Renta
Las dos caras de Iznalloz, el segundo pueblo más pobre de España: “No es sostenible vivir así”
“Si me preguntas si me quiero ir a la parte más alta del pueblo, claro que te voy a decir que sí. Eso es un sueño para cualquiera de nosotros”. Como una aspiración, Gabriel (nombre ficticio porque no quiere ser reconocido), fantasea con la posibilidad de vivir en otro lugar que está a escasos metros del que tiene su vivienda. Ambos están en Iznalloz (Granada). Uno es el centro histórico y otro es la ampliación que el municipio lleva realizando desde los años 80. El primero es un lugar decadente y el segundo una aspiración para muchos de los vecinos del segundo pueblo más pobre de España según el Instituto Nacional de Estadística (INE), después de El Palmar de Troya en Sevilla.
7.036 euros por persona es la cifra que martillea y convierte en ciencia la realidad de un municipio muy próximo a Granada, pero que parece vivir muy lejos en el tiempo. Esa es la renta media per cápita que acumuló Iznalloz en el año 2020 y ese es el punto de partida de la visita que este medio ha hecho a una de las localidades más humildes de España y que muestra en cada una de sus calles las peculiaridades de la pobreza de quienes tratan de salir adelante como pueden. Paradójicamente, el centro histórico de Iznalloz, el lugar que debería ser el orgullo del pueblo, es apenas la sombra de lo que fue.
“Aquí la gente ha perdido la esperanza”
La Iglesia Mayor, que data del siglo XVI y fue proyectada por Diego de Siloé (el mismo arquitecto que hizo lo propio con la Catedral de Granada) es el mejor testigo de la degradación del casco antiguo de esta localidad. Una buena parte de sus 5.000 habitantes viven en un entorno que es de todo menos propicio para creer en el progreso. La antigua iglesia está adornada por una plaza en la que hace tiempo que no se limpia en profundidad -sobrevive incluso una cabina telefónica- y los vecinos que caminan junto a ella miran resignados cómo las calles están degradadas entre la falta del adoquinado, la suciedad y la subsistencia de quienes hacen de los servicios públicos su propia tarea.
“¿Que si somos pobres? Somos más pobres que las ratas. Nadie se acuerda de nosotros. Aquí la gente ha perdido la esperanza”, dice Juan mientras limpia una cochera en la que no cabría un vehículo más grande que una motocicleta pequeña. Lamenta que hace tiempo que el Ayuntamiento se ha olvidado de ellos. “Para tirar la basura tenemos un solo contenedor para mucha gente”. Más adelante, Gabriel, el vecino que aspira a vivir en la zona noble de Iznalloz, conversa con otros tres lugareños sobre su mala fortuna. “Aquí vivimos gracias a la mínima”, que es como llaman al Ingreso Mínimo Vital (IMV) que les permite recibir algo más de 400 euros al mes que no les regalan grandes lujos.
“¿Ves esa farola de ahí? Pues llevamos tiempo cuidándola para que no se nos apague porque si no, nos quedamos sin luz”. Porque esa es la realidad de quienes viven en el casco histórico de este municipio granadino. Los recursos públicos no han llegado a las calles y lo que algún día fue el cine municipal o la casa de la juventud hoy son edificios ocupados o tapiados entre los ladrillos vistos y los cristales que algún día fueron ventanas. José Benancio, un jubilado que pasa sus días recordando un Iznalloz mejor, asegura que la decadencia del pueblo se explica en los últimos 20 años.
En su opinión, la economía local ha sido sobre todo víctima de su escaso músculo agrícola. “Hace 40 o 50 años, teníamos campos de todo tipo de cultivos, sobre todo de cereales, pero desde que el olivar se ha extendido no hay apenas recursos”. Lamenta además que la nueva forma de recoger las aceitunas está quitando mano de obra en favor de la maquinaria que tampoco deja dinero en el pueblo. “Luego solo te tienes que dar un paseo por Iznalloz para ver cómo huele de lo que vive la gente”. Se refiere a la marihuana que todo el mundo menciona, algunos de soslayo, como la economía sumergida que no se refleja en la renta per cápita. Puede que tenga que ver con los vehículos de alta gama por calles que tienen viviendas destrozadas y el suelo repleto de suciedad que pasan a nuestro lado mientras conversamos con los vecinos.
“Es normal que, si no tienen otra forma de vivir, acaben recurriendo a las plantaciones de marihuana, pero esto es un problema que tampoco controla el Ayuntamiento de Iznalloz”, dice otro de los vecinos que vive en la zona alta y que prefiere no identificarse porque en este lugar “es mejor no llamar demasiado la atención”. Todo el mundo se refiere a todo el mundo como “primo” para romper el hielo y evitar miradas inquisitivas. Y si bien la inseguridad no es palpable durante el día, sí lo es durante la noche, afirman. “En el pueblo se han hecho muchas carreras ilegales, aunque por fortuna cada vez son menos”.
Somos más pobres que las ratas. Nadie se acuerda de nosotros.
