las casetas privadas, sobre todo en la recta final de la Feria o en las horas en las que los socios ya no van, hay manga ancha para que también la entrada sea libre.
El Ayuntamiento de Sevilla cuenta con las seis de los distritos (la Caseta Municipal no está abierta al público, es sólo para recepciones) a las que se suman las de partidos políticos y organizaciones sindicales. Son una alternativa a lo grande y quizás carezcan del encanto de las pequeñas, pero dan cobijo a sevillanos y visitantes para que también participen de la fiesta, que es de lo que se trata. Lo fundamental para la diversión lo van a tener: música, baile, comida y el fino, la manzanilla o el rebujito. Nadie se queda fuera y la prueba está en el impacto económico de esta fiesta que, según cálculos del Ayuntamiento, estará en torno a los 830 millones de euros, lo que le convierte en el principal evento económico de la ciudad al generar un 3% del PIB.
Ese afán por integrar llega hasta a los turistas, tal vez quienes lo tienen más difícil para comprender y participar de esta fiesta. En una ciudad tan volcada con el sector turístico no se podía dar de lado a una de las industrias que mueven la economía sevillana, y en la que las previsiones de ocupación media para este año son del 79,19% en hoteles (48.488 habitaciones) y del 77,02 % en apartamentos turísticos (6.232), que subirán al 89,8% y al 90,72% este primer fin de semana. Ante esta realidad, el Ayuntamiento de Sevilla decidió poner en marcha hace ya dos años la Caseta Turismo de Sevilla. La entrada es totalmente libre, aunque el Ayuntamiento ha repartido en este tercer año 40.000 invitaciones a asociaciones de hoteles y empresas turísticas para que se las den a sus clientes. En este espacio se tiene acceso a todos los ingredientes esenciales que componen esta fiesta, con el refuerzo de guías turísticos locales que ofrecen información en español, inglés y francés, así como con rutas para conocer el Real. También esta caseta está concebida como un canal de negocio para los empresarios del sector, lo que devuelve a la Feria a su primigenio origen comercial, cuando era una feria de ganado.
Humus y rebujito en vaso biodegradable
En buena parte de estas casetas públicas se repite el esquema a lo grande de lo que son las pequeñas, pero en otras el ambiente es muy diferente. La Marimorena es pequeña pero el concepto de diversión es muy amplio, porque va de la mano del de integración, interculturalidad, ecologismo y feminismo. La tolerancia y la convivencia bailan por sevillanas. La caseta lleva dos decenios abierta por la ong Acciónenred Andalucía y ha logrado ser una alternativa en el Real.
En esta caseta de acceso libre, el único requisito para entrar son las ganas de pasarlo bien. Un disfrute que no excluye ni siquiera al paladar. En La Marimorena la pluralidad llega hasta la gastronomía ya que los veganos tienen opciones para comer adaptadas a sus costumbres. “Vimos que había gente que más allá de un plato de tomate aliñado poco más podrían encontrar para comer en la feria. Se quejaban, así que decidimos poner un menú adaptado con hamburguesas y quesos veganos, humus, falafel y espinacas con garbanzos, entre otros productos”, explica Irene Águila, miembro de esta organización. Estos platos comparten carta con el jamón de Jabugo , las gambas blancas de Huelva o la caldereta y las croquetas que preparan con esmero en sus casas algunos de los casi cien voluntarios que participan en esta caseta. “Aquí pringamos todos”, cuenta Irene, que explica que salvo en el montaje de la estructura y las lonas, se encargan de todo lo demás en turnos rotatorios, en los que también implican los jóvenes migrantes y las familias a los que han dado cobertura con sus proyectos.
La conciencia medioambiental de este colectivo también tiene cabida en el Real y se resume en su lema de esta Feria: “Menos plásticos y más alegría”. El año pasado ya tuvieron una experiencia piloto con las jarras reciclables de rebujito y este año, como explica Irene Águila, “hemos querido ir un paso más allá y vamos a poner vasos reutilizables al precio de un euro para que el usuario lo conserve y que no hay que devolver. Si no se quiere esa opción, también tendremos vasos biodegradables de almidón de trigo”. Es un trago de lo más ecológico en una caseta que se autodefine como un punto de encuentro para todos los gustos, edades, orígenes étnicos, tendencias sexuales, donde la diversidad es su seña de identidad y no el poder adquisitivo.