En Iznalloz hay dos policías para patrullar los entresijos de un pueblo de 5.000 habitantes con zonas conflictivas. El alcalde de Iznalloz, Mariano Lorente (PSOE), admite este problema y explica que tiene un acuerdo con el Ayuntamiento de Granada que les permite tener agentes granadinos por las tardes. También se espera incorporar a dos agentes más a la plantilla y se ha contratado seguridad privada para que vigile por las noches los espacios municipales. “No sustituyen la labor de los policías, pero es positivo que haya personas controlando estos lugares”, dice el regidor.
Dos mundos a escasos metros
Pero conforme se camina desde la parte antigua hasta la más moderna, el cambio de imagen es tan abrupto como llamativo. De calles angostas y abandonadas, trufadas de vecinos que no pueden hacer más que reunirse en corros para hablar de la vida mientras se apartan al paso de coches de lujo, Iznalloz se abre hacia una parte más alta que es exactamente igual que la de cualquier municipio próspero. Carreteras amplias, colegios -que no hay en el casco histórico-, bares y servicios que hacen de esta localidad un lugar más amigable. En uno de los estancos su dueña, que tampoco quiere identificarse, cree que parte de los problemas tienen que ver con lo fácil que es que personas de fuera del pueblo acaben mudándose para vivir de la droga.
“El problema no es que haya más o menos gitanos porque yo trato a diario con ellos y la mayoría son personas excepcionales. El problema es que se ha corrido la voz de que es fácil venirse al casco antiguo y vivir de la marihuana porque si quieres una casa solo tienes que ocuparla”, asegura la estanquera. Unos cuantos metros más abajo, otra comerciante que tampoco quiere ser señalada, reconoce que ha habido problemas con la ocupación porque se han traslado personas que no son cívicas. “En mi puerta he visto a un hombre con un hacha insultándose con una mujer que tiraba neveras de playa por la ventana. Como comprenderás no es sostenible vivir así”,
En todo caso, estas dos comerciantes creen que la pobreza que reflejan las estadísticas no es real. “Se puede vivir bien aquí y no nos falta nada, pero hay mucha gente que vive de la marihuana y luego recibe ayudas que son las que cuentan para la Administración”. Como ejemplo exponen que hay quienes compran material escolar para sus hijos pagando cientos de euros en metálico cuando en teoría no tienen recursos económicos. Pero más allá de eso, la sensación que flota en el ambiente al hablar con cualquier lugareño es que el Ayuntamiento de Iznallozno les echa cuenta. “He aparcado mal y hay una señal que advierte que no puedo tener el coche ahí, pero no me importa porque sé que no hay policía que venga a multarme”, asegura una de las vecinas.
Una “foto fija” para el Ayuntamiento
El alcalde de Iznalloz, Mariano Lorente (PSOE), respeta las quejas de los ciudadanos. “Es normal que cualquier persona pida siempre lo mejor para su barrio, pero estamos trabajando en mejorar”. Según su opinión, la cifra del INE que refleja la pobreza del pueblo tiene más que ver con la “foto fija” de un momento concreto como lo fue la pandemia en 2020 que con algo que se sostenga en el tiempo. “Este pueblo vive de la agricultura y los servicios pero en 2020 todo tuvo que cerrar y eso afectó a la renta”. También cree que parte del problema reside en que los grandes capitales que trabajan en la localidad no dejan dinero en ella, sino que lo invierten y lo pagan en otros municipios como Granada y el área metropolitana.
“Tenemos previsto un plan de 5 millones de euros para rehabilitar el casco antiguo y reforzar la vigilancia en todo Iznalloz”. No obstante, no esconde su preocupación por la situación de la marihuana, aunque el regidor dice que su localidad no está “ni por encima ni por debajo” de ningún otro pueblo del entorno en ese sentido. “El cultivo ilegal de marihuana es algo que existe y que es evidente, pero ese problema escapa a nuestras competencias”. Un problema que va de la mano, advierte, del incivismo de algunos habitantes. “Problemas hay muchos y está claro que los hay en un pueblo con pocos recursos, pero muchas veces cuando te encuentras una zona sucia o degradada no es por falta de atención del Ayuntamiento”.
Al mismo tiempo, Manuel Lorente sostiene que la ocupación de viviendas es un asunto “puntual”. “Hubo personas que compraron las viviendas sin verlas y al ver la vida que se lleva ahí se han marchado dejando las casas vacías. Si ha habido ocupación y se ha mantenido es porque los propietarios no han tomado acciones”. Por otro lado, pone el foco en la distribución étnica de Iznalloz: “Tenemos un 50% de etnia gitana, pero eso tiene sus particularidades. Las leyes son para todos, pero hay comportamientos individuales que hay que solucionar a través de la integración. Esto conlleva esfuerzo por parte de unos y otros”.
A escasos metros del Ayuntamiento, un joven, que no parece estar en su mejor momento, es requerido por uno de los gitanos más respetados del pueblo para que deje de molestar con sus perros y se marche de la zona. “Esto es todos los días así. Se creen que porque no tenemos estudios se nos puede ignorar siempre, pero somos personas que solo queremos dignidad”. Todos los viandantes que pasan saludan con afecto a este hombre, que no duda en detenerse para hablar de una Iznalloz que ya no es la que él conoció. “Aquí ni los gitanos ni los castellanos -así llaman a los payos- somos delincuentes, sino personas que tenemos que sobrevivir”. Y mientras pronuncia esas palabras, el único policía local de servicio está sentado dentro de su vehículo ojeando un panfleto.
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