Traje de flamenca solidario y sostenible
Sin traje de flamenca, la feria no es igual. Color e imaginación son el hilo con el que se dan las puntadas al espectáculo visual de esta fiesta que es único, porque este traje regional, a diferencia de los demás, sí que se sube a las pasarelas. Es precisamente ese factor de tendencia lo que hace que los trajes pasen de moda o que su propietaria se canse de él. La economía colaborativa ya ha llegado a ellos y no es difícil encontrarlos a buen precio en el mercado de segunda mano online, pero también hay opciones más solidarias y sostenibles. Es el caso de Humana Fundación Pueblo para Pueblo, entidad que promueve la protección del medio ambiente a través de la reutilización de la ropa (la industria textil es de las más contaminantes) y desarrolla programas de cooperación en el Sur, que ha puesto a la venta más de 400 trajes por un precio que va de los 10 a los 80 euros y que son el resultado de donaciones en las tiendas o depositados en los contenedores de ropa de esta ong.
Cynthia Ruiz atiende en una de las tres tiendas que Humana tiene en Sevilla (ubicadas en las calles Marqués de Pickman, San Jacinto y Menéndez Pelayo). Faltan horas para el Alumbrao, pero siguen teniendo trajes en sus percheros. “Hasta por 10 euros se puede adquirir uno, por eso las clientas más habituales son extranjeras y, sobre todo, estudiantes universitarias que están de Erasmus en Sevilla. Algunas se van con el traje puesto, pero otras simplemente vienen a probárselo, hacerse unas fotos y hartarse de reír”, dice, mientras corrobora que estos días previos las ventas no paran. Además, este año ha coincidido la Feria con el cambio de temporada, con lo que tienen toda la ropa a 3 euros y, como explica Cynthia, “es un no parar”.
Con o sin caseta, con o sin traje, para el disfrute no hay más condicionante que el límite que se ponga cada uno. En los tópicos se esconde mucho goce. Porque es difícil no apreciar el espectáculo de los volantes y las flores, de los caballos enjaezados, bien montados por jinetes y amazonas, bien tirando de faetones, landeaus o jardineras, de la música, del baile y el cante o de la gastronomía. Y si no es suficiente la Feria de Sevilla, por resultar inaccesible para muchos por no tener caseta a la que ir, siempre queda la opción de acudir a otra de renombre en la que todas son públicas, la Feria del Caballo de Jerez de la Frontera (Cádiz), que arranca el 11 de mayo. Pero como también cantaba Pata Negra, en su disco Blues de la Frontera (1987), “si tú te vas, si tú te vas, yo me quedo en Sevilla hasta el final”.
“Sevilla tiene dos partes, dos partes bien diferentes: una de la de los turistas y otra donde vive la gente”. Pata Negra retrataba en su Rock de Cayetano (de su disco Pata Negra, 1981) la realidad de una ciudad que a partir de ahora se traslada a la Feria de Abril en una suerte de gentrificación absoluta en las calles del Real. Un cambio de domicilio por una semana, o por lo que el cuerpo aguante, y que puede ser en caseta propia o en las que son para todos. Porque si la ciudad tiene dos partes bien diferentes, la Feria también: la privada y la pública.
La Feria de Abril, que por tercera vez en su historia es en mayo, es para los sevillanos con caseta la fiesta en la que abre la puerta de lona a sus familiares y amistades. Son las casetas pequeñas y recogidas, decoradas con esmero y al gusto o nivel adquisitivo de los socios que pagan religiosamente sus cuotas a lo largo de todo el año para disfrutarla. Son aquellas en las que un guardia jurado, apostado junto a la verja verde que da acceso, filtra la entrada. Es la fiesta más privada, y también la más criticada. De las 1.052 casetas existentes, 521 son familiares y 511 de entidades (empresas, asociaciones y casas regionales, entre otras).